En nuestra colaboración anterior comenzamos a hablar de las características de las democracias liberales, con el propósito de compararlas con las democracias que bien podríamos llamar “populistas”, que al parecer están en construcción en algunos países. Hoy seguiremos comentando cuáles son los rasgos más importantes de los regímenes democráticos, con la salvedad, por supuesto, de que en los países occidentales industrializados la democracia tiene una tradición más rica y antigua que en los que podríamos catalogar como “en desarrollo” o “en el umbral”.
Un elemento esencial de todo régimen democrático consolidado es una cultura política que lo sustente en valores y principios, entre los cuales está la convicción, compartida por todos los actores, de que quien pierde un proceso electoral reconoce su derrota. El patético papel que está jugando Donald Trump es un ejemplo puntual de una persona sin la más mínima convicción democrática, además de sus problemas mentales que son tema de los psiquiatras o de los psicólogos, como su marcada personalidad narcisista. Otro punto importante, en una democracia consolidada, es que todos los actores políticos y los ciudadanos reconocen que, para resolver problemas, sólo existen las vías institucionales, y que quien se salga del camino de las instituciones será debidamente sancionado. Este consenso es esencial para todo régimen democrático y permite la discusión y la búsqueda de compromisos aceptados por todos -por lo menos en sus principios fundamentales-, lo cual fortalece la confianza de los ciudadanos. Desde esta perspectiva podemos entender que el daño que está causando Trump a la cultura política estadounidense será tremendo.
Por lo general, los regímenes democráticos liberales, al contrario de los no democráticos, cuentan con una notable legitimación política y una buena capacidad de respuesta, debido a que suelen ser más eficientes, por lo menos, como apuntábamos arriba, en los países occidentales industrializados. Sin embargo, los riesgos de que las democracias puedan colapsar son al parecer cada vez más considerables en la actualidad, debido, entre otros factores, a la aparición exitosa de dirigentes populistas, que aprovechan condiciones contextuales propicias. Es decir: no solamente hay “oferta” de líderes populistas, sino que esto obedece a que también existe, en amplios sectores de la población, una “demanda” por ese tipo de liderazgos.
Algunos de estos dirigentes políticos parecen orientarse e inspirarse por modelos políticos de años pasados, como sucede por ejemplo en México, en donde el Presidente de la República afirma añorar al régimen anterior a lo que él llama “etapa neoliberal”, que ve arrancar en la década de los 80 del siglo XX, y constantemente rememora la lucha de liberales y conservadores del siglo XIX. Esto puede ser que sea una reminiscencia de su formación política en el PRI, protagonista principal del régimen autoritario que vivió México en el siglo XX, pues sabemos, según lo analizó Juan José Linz, que los regímenes autoritarios, al contrario de los totalitarios, se inspiran en las llamadas “mentalidades”, formas de pensamiento que se nutren de lo que ayer fue, en lugar de tener la vista puesta en el futuro.
Otro factor muy importante que puede explicar el éxito de los dirigentes populistas y demagogos es que la política se ha hecho cada vez más centrada en la persona y no en las instituciones, por lo que muchos electores buscan con ansias a dirigentes populares fuertes, carismáticos y que prometen solucionar todos los problemas de una buena vez y rápido.
Los regímenes no democráticos fueron estudiados de manera profunda por Linz, quien destaca que, para estudiar los tipos de régimen, hay que tomar en cuenta los siguientes elementos: la forma de ejercer el poder, las formas de organización, los sistemas de creencias y de valores, la vinculación del poder estatal y la esfera social, y la asignación de papeles a la población en los procesos políticos. Así, por ejemplo, los regímenes autoritarios se caracterizan por contar con un pluralismo limitado (por ejemplo, algunos de ellos son o fueron sistemas de partido hegemónico), no tienen una ideología ampliamente formulada y generalmente no recurren a una movilización de la gente, salvo en ciertas etapas de su desarrollo. Este famoso politólogo categorizó al México de 1930 al 2000 como un régimen autoritario, pues había un partido hegemónico, con un pluralismo partidista muy acotado; dicho partido se organizaba de manera corporativa, el poder presidencial se ejercía de manera vertical sobre gobernadores, miembros del gabinete, funcionarios del partido y poderes legislativo y judicial, no existía una ideología sino una “mentalidad”, más orientada por el pasado que por el futuro, y el grupo gobernante tenía una tenue relación con el electorado, puesto que no le debía nada.
Las democracias populistas que se han venido construyendo en los últimos años, si bien comparten con los antiguos regímenes autoritarios algunas características, como la búsqueda de un pluralismo muy acotado y una acusada concentración del poder, se distinguen por los rasgos siguientes: son democracias directas, es decir, privilegian la práctica de la democracia participativa, en forma de consultas populares o de referendos; no son partidarias de debates o de la búsqueda de consensos, sino que privilegian la unanimidad sin discusión en torno al líder; se desarrollan a partir de una polarización en la sociedad y buscan profundizarla. Los actores de los regímenes populistas son tres: el líder, su pueblo bueno, justo y sabio, y los enemigos, tan necesarios; además, requieren de tres elementos fundamentales: el nacionalismo, los símbolos y las emociones.
Hemos visto arriba que la democracia requiere de una población informada y participativa, convencida de que la democracia es el mejor régimen político que podemos darnos; sin esto, la democracia no puede consolidarse ni subsistir, máxime cuando estas épocas de “verdades alternativas”, de “noticias falsas”, de ocurrencias emitidas desde púlpitos muy elevados como lo son las presidencias de repúblicas como Brasil, México o Estados Unidos, saturan los medios, empobrecen el debate, pervierten la política, amenazan a los críticos, banalizan las instituciones y amedrentan a los que piensan de manera independiente. Lo que más temen los gobernantes populistas quizá sean precisamente las crisis. Es evidente que a nadie le gusta tener que enfrentarse a una crisis, pero algunos dirigentes, como la Sra. Angela Merkel, se han crecido al enfrentar a la pandemia. Otros, como Boris Johnson, Jair Bolsonaro, Andrés Manuel López o Donald Trump se han visto totalmente rebasados por la emergencia sanitaria y por algo que generalmente se rehúsa a ajustarse a los discursos populistas: la realidad. Sobre esto reflexionaremos en la siguiente entrega.
Dr. Herminio S. de la Barquera A. Decano de Ciencias Sociales UPAEP |