Entrevistas
La mañana del lunes 
25 enero Por: R.C. P.H.
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Dóciles formas de entretenerte olvido. Así comienza uno de los poemas más brutalmente encantadores que he conocido de José Emilio Pacheco. Olvido, tiempo, soledad, parecieran el aglomerado o las características de quién escribe y lee si apenas estas tristes líneas que se escriben en la noche de la incertidumbre académica. De nuevo comienzo, no es un nuevo empezar, es el mismo reinicio, es el mismo “nuevo año”. Los días pasaron y nos dejaron confusión en la memoria y en la percepción de lo que podríamos llamar “futuro lejano”. Para muchos, ya no hay futuro, o porque cerraron los ojos a la vida o porque cerraron los ojos a la esperanza (que en realidad podrían ser lo mismo). Podrían, todos podríamos si pudiéramos, todo parece una posibilidad de iniciar de nuevo, “de nuevo” porque pareciera que siempre queremos un nuevo comienzo.

Nuevos propósitos de año, de semestre, de carrera, de vida amorosa, siempre buscamos un comienzo ¿alguna vez acabamos? ¿alguna vez terminamos satisfechos? Tachamos los días en el calendario, pero nunca todos los propósitos de la semana. Nunca los mismos porque nunca terminamos de ser nosotros mismos. Nuestras metas se hunden en el pasar de los días. Los años se vuelven a veces imperceptibles a la mente humana.

Nunca somos seres acabados, nunca seremos la percepción de los otros ni de nosotros mismos ¿qué somos ante los ojos de los niños que ven en nuestra persona un “adulto”? A muchos nos han dicho señor, nos han hablado de usted. Conozco quién se queja de ser tratada como adulta cuando todavía ve Bob Esponja. Con o sin pandemia nuestra humana naturaleza se desarrolla en la incertidumbre. Una sola cosa es certeza, decía Heidegger, que moriremos. En alguna ocasión discutía en un congreso sobre enseñar a los pacientes que deben cuidarse porque morirán, no tanto por “vivir bien” sino para “morir mejor”. Quizá ahí está nuestro auténtico propósito, morir bien. Cada que yo tenía una duda sobre alguna decisión, un querido cura me decía “piensa en tu muerte, ¿cómo quieres morir?”.

Centrarnos en la única certeza de la vida es abrir los ojos ante un mundo de posibilidades. Claro está, la desgracia siempre acecha, el miedo siempre asoma tras nuestros hombros y la vida misma parece tejer laberintos en nuestros ojos, pero, no todo está perdido. HAY QUE SER VALIENTES, para afrontar los laberintos y las noches obscuras de nuestras vidas. Que nuestros destinos no estén marcados es nuestro campo fértil para el hacer, en otras palabras, todo lo podemos, solo que aún no lo hacemos. 

 El filosofar no es, como muchos piensan, la aburrida rutina de tomar café y fumar un cigarrillo en bajo la lluvia. Es el pensar y actuar, porque sé qué pasa en el mundo, porque sé contemplarlo puedo actuar en él y, siguiendo el ideal de Marx, transformarlo. Solo con esta conciencia del poder hacernos y que el mundo, lejos de darnos miedo, debe ser nuestra herramienta para nuestro hacer, hemos podemos olvidar las dóciles formas de entretener el olvido. 

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