La ceniza viene de un proceso químico en donde la materia se transforma en una forma, pensada a simple vista, rebajada. El lienzo, en cuyo contenido ostentaba la belleza de un cuadro y la fuerza de un pincel, al tacto con el fuego -brutal para muchos, un poema para Nerón- transforma radicalmente.
La transformación viene en cada instante, la piel muta, los ojos se apagan, el cabello se cae o peor aún, lo cortamos. Todo es cambio como nos enseña Heráclito. “Soy y no soy aquel que te ha esperado en el parque desierto una mañana” reza un poema de José Emilio Pacheco. Somos aquel no es el mismo de ayer, no somos el mismo que se enamoró sin respuesta, no soy el mismo que dio ese beso aquella noche y, que gracias a Dios, no volverá a pasar aunque lo sueño todas las noches. A muchos les aterra el cambio por que se han aferrado en creer y gozar en el cambio como si fuese algo verdadero o certero, bueno y bello. El cambio no es al infinito, el cambio no es una extensión a diestra y siniestra, el cambio parará, el cambio terminará.
La muerte nos frenará en el cambio -y paradójicamente nuestros cuerpos en corrupción también serán cambio- pero no es el cambio físico, el exterior, lo superficial, lo que de algún u otro modo debe de importarnos ¿Por qué poner nuestra vida en el cambio? Saber que todo es cambio –un Santo monje dirá que Todo es Nada y la Nada no merece nuestra atención- es saber que existe algo que nunca cambiará, conocemos lo inmutable por su ausencia –y que fuerte es a veces la ausencia de lo eterno- pero sabemos que tarde o temprano llegaremos a lo que es para siempre. La mística de Ávila nos dice que solo el amor es para siempre, ¿pero ¿cómo creer en un para siempre cuando todo lo que hemos vivido es si apenas un parpadeo? ¿cómo pensar en un amor que no cambia cuando nuestras relaciones fracasan cada 5 meses, cuando no estamos satisfechos con el amor familiar o peor aún, cuando no encontramos amor en los rostros que deberían amarnos?
Atreverse a permanecer fijos en un mundo que da vueltas no debe de ser una pesadilla, sino una esperanza en encontrar, un día cualquiera, el amor que será para siempre. Busquemos el amor no en el romanticismo de películas americanas, quizá deberíamos ver más cine francés en donde el amor se muestra como lo que es, no romántico, no sensible, algo crudo algo meramente humano con toques de divinidad. Debemos destruir nuestros castillos de expectativas ante el ideal del amor y comenzar a amar. Porque el amor son de esas cosas que no se aparecen sino hasta que nos atrevemos a vivirlas. Empezar a amar, pero amar de verdad frente a un mundo que no cree en el amor porque ha dejado de creer en las verdades eternas. Y quizá, solo así, lleguemos a toparnos con el amor con mayúsculas un día cualquiera.