Desarrollo humano y social
Los orígenes medievales de los altares de muertos
05 noviembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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En otras ocasiones hemos hablado en este espacio acerca de la festividad de los Todos Santos, así como también de esa grotesca bobería de Halloween, que el mundo entero ha imitado y asimilado ciegamente, sin chistar, al punto que ya podemos decir que forma parte de las tradiciones mexicanas, aunque nos duela. Los orígenes cristianos de dicha celebración ya han quedado, desafortunadamente, en el olvido completo, para dejar el paso a una ensalada ridícula de monstruos y criminales. Hoy hablaremos de los orígenes medievales de la muy mexicana festividad del Día de Muertos, una de las más importantes en el calendario litúrgico y en las costumbres de la cristiandad, sobre todo en los países de cultura católica.

Se trata, en primer lugar, de una pareja de festividades: Todos Santos, el 1° de Noviembre, y los Fieles Difuntos, el 2. Ya desde los primeros siglos del cristianismo era claro que sería imposible conmemorar a todos los santos en una festividad particular para cada uno de ellos, por lo que, en el año 610, el Papa Bonifacio IV estableció el 13 de Mayo para recordar a todos los santos. Un antecedente para la conmemoración de todos los difuntos parece encontrarse en noticias transmitidas por Isidoro de Sevilla en ese mismo siglo; la festividad se celebraba después de Pentecostés.

Sin embargo, el establecimiento más firme de dicha fiesta ocurrirá después, en el año 998, cuando el Abad Odilio (u Odilón) de Cluny (c. 962-1049) decretó, para todos los monasterios dependientes de Cluny, el día dos de Noviembre para conmemorar a las personas fallecidas y que aún se encontraran en el purgatorio. Paulatinamente, esta costumbre se comenzó a extender a regiones y poblados fuera de lo que abarcaba el decreto original, incluyendo a Roma. Surge así, de la mano de este gran abad, el “Dies in commemoratione omnium fidelium defunctorum”, el día de los fieles difuntos, un día después del de Todos Santos. Originalmente, se trataba de que, particularmente en ese día, se recordara a las almas que seguían padeciendo en el purgatorio, por lo que se instaba a todos a que, por medio de oraciones, peticiones, rezos, limosnas y visitas a los cementerios, ayudaran a que pudiesen transitar al cielo.

Originalmente, en Europa la gente acudía en gran número a los cementerios no solamente el día dos sino también el 1° de Noviembre. En algunos lugares se acostumbraba (o aún se acostumbra) ornamentar las tumbas con flores o con piezas de pan especialmente preparados para esta festividad. También se encendían velas de diferentes tipos, aunque su significado aún no está claramente definido. En otras regiones se preparaba una especie de pastel, cuyos orígenes quizá estén en Inglaterra, de donde después se extendería a sus posesiones en Norteamérica. Como los niños pobres generalmente acudían de casa en casa pidiendo un poco de este pan dulce, es probable que allí esté el origen de pedir con las palabras “Trick or treat”, que ahora se relaciona con el Halloween.

En la Europa medieval, además, se colocaban altares en las iglesias y en las casas para recordar a los santos el 1° de Noviembre, adornándolos con flores, velas y pan hecho especialmente para esta ocasión. En algunas iglesias se colocaban reliquias de santos y mártires, pero como eso no era siempre posible, se hacían piezas de pan en forma de huesos o de cadáveres, lo cual también se hacía en algunas casas. Estas costumbres llegaron a nuestras tierras en época del dominio español, de mano tanto de los conquistadores como de los frailes y de los misioneros jesuitas. Obviamente, en lugar de las flores europeas se emplearon flores de estas latitudes, sobre todo la tradicional flor de cempasúchil. Otros elementos europeos también llegaron, como diversos dulces y el papel picado. El pulque es aportación nativa, pero el fenómeno en general, el altar de muertos, es de origen europeo. Lo que ocurre es que casi siempre se piensa que la mayor parte de esta costumbre es mexicana, siendo que es al revés: es herencia medieval europea, tal como lo pudo constatar la Dra. Elsa Malvido (1941-2011), en sus numerosas investigaciones en torno a la muerte y a sus rituales en México.

Ella llegó a la conclusión de que la mayor parte de los rituales que observamos regularmente en nuestro país en los primeros días de Noviembre (quitando, obviamente, al Halloween) provienen de Europa e incluso las hay de orígenes romanos. Los resabios indígenas, afirmaba, son realmente pocos. En la fiesta de Todos Santos, durante el virreinato, por ejemplo, la gente recorría la mayor cantidad de altares, iglesia por iglesia, para ganar indulgencias. Y antes de entrar a la última, compraban un pan o un dulce de azúcar en forma de reliquia, para que el sacerdote los bendijera; una vez en casa, los feligreses colocaban estas viandas en una mesa junto al santo de la familia, con algunas frutas y bebidas. Allí parece estar el origen del altar de muertos, no en las culturas prehispánicas. Lo mismo encontramos en algunos países de América del Sur y en Italia o España. La idea de que los difuntos de la familia visitan ese día el hogar y llegan a comer es incluso más antigua que el cristianismo, pues era una antiquísima tradición romana.

Según lo que la Dra. Malvido publicó, después de realizar investigaciones muy extensas, la costumbre de mantenerse velando en los cementerios tampoco es una herencia prehispánica. En el México posterior a la conquista, eso solamente se realizaba el Sábado Santo, cuando alguien acababa de fallecer y al año del fallecimiento. Pero cuando las Leyes de Reforma suprimieron los cementerios en las iglesias, esa tradición y la verbena que la acompañaba se movió a los nuevos cementerios, sobre todo a los sepulcros de las personas adineradas. Durante la noche, la gente acudía a ver esas tumbas tan ricamente adornadas; al poco tiempo, cada quien adornaba según lo que permitían sus posibilidades económicas y comenzó a propagarse la costumbre de visitar y pernoctar en los cementerios durante la noche de muertos.

Así que, como vemos, estamos ante una tradición más de origen medieval y que después se mezcló con elementos propios, aunque el fundamento es mayormente católico, no indígena prehispánico. México es quizá el país de América con la herencia medieval más rica del continente. Basta con leer las excepcionales aportaciones del erudito diplomático y medievalista mexicano Luis Weckmann (1923-1995) en torno a este interesantísimo tema. El saber los orígenes de muchas de nuestras costumbres puede ayudarnos a cuidarlas y seguirlas defendiendo de la irrupción de costumbres promovidas por el mercantilismo barato y por las ilógicas ansias de imitar lo extranjero, como sucedió ya con Santa Claus, el Halloween y los anglicismos tan de moda en nuestra querida universidad.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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