Entrevistas
Somos Una Bola de Ridículos 
15 febrero Por: R.C. P.H.
Pin It

Que ridículos nos vemos, comprando, festejando y celebrando la vida. No porque sea tiempo de pandemia, en todo momento esto es y será simplemente absurdo. No me malentiendas, no odio la vida, odio que se prostituya la vida misma y se venda ante los placeres más inútiles que nos encontramos. Hemos perdido el gusto por el trabajo, por la guerrilla cotidiana, por el combate del día a día. Justamente, los que hablan de una generación de cristal toman como punto de partida esta exorbitante huida por el sufrimiento que tiene el mundo moderno.

No hay razones ya para sufrir, para agotarse. Todo lo hacen por nosotros –como algo tan sencillo y esencial como lo es el conseguir la comida diaria-; el esfuerzo físico nos trae tan malos recuerdos que incluso ha sido clasificado como lo más bajo y humillante que una persona pueda realizar, tenemos un claro ejemplo que en un país altamente tirado al placer –y no solo el carnal pero por ahí se empieza y, a veces se termina- como lo es el vecino del norte, asocian el trabajo manual con lo más bajo de la sociedad y, de ahí podríamos entender ese miedo ante el inmigrante que sufre lo que ellos no quieren sufrir. Basta una mirada a nuestro alrededor para contemplar el sufrimiento tangible –el que sí es fácil de ubicar con la vista y muchas veces con la nariz- de los que sufren una situación de calle. Basta con ver a las personas que se alejan de ellos, cruzan la calle, se tapan la nariz o ignoran con la mirada.

Pareciera que la situación de los trabajadores que se encuentran en  “la base de la pirámide” es tan humillante que no merece más que una seña con la mano –cuando le dices que no al limpia parabrisas- como única comunicación posible. Y, aun así, no queremos evitar que este tipo de “trabajos de poca categoría” existan. Se busca a toda costa que alguien sea el responsable de mi vida; “no aprendo por culpa del profesor/la materia”; “La señora de la limpieza siempre desordena mi oficina cuando limpia”. Queremos quitarnos la responsabilidad de elegir, de tener consecuencias frente a nuestros actos, nunca será nuestra culpa “es culpa de la pandemia”, “fue culpa de la policía” y, aunque quizá tengan parte de responsabilidad nunca se evade la propia responsabilidad frente a lo que decidimos hacer o no hacer.

El mundo que odio es este, aquel que ha decidido no elegir, no ser libre y volverse esclavo y patrón de los demás. Con una cierta autoridad mandamos a los otros cargar con nuestra libertad, con una vacilación exitosa, hacemos dueños de nuestra libertad a los demás. Y todo esto, anteponiendo el deseo, el placer menos que momentáneo, por sentir que tenemos el control y la autoridad como para delegar mi vida en las manos de los demás. Justamente, de lo que aquí me quejo no es más que la crítica a la sociedad hedonista, la que busca placeres instantáneos, la que no quiere sufrir esfuerzo físico, mental y hasta sentimental.

Muy bien han dicho algunos al catalogar estas generaciones como de cristal. Tan frágiles así mismos que la risa que pudieran provocar se transforma en un obscuro sentimiento de vergüenza.

No sufrir es casi antihumano. El sufrimiento siempre está presente en nuestra vida, por más que le echemos la culpa a los demás, por más que busquemos excusas o inventemos comodidades que nos permitan nunca más salir de la cama, ni siquiera para ir a la tiendita o al super, ni siquiera para conocer gente nueva o encontrar el amor verdadero. Porque el amor también ha sido trastocado en esta ridícula caricatura en que se ha convertido el ser humano. Se busca amor sin sufrimiento, solo placer. Placer de una noche, placer de un beso, placer de un regalo o cena romántica y, cuando llegan los conflictos, la separación, el olvido y la borrachera son las opciones más viables y confiables para arreglar la situación porque, es mejor olvidar que sufrir, es mejor la resaca que sufrir, es mejor una noche que toda la vida con la carga emocional y financiera de tener una familia estable, con una esposa estable, con hijos estables, con un constante sufrir y nunca con un aprender a sufrir.

En verdad repito, qué ridículos nos vemos.

Galerías