Desarrollo humano y social
Democracias liberales y democracias populistas (3ª parte)
26 noviembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Ya hemos analizado, en nuestras colaboraciones anteriores, las características centrales de las democracias liberales y de las nacientes democracias populistas. También hemos subrayado que las actuales crisis sanitaria y económica han golpeado con dureza particular a muchas naciones gobernadas por dirigentes populistas, la Gran Bretaña, Brasil, Estados Unidos y México. Sin embargo, hay que remarcar que, a pesar de que una situación de crisis parezca salirse de control, no debemos pensar automáticamente que los seguidores de estos personajes se puedan desencantar con facilidad y los abandonen en masa. Por el contrario: parece inverosímil que haya habido alrededor de 70 millones de electores que dieran su voto a Trump, a pesar de la pesadilla que ha sido para casi todos el tenerlo en estos últimos cuatro años en la Casa Blanca. La popularidad de los otros líderes mencionados arriba parece igualmente no haber sufrido gran desgaste a pesar del desastroso manejo de la pandemia y de las otras crisis que existen en sus respectivos países.

Es posible, entonces, que la realidad no sea un arma tan poderosa como se pudo haber pensado en el caso de estos demagogos del siglo XXI. Yo mismo pensé que la realidad se encargaría de desenmascararlos y de exhibirlos, pero lo que no pensé es que muchos electores, a pesar de este desenmascaramiento, seguirían brindándoles su apoyo con total entusiasmo. Es más: el fracaso de estos cuatro dirigentes en la gestión de la pandemia llegó incluso a que ya tres de ellos se infectaran del virus, cuya peligrosidad negaron todos ellos de manera resuelta y ligera en un principio. Esto puede llevarnos a pensar que, posiblemente, para grandes grupos de la población no cuentan tanto los resultados o el rendimiento de un gobernante, sino quizá una cierta capacidad de entretenimiento, de distracción y, tal vez, de desquite. Es decir, mucha gente se siente representada por estos dirigentes porque creen que así podrán exigir lo que les pertenece.

En estos espacios ya hemos comentado que los líderes populistas no pueden ser acusados de provocar las graves divisiones que muestran las sociedades contemporáneas, sino que se han aprovechado de ellas y, eso sí, provocan su agravamiento. Pareciera que en el mundo entero hay un proceso en marcha que amenaza con hacer colapsar la confianza y el consenso en torno a los regímenes democráticos. El advenimiento de las redes sociales, que permiten que cualquier persona escriba y que su mensaje llegue literalmente a todo el mundo, ha cambiado el panorama de los medios de comunicación y parece que ha debilitado el papel de periodistas y comunicadores que ejercen su profesión de manera seria y formal, lo que a su vez provoca que en la sociedad se vivan más procesos de atomización y de polarización. También por eso aparecen, de manera cada vez más frecuente, visiones del mundo que no están necesariamente sustentadas en hechos o en la observación de la realidad, sino en conjeturas o en creencias infundadas (complot mundial, conspiraciones, “sospechosismo”, etc.), por lo que la mentira y la difamación, sobre todo si se pronuncian por la boca de los líderes populistas, encuentran amplia difusión y apoyo.

Así, es increíble que, en nuestros días, haya gente que crea que los gobiernos, espías, seres extraterrestres o empresas privadas puedan leernos el cerebro; para evitarlo, aconsejan portar sombreros de hojas de aluminio. Este fenómeno está difundido en Europa, particularmente en el norte. Algunas personas le hicieron caso al Presidente Trump cuando aconsejó tomar ciertos desinfectantes para protegerse del coronavirus, y el Presidente López exhibió sus amuletos en una tristemente célebre conferencia de prensa para explicar cómo se protegía de la pandemia. También afirmó que ser honesto y alejarse de la mentira constituían elementos indispensables para protegerse de la pandemia. Estas actitudes muestran un abierto desprecio hacia la ciencia y frente a la grave responsabilidad de gobernar una nación; además, traen como consecuencia, nuevamente, una profunda división entre los electores.

Sin embargo, como vimos en el caso de Estados Unidos, la victoria electoral de Biden sobre Trump no fue aplastante. En Francia, según las más recientes encuestas, la distancia entre la nacionalista de derecha Marine Le Pen y el Presidente Emmanuel Macron se reduce paulatinamente. Aunque las elecciones serán hasta el 2022, hay que recordar que la victoria electoral de Macron en 2017 no fue por una diferencia grande. Después de este triunfo hay que anotar las protestas, muy violentas, que ha habido en Francia en contra de muchas medidas del gobierno, por lo que también allí vemos cómo los consensos fundamentales de un régimen democrático amenazan con colapsar.

La hasta ahora exitosa gestión del gobierno de Angela Merkel frente a la pandemia ha ayudado a fortalecer la posición de los partidos políticos tradicionales en Alemania, lo que ha coincidido, afortunadamente, con una lucha interna por el poder en el partido populista AfD. Empero, las protestas multitudinarias en contra de las medidas gubernamentales para detener los contagios de Covid 19 nos muestran claramente que muchos ciudadanos no creen en el peligro que representa la pandemia, que los opositores al sistema se caracterizan por tener diferentes orígenes y credos políticos o sociales, que se confabulan para asociarse y luchar juntos, y que la razón y el sentido común también parecen estar entrando en pérdida en sociedades avanzadas.

Todo parece indicar que estamos en una época de electores molestos y enfadados con los resultados de la política y de la economía, lo cual es entendible. Sin embargo, la salida populista es una puerta falsa. En Europa es clara la disputa entre los partidarios de acoger a los migrantes que huyen de países en conflicto, como Siria y los del norte de África, y quienes los rechazan. Algunos dirigentes políticos en países como Polonia y Hungría, aunque sean parte de la Unión Europea, parecen no compartir con ella la cultura política de la democracia, el equilibrio de poderes, el respeto al Estado de derecho y la generosidad con los necesitados. Esto es: parece que las raíces cristianas y democráticas del viejo continente perdieran vigor y vigencia.

A nivel internacional, la retirada paulatina de los Estados Unidos de los escenarios mundiales, en donde antes era normal su presencia, les abre la puerta a países como China o Rusia, potencias que carecen de contrapesos internos, de convicción democrática, de libertades políticas y de escrúpulos en su agresiva política exterior. No quiero decir que los estadounidenses fuesen inocentes, bondadosos y justos en su política exterior, pero al menos sus instituciones democráticas y sus contrapesos internos les daban cierta autoridad, podían ser con frecuencia frenos ante medidas perniciosas y servían de modelo a muchos demócratas. Este proceso de retirada estadounidense no es aprovechado por la Unión Europea, demasiado débil y con muchas muestras de desunión en su seno, como lo demuestran el Brexit y los acontecimientos en Polonia y Hungría, en donde los gobiernos no han demostrado estar muy comprometidos con las ideas de una Europa unida, democrática, subsidiaria y solidaria. Los que sí aprovechan el vacío dejado por Estados Unidos son Rusia, China, Turquía e incluso Siria e Irán, todas ellas, naciones dirigidas por autócratas.

Es tiempo, por lo tanto, de asumir un verdadero compromiso por la democracia y sus valores, que debemos defender con entereza. La visión humanista cristiana de nuestra universidad nos da herramientas, convicción y determinación para hacerlo.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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