En un esfuerzo por encaminar las actividades de producción y consumo hacia al desarrollo sustentable, SEMARNAT-SE-PROFECO mencionan en su reporte 2014 una manera distinta de ver la actividad económica y empresarial, denominada “perspectiva del modelo de gestión empresarial del valor compartido”, el cual reconoce que un negocio necesita una comunidad exitosa, no solo para fomentar la demanda sino para crear activos públicos y un medio ambiente que propicie este crecimiento. Recomiendan adoptar el esquema de negocios conocido como “análisis de sustentabilidad del ciclo de vida” (LCSA por su siglas en inglés), el cual debería cuantificar cada fase de la cadena productiva de un bien, desde la extracción, transporte, producción, reciclaje uso y desecho. Dicho análisis debe incluir las consecuencias sociales y ambientales del proceso, más allá de la huella ecológica. Ejemplificando lo anterior, el costo por una hamburguesa no sería de $80 pesos, sino hasta $4,000 debido a todas las variables involucradas en la producción de carne, desde la conversión de bosques en pastizales, el desplazamiento de los propietarios de dichas tierras, la inversión en agua, fertilizantes, semilla, las emisiones de CO2 durante la crianza de ganado, el transporte al rastro, la contaminación y tratamiento de agua durante el sacrificio y procesamiento de la carne; la refrigeración en el punto de venta para el consumo en casa, o del expendio de alimentos donde se comercializa, el desperdicio de carne no consumida, entre otras afectaciones. De forma similar, una taza de café requeriría más que 0.250 litros de agua, sino 140 litros. Un análisis sistémico semejante, permitirá a las organizaciones estimar los impactos de su actividad económica más allá de sus instalaciones físicas, y al mismo tiempo visualizar alternativas sustentables de producción, e incluso de nuevas opciones de negocios, tales como plantas tratadoras de agua o bio-remediadoras de suelo (reparación), y reutilización de subproductos (redistribución). Bajo esta premisa, el consumo y el emprendedurismo colaborativo estarían caracterizados por 5 “r”s, no únicamente las tres primeras que ya conocemos (reducir, reutilizar, reciclar), añadiríamos reparar lo dañado y redistribuir lo aprovechado (SEMARNAT-SE-PROFECO, 2014). Desde una perspectiva macroeconómica, los costos totales por agotamiento y degradación ambiental (CTADA) como proporción del PIB, fueron de 6.3% según la CONEVAL (2015), y equivalentes a $985,064 millones de pesos (mdp). Este monto rebasa por mucho el presupuesto federal de egresos destinado en 2016 a Salud ($523,222.7 mdp), Educación ($656,697.5 mdp), Ciencia, Tecnología e Innovación ($60, 130.9 mdp), y paradójicamente al de protección ambiental ($28,065.5 mdp) [SHCP, 2016]. El mensaje es que el modelo de negocios actual es muy costoso e insostenible. Si legisláramos en torno a un modelo de gestión empresarial de valor compartido, complementándolo con el análisis de sustentabilidad del ciclo de vida de nuestros productos y servicios, reduciríamos estos costos de degradación ambiental para reubicar esos recursos en otros rubros que eleven nuestra calidad de vida, tales como salud, educación, seguridad, apoyo a proyectos productivos, entre otros.