Desarrollo humano y social
Algunas consecuencias de la destrucción del hábitat
12 febrero Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Es cierto: mucha gente habla hoy de la destrucción del medio ambiente y del saqueo irresponsable de los recursos naturales, sin que al parecer haya habido hasta hoy ninguna medida a nivel global que tenga visos de poder detener la catástrofe. La destrucción de los espacios naturales, el cambio climático (del que hace doscientos años habló Alexander von Humboldt, con su notable clarividencia), la venta ilegal de especies silvestres, la contaminación, la introducción de especies exóticas y la desaparición de especies animales y vegetales son fenómenos que parecen ser imparables. El problema es que la situación es mucho más grave de lo que la mayoría de la gente supone.

En nuestro país esto es más que evidente: si los antiguos mesoamericanos revivieran y regresaran a nuestras tierras, lo único que quizá reconocerían serían los volcanes (aunque con menos nieve). Tenemos, además de la destrucción de selvas, bosques y humedales, la rápida extinción de especies, de tal manera que ocurre un fenómeno que podríamos llamar “de ecosistemas vacíos”. Así, en México se han extinguido alrededor de 129 especies animales, como, por ejemplo: el cóndor de California o cóndor norteño (Gymnogyps californianus), extinto en México en 1987 y al que se ha tratado de reintroducir en su hábitat original; el oso gris mexicano (Ursus arctos nelsoni), extinto en la década de 1960. La foca monje del Caribe (Neomonachus tropicalis) es la única especie de foca que se ha extinguido en el mundo por causa humana, cosa que vergonzosamente ocurrió en México en la década de 1950; el pájaro carpintero imperial (Campephilus imperialis), el pájaro carpintero más grande del mundo, visto por última vez hacia 1957 en Durango; la paloma de la Isla Socorro (Zenaida graysoni), desapareció desde 1972; el pájaro zanate del río Lerma (Quiscalus palustris), extinto desde fines del siglo XX.

Además, el ave caracara de la Isla de Guadalupe (Caracara lutosa) desapareció para siempre desde 1900, aproximadamente, y fue una de las pocas especies en el mundo combatidas y arrasadas de manera intencional, pues se pensaba que atacaba al ganado; la carpita del río Ameca (Notropis amecae), extinta hacia fines del siglo XX; el ratón de la Isla San Pedro Nolasco (Peromyscus pembertoni), del que no se tiene registro desde 1931; el pez cachorrito de San Luis Potosí (Magopsilun aporus), desapareció de su hábitat entre 1994 y 1996; el último ejemplar de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius), quizá en su época el ave más numerosa del planeta, murió en 1914; el acocil Cambarellus alvarezi, desaparecido desde mediados del siglo XX; el pez evarra (Evarra eigenmanni), del que no se tiene registro desde hace 50 años; la carpita de El Paso (Notropis orca), registrada por última vez en 1975; la rata arrocera de Nelson (Orysomys nelsoni), registrada por primera y última vez en las Islas Marías en 1897; y el lobo gris mexicano (Canis lupus baileyi), extinto en México desde la década de 1950 y al que se está tratando de reintroducir con éxito limitado, pues algunos ejemplares sobrevivieron en Estados Unidos..

Aún faltaría que enlistáramos a las especies de la flora mexicana que igualmente han desaparecido, pero no queremos que nuestros fieles y amables cuatro lectores caigan en depresión profunda. Volviendo a las especies animales, hay que señalar que los animales que hasta ahora han sobrevivido tienen forzosamente que cambiar sus hábitos de vida ante la invasión de su hábitat por el hombre, como parece indicarlo un interesantísimo artículo publicado por la revista especializada “Nature Ecology and Evolution”. El estudio fue realizado por investigadores de la Universidad australiana de Deakin, quienes valoraron más de 200 investigaciones realizadas a nivel internacional acerca de cómo los hábitos humanos perturban la vida de los animales. Según esto, muchos animales se ven forzados a modificar sus rutas debido a la aparición de nuevas zonas habitacionales o a las actividades de turistas y excursionistas. Otras especies tienen que modificar sus hábitos reproductivos y de búsqueda de alimentos debido a la presencia humana, lo cual en muchos casos significa un peligro creciente para dichos animales.

Recordemos, por ejemplo, que en nuestro país las mariposas monarca (Danaus plexippus plexippus) tienen que buscar bosques cada vez más alejados y a mayor altura, debido a la grosera interferencia de las actividades humanas, como la destrucción de su hábitat y las mesnadas de turistas irresponsables que invaden sus lugares de refugio.

Los datos del estudio son preocupantes: abarcan 167 especies de animales acuáticos y terrestres en seis continentes. En más de dos terceras partes de los 719 casos analizados, el comportamiento de las especies se alteró, debido a causas humanas en más de 20%. Por ejemplo: los alces ahora se mueven con mayor rapidez para evitar en lo posible a esquiadores y a vehículos todoterreno. Muchas especies de aves tienen que buscar nuevas zonas de anidación ante la desaparición de los bosques; muchos reptiles, ante la creciente urbanización, ven reducido su hábitat cada vez más.

Al parecer, según lo publicado por la revista, la distancia recorrida y la frecuencia de los movimientos depende, entre otras variables, de cómo es el cuerpo de los animales: las aves más grandes y pesadas pueden extender su hábitat o buscarlo a mayor distancia que las aves más pequeñas; lo mismo parece ocurrir con los mamíferos, pero con los reptiles parece que sucede lo contrario: su radio de acción decrece a medida que aumenta su masa corporal.

La cacería, el ruido de los aviones y las actividades humanas al aire libre alteran los movimientos de los animales de manera aún más fuerte que la deforestación o que la agricultura, según el informe. El ruido, en general, hace que los animales recorran distancias 65% más largas, mientras que la actividad agrícola las hace aumentar solamente en un 28%. También la dispersión de semillas se ve afectada; recordemos que este fenómeno depende en gran medida de los animales y de sus desplazamientos. Se ha visto que los movimientos de los animales se reducen en la cercanía de personas (como cuando hay campamentos o excursionistas), por lo que la dispersión de semillas se reduce.

Para mantener la biodiversidad (de los cuales, digamos de paso, México era originalmente uno de los ejemplos más ricos y fascinantes del mundo entero), hay que combatir los efectos negativos del hombre hacia la conducta animal, según advierten los científicos que escribieron el informe que estamos comentando. En donde la intervención humana sea inevitable, debemos tratar de considerar los efectos en las especies animales y buscar el mínimo daño ambiental permisible. En esto tenemos mucho por aprender en nuestro país, como lo muestran los vergonzosos ejemplos de “Dos Bocas” y del “Tren Maya”, en los que olímpicamente se despreciaron los estudios de impacto ambiental.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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