Desarrollo humano y social
Pompeya
01 diciembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Mónica Trujillo in memoriam.

 

Los gobernantes populistas, si alguna ventaja tienen, al menos para quien perpetra (Quino dixit) esta columna, es que son tan ricos en ocurrencias y dislates, que nunca nos faltan temas que analizar. El problema es, de entre tan amplia y exuberante variedad, escoger un único asunto que escudriñar. La semana que está terminando es un ejemplo patético: el caos en Gran Bretaña en el combate a la pandemia, o Trump doblando las manos, pero sin dejar de mencionar un fraude sin aportar prueba alguna (¿en dónde he escuchado eso antes?), López y su guía moral, más propia de un lidercillo autócrata que de regímenes democráticos, etc. Pero la verdad es que ya me cansé de tantos estropicios y preferí buscar arrullo, confort y consuelo en los dulces y amorosos brazos de Clío, la musa de la historia, quien nunca nos abandona y siempre nos recibe con una sonrisa y un relato, aunque este pueda ser a veces triste.

Así que olvidemos hoy que López nos está llevando de cabeza a un régimen autoritario y hurguemos un poco en la historia antigua.

Hace unos días, en las ruinas de la otrora rica ciudad romana de Pompeya, los arqueólogos hallaron los restos mortales de dos personas que fallecieron cuando el Vesubio hizo erupción, el 24 de Agosto del año 79 d. C. Este hallazgo tuvo lugar en una villa romana en las orillas de la ciudad. Una villa, en esa época, era una casa de campo, una residencia aristocrática que servía a la vez como lugar en donde habitaba una familia rica pero que también cumplía tareas productivas. Muy probablemente, los dos hombres fueron sorprendidos por la muerte cuando trataban de escapar de la violenta erupción del volcán. El estado de conservación de los restos de ambas personas ha permitido a los arqueólogos obtener mucha información valiosísima sobre ellos y sobre la cultura de la ciudad.

Los científicos son de la idea de que se trata del cadáver de un hombre rico, de mayor edad que el otro, quien al parecer era un esclavo joven. Esto se deduce porque el primero de ellos portaba ropas muy lujosas y el otro tenía las vértebras algo comprimidas, lo que indica que realizaba fuertes trabajos corporales. Ambos cadáveres fueron encontrados en un corredor en la villa de Civita Giulina, en donde posiblemente estas personas trataron de encontrar refugio. El probable dueño de la villa tenía al morir unos 40 años de edad, medía aproximadamente 1.62 m de estatura y estaba ricamente vestido con una túnica y una capa; el esclavo que le acompañaba tendría entre 18 y 25 años, medía alrededor de 1.56 m y llevaba una túnica corta.

La población de Pompeya, como la del resto del Imperio Romano, se componía básicamente de dos grupos: los ciudadanos libres y los esclavos. Estos últimos no eran tratados, por lo general, como personas, sino como cosas, como propiedades del amo, de su dueño. A su vez, los ciudadanos podían ser nobles (los llamados “patricios”) o plebeyos. De la riqueza de cada persona dependían los derechos de los que uno gozaba, por lo que los altos cargos en la política, en el ejército o en el sacerdocio solamente estaban reservados a las personas más ricas.

La erupción del Vesubio en el año 79 es la primera en la historia cuya descripción científica ha llegado hasta nosotros. Esto se lo debemos a un espíritu muy curioso que distinguía a dos personas, testigos de los acontecimientos. Se trataba de un tío y de su sobrino e hijo adoptivo, que gustaban de estudiar y de leer juntos: Plinio el viejo (Caius Plinius Secundus, 23-79) y Plinio el joven (Caius Plinius Caecilius Secundus, 61-c. 112). El primero de ellos era, para la época de la destrucción de Pompeya, toda una celebridad científica. Escritor y militar, era dueño de una amplia erudición, autor de más de 35 libros en los que había descrito alrededor de 20 000 conceptos de las ciencias naturales. En dichas obras, que desafortunadamente se han perdido casi en su totalidad, describió desde la forma de la construcción de nidos de aves canoras hasta las medidas necesarias en casos de mordeduras de serpientes. Incluso acerca de colorantes para el cabello escribió el buen Plinio; y de arte, medicina, jardinería, botánica, astronomía, historia, etc.

Su sed de conocimientos era tal, que en lugar de caminar se hacía transportar por sus esclavos en una litera, pues así podía ir leyendo. Pero esta falta de actividad física tuvo su precio: al mismo tiempo que aumentaban sus conocimientos, también aumentaban su peso corporal y su vientre, al grado que ya le era imposible anudarse él mismo sus sandalias. Pero era tan prestigiado y tan reconocido, que el Emperador lo nombró comandante en jefe de la flota apostada en el puerto de Misenum, no lejos de Nápoles. Esta era la base naval más importante de la marina de guerra romana, por lo que nos damos cuenta del peso político y militar de Plinio, además del físico, claro está.

La erupción de Agosto del 79 sepultó a las ciudades de Pompeya y Herculano. Plinio, al ver desde su casa en Misenum lo que ocurría, ordenó zarpar a la flota. Sus objetivos: observar más de cerca la erupción y ayudar a escapar a la gente que huía hacia la playa. Sin embargo, no pudieron atracar, pues los constantes tremores hacían intransitable la bahía: los barcos se movían como cáscaras de nuez, a merced de las enormes olas. Además, las rocas se desplazaban hacia el mar y hacían imposible a los barcos atracar allí. Por lo tanto, Plinio ordenó dirigirse a la pequeña bahía de Stabiae (la actual Castellammare di Stabia). Una vez allí, desembarcó y permaneció hasta el otro día, en casa de unos amigos. El día parecía de noche, por la cantidad de ceniza expulsada del volcán y que no dejaba pasar nada de la luz solar. Sólo se veía el fuego que emanaba del volcán y se sentían constantemente los tremores incesantes.

Plinius nunca perdió la esperanza de salir de allí y de salvar vidas, y tampoco perdió su curiosidad científica. Fue sorprendido en la playa por una nube de gases volcánicos del flujo piroclástico. Dos de sus esclavos trataron de ayudarlo, pero fue inútil. Al otro día regresaron a buscarlo y lo encontraron, exactamente en donde lo habían dejado: parecía dormido, tranquilamente dormido. El gran Plinius Secundus estaba muerto, debido a su deseo de ayudar a sus semejantes e impelido también por su insaciable curiosidad científica.

25 años después de los acontecimientos en Pompeya, su sobrino e hijo adoptivo Plinio el joven, en una carta al historiador Tacitus, empleando quizá algunos apuntes de su tío, describió lo que vio en aquella funesta erupción, pues él se quedó, por órdenes de su tío, en la villa de Misenum. Esta carta es el primer documento científico que describe una erupción, por lo que ahora se llama “erupción pliniana” a toda erupción volcánica violenta que libera gases en una columna de decenas de kilómetros y genera lo que llamamos “corrientes piroclásticas”, que mata todo a su paso. Pensemos, por ejemplo, que cuando el volcán St. Helen, en los Estados Unidos, hizo erupción en 1980, arrojó a la atmósfera más de 580 millones de toneladas de cenizas.

N.B.: Al estar en el proceso de redacción de este texto, llegó a nosotros la infausta noticia del fallecimiento de nuestra colega y amiga Mónica Trujillo, profesora investigadora de nuestra Escuela de Relaciones Internacionales, por Covid. Concédele, Señor, el descanso eterno, y brille para ella la luz perpetua. Que así sea.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

 

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