Desarrollo humano y social
50 Años de Populorum Progressio
15 mayo Por: Juan Alberto Treglia
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He querido, al abordar esta Encíclica de Paulo VI, centrarme en el último tema de su enseñanza, que hoy vuelve a ser un desafío para la humanidad, me refiero al titulado: ‘El desarrollo es el nuevo nombre de la Paz’, donde Su Santidad entre otros conceptos, expresa:

“Las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos provocan tensiones y discordias, y ponen la paz en peligro”

Si observamos con atención el derrotero del mundo en estos cuarenta años, las palabras de Paulo VI resultaron proféticas, un sin fin de conflictos bélicos han asolado a la humanidad, que en el propio tercer milenio, en lugar de haber alcanzado la ‘paz perpetua’ que pregonaba el liberalismo o ‘el paraíso de los trabajadores’ que intentó imponer el socialismo, se encuentra sumida en el desencanto, el individualismo y un hedonismo de vida, donde se buscan legitimar las ‘guerras preventivas’ y donde la dignidad del ser humano es constantemente violada y destruida.

La reconstrucción de una sociedad en paz, la proponía S.S. Paulo VI con estas palabras:

“… nuestra caridad con los pobres debe ser más atenta, más activa, más generosa. Combatir la miseria y luchar contra la injusticia, es promover … el progreso humano y espiritual de todos, y por consiguiente el bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra,… la paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios”

Elocuente propuesta para superar las distancias entre los excluidos y quienes no lo están, entre los marginados y quienes detentan el mayor poder económico, nunca visto en los siglos anteriores, cada vez son más los pobres y menos los ricos, la inequidad en la distribución del ingreso reviste hoy uno de los principales desafíos para quienes buscan con sinceridad el Bien Común.

El Papa Paulo VI, nos exhortaba a remediar esta situación, desde una doble perspectiva: las obligaciones personales y los deberes de los responsables del Gobierno de las Naciones; en el caso del compromiso individual el consejo de Su Santidad hace referencia a vivir una caridad, más atenta, más activa, más generosa, ….que implica abandonar el hedonismo de vida que se manifiesta en un consumismo descontrolado de lo superfluo y aún de lo que es perjudicial para el ser humano, este apego absoluto del corazón a lo material, expresión elocuente de la avaricia, inhibe a la persona de tener una mirada que trascienda su propio yo, para poder abrirse a los demás; salir de esta situación requiere conversión del corazón, que vuelva a valorar más el ser que el tener, a considerar a los hombres por lo que son y no por lo que tienen, y desde aquí comenzar a vivir una caridad plena de entrega y generosidad, que paradójicamente al decir de la Madre Teresa de Calcuta, en el despojo de sí mismo y la donación al prójimo, el hombre encuentra la verdadera dimensión de la Felicidad.

Los deberes de los responsables de las Naciones, Paulo VI los resumía en: Combatir la miseria y luchar contra la injusticia: es un deber del gobernante, la justicia distributiva, que con sus principios de equidad y proporcionalidad debe atender en primer lugar a aquellos que con menos capacidades y talentos no pueden satisfacer sus necesidades básicas, ha de hacerlo principalmente promoviendo la creación de fuentes laborales, que dignifiquen al hombre a través del trabajo genuino y honrado. No es justo un asistencialismo, que se vuelve clientelismo político, y que sólo distribuye dádivas, destruyendo la cultura del esfuerzo, del sacrificio y del trabajo. Todo plan asistencial que sea necesario implementar, debe ir acompañado indefectiblemente de una exigencia de capacitación profesional, de manera tal que superada la crisis, la persona pueda reinsertarse nuevamente en el mercado laboral.

Asimismo Paulo VI expresaba: “(Se debe) promover el progreso humano y espiritual de todos, y por consiguiente el bien común de la humanidad; esto implica hacer realidad el Bien Común, que el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en su art. 164, define de manera amplia como « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ». Perfección que abarca como señala Paulo VI, la totalidad del desarrollo humano, en sus necesidades temporales y espirituales; y esto incluye la preservación de la vida desde el momento de la concepción, la contribución a su crecimiento y la asistencia hasta su muerte natural, generando un ambiente de moralidad pública que facilite el ejercicio de una vida virtuosa. De igual forma hemos de recordar a los gobernantes que junto a su legitimidad de origen deben hacer realidad la legitimidad de ejercicio, que se sustenta en la procuración del Bien Común, causa final de toda autoridad.

Y añadía Paulo VI: “La paz no se reduce a una ausencia de guerra,… la paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios” . Con claridad nos hace recordar lo que afirmaba San Agustín, la paz es la tranquilidad en el orden, que supone el imperio de la justicia, en ausencia de la misma, reinará el desorden, el caos, la anarquía por pretender construir una sociedad de espaldas al querer de Dios; hay orden cuando la justicia se vive en plenitud, en relación a Dios, a través del respeto de la  religiosidad natural del ser humano y su libertad en el ejercicio del culto, a través del cual adora, ama y sirve a Dios. En relación a la Patria, cuando los ciudadanos no sólo pagan sus justos impuestos, si no cuando también participan activamente del quehacer social, económico y político, como nos decía S. S. Juan Pablo II, en Christifideles Laici, “en esta dramática hora de la historia, … nadie puede permanecer ocioso” verdadera expresión de la vocación laical. En relación a los padres, sustento de la familia y de la comunidad, a los cuales debemos respecto, obediencia y servicio; el gran desafío para la sociedad contemporánea será recuperar la familia, raíz profunda de todo orden social, una familia desmembrada es la antesala de la disolución de la sociedad. 

Para vivir la paz debemos construir el orden querido por Dios, día a día, asumiendo nuestro compromiso con la justicia, como virtud fundamental de toda convivencia social, contando siempre con la ayuda de María nuestra Madre, quien nos dice como en Caná: “Haced lo que Él os diga”, si así lo hacemos viviremos en orden, con desarrollo, con felicidad y en paz.

 

 

 

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