Entrevistas
Naufragio y auxilio
10 mayo Por: R.C. P.H.
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Que terribles son los tiempos en que vivimos atados a la merced de la avaricia y codicia de unos cuantos. Qué pena tan grande nos embarga al pensar siquiera en que hubo una persona, o dos o cinco, no importa cuántas en realidad pero que tuvieron el descaro de pensar en ahorrar, robar, desviar, sobornar por conveniencia propia. ¿Qué cara damos ante un mundo que cada día nos exige mayor participación y al que solo mostramos antipatía?

No es coincidencia, nada es coincidencia, tan solo era inevitable que todo esto ocurriera en un lapso significativo de tiempo, vienen grandes decisiones, vienen detrás grandes intereses ocultos donde nadie sabe a ciencia cierta cuál es el mal menor por el que se opta. Vivimos tiempo terribles llenos de confusión y donde una falsa convención social nos sigue manteniendo atados a sistemas, convicciones e ideologías impositivas y dictatoriales. ¿Quién será el último hombre en la brecha? Se preguntaba un monje del siglo XI. ¿Quién será quién cubra la grieta para evitar la predecible toma de nuestro castillo interior por parte de nuestros enemigos? Hablamos antes de esperanzas, esperanzas bifurcas y nunca las mismas, esperanzas que se dividen en la eternidad para alucinarnos en distintas épocas y momentos tan imprecisos como nuestra fortuna, hoy por hoy, la esperanza vuelve a estar fragmentada, vuelve a cambiar de rostros –porque no tiene uno solo, no puede tener una sola mirada ni un solo corazón- hoy por hoy la esperanza tiene distintos nombres y ocupaciones; fue la esperanza el levantar de escombros, el correr de voluntarios, el llorar de los niños y el gritar de pasajeros. Fue también la esperanza quién murió en sus treinta, cuarenta, sesenta e incluso en sus 13 años, porque también la esperanza cierra los ojos, porque también la esperanza no se despide cuando se va porque nunca avisa cuando ha de partir para no regresar, cuando aquella cena fue la última, cuando aquella foto será la que aparezca el próximo 2 de noviembre en un hogar que con dolor extraña la esperanza, la sonrisa, el perfume, la mirada.

Quién más fue la esperanza sino la mujer que dijo mil jesuses y el caballero que soltó las groserías que no dijo de niño en segundo. Fue la esperanza esta vez no fugaz, fue la esperanza del acto desinteresado, de no medir consecuencias ni pensar en la vida propia. El que se despertó a ver las noticias cuando recibió la notificación, el que estaba cenando cuando escuchó las ambulancias o el provinciano que olvidó el calor sofocante de su hogar para pensar en el frío y escalofrío que pasaron esas personas. El que se preocupó por si había perros o gatos en la zona, el que puso su taxi como transporte para heridos el que recordó cuando en su casa ha temblado y comparó esa angustia, su angustia con la de otros.

La esperanza se fragmentó, mostró su verdadero rostro: el de todos nosotros. El que se levanta a las 8 para su clase de 8:30, o el rostro de la que no duerme lo que debería porque tiene un se mente un proyecto que cambiará su vida. Ahí está su esperanza, siempre cambiante, nunca única, no siempre la misma, “joven, no tendrá una así igualita, parecida pero diferente” dice la señora cuando entra a la mercería buscando aquello que seguro no encontrará porque dejaron de producirlo hace 15 años, así es la esperanza que se nos presenta hoy por hoy “parecida pero diferente”. Nadie ama igual dos veces, nadie espera de la misma forma más de dos veces, nadie cree ni tiene fe similar a la que tenía antes de amar o de esperar o de volver a creer en la esperanza y el amor.

No a ciencia cierta, no con certeza ni seguridad se puede vislumbrar un porvenir generoso y bondadoso hacia nosotros, somos y apenas la esperanza y la historia que nos hereda la humanidad, antes de la celebración viene la pena de sabernos mortales, limitados, escarabajos del tiempo que hacen su nido en las esquinas de los recuerdos, ahí estamos nosotros, prontos a salir de nuestro rincón ¿qué haremos cuando el temporal nos obligue a escapar, cuando la tierra nos empuje del agujero o la proteste nos obligue a seguir y apoyarla o salir y detenerla?

Miremos como a bien viene la esperanza como cazador entre las montañas, anunciando tiempos difíciles y brutales, pues no vendría tan de repente si no se necesitase. El mundo y su tiempo nunca nos han dado tregua, siempre ha sido un incesante ir y venir de emociones y pesares ¿qué es la vida?, un frenesí, ¿qué es la vida? Una ilusión se auto respondía el prisionero tras vivir la ilusión de un sueño que fue cierto. Así nos mostramos, así nos aparecemos ante el mundo que nos destrona y titubea ante nuestra convicción de permanecer, aunque sea últimos, en la brecha. 

 

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