La pandemia del COVID-19, se presentó en este mundo de manera disruptiva e inesperada, lo cual obligó a todos los países a establecer fuertes cambios en su interacción cotidiana, comenzando por un aislamiento forzoso, un distanciamiento físico, así como un cambio en la rutina de nuestras jornadas educativas y laborales, conduciendo a todas las personas a un encierro dentro de sus hogares.
Esta realidad, jamás vivida en tiempos recientes, se ha convertido en una experiencia compleja para todos niños, jóvenes, adultos y sus familias, de modo que se pueden advertir una serie de emociones como el miedo, la ansiedad, periodos de angustia, estrés y enojo, además de una preocupación por la economía como medio de vida, pues esto nos ha dirigido a vivir una serie de crisis en muchos sentidos. Dichas crisis son de carácter emocional, social y laboral, que se pueden reconocer en una sensación de incertidumbre generalizada, la cual aumenta según las condiciones en las que se encuentre viviendo la familia, de manera particular al vivir en situación precaria o vulnerable, haciendo que las diferencias entre las personas sean más profundas y evidentes. También la pandemia ha desencadenado la violencia al interior de la familia, pues el confinamiento detona altos niveles de estrés que pueden manifestarse ante la situación actual.
La familia durante la pandemia ha dejado evidencia de su rol determinante en la sociedad, al cumplir con una de sus principales funciones que es la aceptación incondicional y acogida de sus miembros; ha apoyado al sistema de salud y educativo con un involucramiento total; ha sostenido socioeconómicamente a los menos favorecidos, y ha generado con creatividad e ingenio una serie de formas para afrontar esta realidad (Fernández, 2020). No son acciones mínimas ni únicas, pero son acciones que solo la familia puede llevar a cabo, al ser el andamiaje primario de la vida en común, por lo tanto, la base de la sociedad.
El impacto de la pandemia para la familia ha propagado una serie de condiciones diversas, donde no se puede negar la sensación de inseguridad. Según la Red de los Derechos de la Infancia en México, representada por Soledad García Muñoz, especialista en Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la Comisión de Derechos Humanos (Camacho, 2020), comentó en un evento virtual, que las restricciones de movilidad están impactando terriblemente a los colectivos vulnerables y de manera especial a las familias. Para lo cual convocó a desarrollar una serie de lineamientos de ayuda y promoción para las personas, desde las políticas públicas y la sociedad civil.
La pandemia ha dejado evidencia de carencias y condiciones negativas, asimismo paralelamente ha demostrado que existen aspectos positivos en ella, tales como la revalorización del medio ambiente, la posibilidad de analizar y replantear el sistema social y económico. De manera individual, el reconocimiento de los seres humanos como personas con un carácter social, a través de las cuales se muestra la solidaridad, la empatía, unión y conciencia social.
La presencia de la pandemia también ha puesto a prueba la capacidad de resistir y afrontar la adversidad, la cual es denominada resiliencia. Esta es comprendida como la “capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, aprender de ellas, superarlas e inclusive, ser transformados por estas” (Grotberg, 2006 p. 18). La resiliencia es una capacidad que se encuentra en las personas, en las familias, en los sistemas educativos y en la comunidad, que se manifiesta ante una circunstancia de vida dolorosa y compleja, la cual activa los factores de riesgo y de protección, movilizándose para lograr un equilibrio adecuado entre ellos (Delage, 2010).
Por lo tanto, la pandemia ha permitido desarrollar la capacidad de las personas y familias de mirar hacia la oportunidad, de reorganizarse, de manejar la experiencia y adaptarse hacia un camino de posibilidades. Hoy como familias estamos comprometidos en sembrar en cada uno de nuestros hijos una actitud positiva ante la vida, una mirada esperanzadora y consciente de la existencia del otro. Donde se construyan las bases que permitan desarrollar puentes a través de los cuales podamos vivir mejor en comunidad, para lograr este objetivo contamos con la educación, la cual es el medio para crecer, madurar y evolucionar como sociedad. En efecto, la educación se ha visto menguada ante la existencia de esta enfermedad que ha fracturado los cimientos más profundos de los sistemas sociales, económicos y educativos, hasta este momento conocidos. Pero también ha permitido observar y analizar que las circunstancias actuales son oportunidades de desarrollo, de innovación y liderazgo social.
Hay mucho camino que recorrer, pero si tenemos presente que la familia es el primer aliado con el cual debemos trazar líneas de colaboración como educadores, debido a que sus hijos y hoy nuestros jóvenes universitarios son la mirada de un futuro alentador. Ellos en el pasado no muy lejano, han dejado evidencia de lo que son capaces, al organizarse para reclamar civilizadamente lo que les aqueja, de alzar sus voces para ejercer sus derechos para ser cuidados y protegidos, de expresar lo que necesitan y de sentir el dolor de sus iguales. Finalmente, han demostrado ser resilientes y hoy no será la excepción.
Referencias
Camacho, F, (2020). Pega el Covid-19 a familias en situación precarias: especialistas. Recuperado de https://www.jornada.com.mx/ultimas/politica/2020/04/08/pega-el-covid-19-a-familias-en-situacion-precaria-especialistas-2250.html
Delage, M. (2010). La resiliencia familiar. El nicho familiar y la superación de las heridas. España: Gedisa.
Fernández Riquelme, S. (2020). F de Familia. Recuperado de https://digitum.um.es/digitum/bitstream/10201/90699/1/F%20de%20Familia.%20AdelanteEspa%C3%B1a.pdf
Grotberg, E. (2006). La resiliencia en el mundo de hoy. Cómo superar las adversidades. Barcelona: Gedisa.
Dra. Emma Verónica Santana Valencia
Directora Académica de los Posgrados en Investigación
Facultad de Educación UPAEP
