Desarrollo humano y social
El SNI, otra vez
18 febrero Por: Juan Pablo Aranda Vargas
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1.

En su libro First as Tragedy, then as Farse, el filósofo lituano, Slavoj Žižek invierte una fórmula de Marx a fin de describir la relación actual entre la democracia y los ciudadanos:

“[T]oday, we only imagine that we do not ‘really believe’ in our ideology-in spite of this imaginary distance, we continue to practise it. We believe not less but much more than we imagine we believe. Benjamin was thus indeed prescient in his remark that ‘everything depends on how one believes in one’s belief’” (3).

El extremo del dispositivo ideológico es, para Žižek, el juego perverso en el que un individuo crea su propia ilusión, engañándose a sí mismo al tiempo que es consciente de dicho engaño. En el caso que nos ocupa, el filósofo denuncia un fenómeno confirmado una y otra vez por los hechos, a saber, la crisis de legitimidad de la idea democrática, pero llamando la atención sobre el hecho de que, no obstante que la mayoría está convencida de la inutilidad del régimen—ya en función de una desilusión sobre las capacidades humanas de perseguir el bien común, la progresiva pérdida de control del gobierno por parte de la ciudadanía, o la captura del poder político por facciones populistas que restringen las libertades individuales—en la práctica, los individuos seguimos comportándonos como si siguiéramos confiando y creyendo en las bondades de dicho régimen. La solución que adopta el “ciudadano” en democracia parecería ofrecer un hipócrita rodeo al gato de Schrödinger: el gato está muerto, y lo sabemos, pero seguimos lanzándole la pelota y llenando su plato de comida, repitiendo un ritual para así evitar confrontarnos con lo real.

La función de las ideologías es simplificar una vasta cantidad de información a partir de determinada idea rectora, con la finalidad de ofrecer al individuo una visión compacta de la realidad que le ofrezca orientación respecto de una gran diversidad de preguntas y situaciones. Las ideologías se resisten, naturalmente, a morir, girando sobre sus propias premisas siempre que se ven amenazadas o cuestionadas. Los públicos, a su vez, los consumidores de determinada ideología, serán tanto más reacios al cambio cuanto menos espacio para la crítica y la reflexión seria deje al individuo dicha ideología. El cambio, finalmente, da paso siempre a un vacío, y con él, a un momento de inestabilidad. Abandonar una ideología implica cortar amarras, quedar suspendido y atreverse a pensar de forma creativa; al tiempo que una ideología ofrece atajos cognitivos al individuo, la misma le aprisiona en una jaula que se achica mientras más colgado esté el individuo de las ideas con las que es alimentado.

2.

En días pasados, Conacyt hizo del conocimiento de las universidades privadas que el estímulo para investigadores afiliados a dichas instituciones quedará definitivamente suspendido a partir de enero 2022. Se nos dio un año de gracia, casi con la mueca cínica que exige agradecimiento por la caridad recibida. Tercer strike, podríamos corear desde la tribuna donde observamos desdoblarse la perversa estrategia de un gobierno en pie de guerra contra todo lo que huela a privilegio, a privado, a intelecto, a pathos de distancia.

Se va el estímulo. El gato ha muerto, descansa patas arriba y con la lengua salida, sin respirar, inerte. El desaseo en el proceso debe hablarnos de las intenciones detrás de las maniobras: no se trata de una realineación de recursos, de un principio de eficiencia, ni de un proyecto para impulsar a la universidad pública; se trata más bien de un proyecto ideológico, de cabo a rabo, que busca meter la reversa al proceso democrático para sustituirlo con el modelo en el que nuestro actual presidente se formó: el de la hegemonía priísta que dominó la política mexicana todo el siglo pasado. La universidad pública vuelve al redil, quedándole el adjetivo “autónoma” como corona de flores marchitas, como patético ornamento. ¿Y la universidad privada? Esa será dejada a sus propias fuerzas, esperando que se rinda o se someta al férreo control de un gobierno centralizador cuyo último sueño es la implantación de una narrativa omnímoda en el corazón de cada mexicano.

Y, sin embargo, la fuerza de la costumbre, el pavor ante la idea de poner un freno a la inercia que nos ha movido durante años, la cómoda aceptación del status quo, parecen sugerir que la única opción para las universidades privadas es seguir jugando el juego, seguir creyendo que el SNI habla todavía hoy de calidad en la investigación cuando, en realidad, todo apunta a un pronunciado desgaste y a la corrupción de sus formas y costumbres. Le chat est mort, vive le chat!

3.

¿Existe una salida del agujero de Alicia? ¿Estamos obligados a seguir jugando con reglas que sabemos que no conducen a la auténtica calidad? ¿O podemos, por el contrario, encontrar una nueva fórmula, un modelo que mida efectivamente la calidad de los investigadores dentro de la Upaep? Siguiendo la alegoría, y disculpándome con el eventual amante de gatos, ¿será posible enterrar al gato y adoptar un Golden Retriever? ¿Debemos seguir conformándonos con un sistema que renguea y que, como nunca antes en la historia moderna del país, está en franco peligro de volverse un aparato del Estado?

En diferentes foros he llamado la atención sobre la posibilidad, y urgencia, de abandonar un sistema que ya no funciona, a fin de adoptar un sistema diseñado en casa, con los más altos estándares de calidad, diseñado y administrado por y para los investigadores. Lo anterior no es óbice para que quienes así lo deseen permanezcan o ingresen al SNI, pero sí implicaría abandonar el modelo de retribución del Sistema para adoptar uno en el que los investigadores, pertenezcan o no al sistema, sean evaluados. Este sistema podría refinar los requisitos para ser investigador, forzando una producción no cuantitativa, sino cualitativa, premiando la calidad antes que la producción en masa de documentos. Podría convertir el estímulo en recompensa a la investigación de calidad, de forma que se evite caer en aristocratismos burdos o contubernios tipo cártel.

En el fondo, la cuestión es simple: Si el estímulo ha muerto, ¿cuál es el incentivo de seguir incorporando una métrica a todas luces imperfecta? Si queremos mantener nuestra presencia en el Sistema, hagámoslo, pero no a costa de generar incentivos adecuados, cuidadosamente diseñados. Elijamos un comité interdisciplinario que genere unas nuevas bases para otorgar estímulos competitivos a los investigadores, que nos asegure seguir siendo una universidad que investiga con seriedad y altos estándares de calidad.

Dr. Juan Pablo Aranda Vargas.
Profesor Investigador
UPAEP



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