“…todo cambio, como el de época que estamos viviendo, pide un camino educativo, la constitución de una aldea de la educación que cree una red de relaciones humanas y abiertas. Dicha aldea debe poner a la persona en el centro, favorecer la creatividad y la responsabilidad para unos proyectos de larga duración y formar personas disponibles para ponerse al servicio de la comunidad”. (p. 3) 1
El pasado 15 de octubre el Papa Francisco lanzó la convocatoria abierta a todo el mundo –creyentes de las distintas confesiones religiosas y no creyentes- para firmar un pacto educativo global que nos ayude a transformar las condiciones de exclusión, desigualdad y violencia en que vivimos hoy, que caracterizan lo que él llama la “cultura del descarte”, la cultura en la que todo y todos somos prescindibles porque se nos concibe como medios y no como seres con dignidad.
Podría suceder que un buen número de personas y colectivos rechacen o ignoren este llamado porque proviene del líder de la Iglesia Católica pero dejando de lado las creencias o las filias y fobias personales o de grupo y analizando la motivación de origen y el contenido de esta iniciativa, no cabe duda de que se trata de una invitación urgente para todos los seres humanos que todavía creen en la posibilidad de construir un mundo mejor, un mundo en el que quepan todos.
Veamos por qué.
Es difícil negar que nos encontramos en un mundo dominado por la egolatría que se manifiesta en rupturas: entre generaciones, entre diferentes pueblos y culturas y entre los sectores minoritarios cada vez más ricos y los sectores mayoritarios cada vez más pobres, entre los hombres y las mujeres, entre la economía y la ética, entre la humanidad y el planeta tierra, como afirma el documento de trabajo del que tomo las citas de este artículo y el mensaje grabado que dirigió el Papa Francisco el día del lanzamiento de esta convocatoria – que puede consultarse en esta liga: https://www.vaticannews.va/es/
Resulta muy evidente, vivencialmente evidente que estas fracturas no son solamente producto de la mala voluntad individual de las personas sino que se han expresado en estructuras socioeconómicas y en sistemas de gobierno que en lugar de promover el bien común, contribuyen a la reproducción y al agravamiento de estas separaciones que son como dice Morin, el mal humano, el “diabolus”, lo que separa y rompe la necesidad de religación entre los seres vivientes y entre los humanos.
También considero que es muy claro que esta crisis del cambio de época que hoy vivimos en el que todo un mundo ya caduco está en descomposición y aún no se perfila claramente el mundo nuevo que nacerá si no ocurre antes la catástrofe y la ruina que nos conduzca a la autodestrucción, está pidiendo con urgencia un camino educativo, como dice el documento del pacto “la constitución de una aldea de la educación que cree una red de relaciones humanas y abiertas”, una nueva red a partir de poner a la persona en el centro –no a la manera del antropocentrismo en decadencia de la modernidad sino en una nueva perspectiva que mire al ser humano como arraigado y desarraigado simultáneamente de la naturaleza- para favorecer la creatividad y la responsabilidad en la construcción de un nuevo proyecto de humanidad.
Esta aldea educativa no la van a construir los gobiernos que responden más bien al viejo modelo ya en proceso de descomposición. “Sería infantil…esperarlo todo de aquéllos que nos gobiernan…” dice Francisco. De modo que la construcción de esta aldea global de formación de las nuevas generaciones depende de que muchos agentes sociales –educadores profesionales, padres de familia, trabajadores de los medios de comunicación, hombres y mujeres de la cultura, la ciencia y el deporte, artistas, etc. firmen un pacto educativo no en el discurso sino “a través de su testimonio y su trabajo” que promueva los valores de cuidado, paz, justicia, bondad, belleza, aceptación de los demás y hermandad que hoy resultan indispensables.
Tal vez resulte más complicado aceptar que el punto de partida para firmar este pacto es desmontar las guerras que están dentro de nosotros mismos porque hemos perdido la capacidad de abrirnos a los demás, porque hemos introyectado hasta los huesos esta egolatría disfrazada muchas veces de libertad inividual y búsqueda de la felicidad, porque como dice el documento de trabajo “la alteridad se considera un obstáculo para la afirmación de la identidad”.
Sin embargo, si hacemos un ejercicio sistemático y profundo de introspección creo que podemos descubrir esas guerras internas y esa distorsión del concepto de identidad y de felicidad y descubrir que no hay forma de ser libres sin los demás, porque nuestra libertad está ligada con la de los otros y nuestro destino está encadenado necesariamente al de la sociedad y la humanidad a las que pertenecemos.
Hacer este ejercicio nos llevará a darnos cuenta de que no podemos ser felices si no incorporamos en nuestro proyecto de felicidad a los demás, porque los demás pueden ser amenaza o riesgo pero son finalmente oportunidad de autotrascendernos y de realizarnos.
Desde esta perspectiva y a partir de estos descubrimientos podremos trascender esos paradigmas de la educación centrada en el profesor o en la enseñanza e incluso las nuevas propuestas de la educación centrada en el estudiante y en el aprendizaje para construir una perspectiva más compleja y rica de la educación que esté centrada en la relación educativa, que valore como el medio esencial para educar, la relación educativa (p. 12).
Una vez que aceptemos el valor de la relación educativa y la necesidad de salir de nosotros mismos y encontrarnos con los demás para que pueda haber educación y a partir de ella puedan nacer los proyectos necesarios para construir la nueva época, descubriremos como dice el llamado al pacto educativo, que “…El verdadero servicio de la educación es la educación al (para el) servicio” (p. 17).
Ese camino pedagógico que nos propone el documento de invitación al pacto educativo es un camino difícil pero lleno de descubrimientos, un camino que nos puede hacer transitar desde el túnel obscuro en el que se encuentra el mundo de hoy hacia los paisajes llenos de luz –y también de nubes y tormentas- de la humanidad del mañana.
La firma del pacto conlleva la renovación de la esperanza, la convicción de que a pesar de todas las señales negativas el mundo puede cambiar (p. 13) y puede dejar de ser el enorme, espectacular y frío centro comercial planetario en el que todo se compra y se vende para ser el hogar común, más sencillo, más austero, pero más cálido y propicio para construir vidas que valgan la pena.
Creo que no hay mejor manera de cerrar esta invitación a sumarnos al pacto educativo global que la cita de Hannah Arendt con la que concluye el documento de trabajo ya citado:
“La educación es el momento que decide si amamos lo suficiente al mundo como para responsabilizarnos de él y salvarlo de la ruina, lo cual es inevitable sin renovación, sin la llegada de nuevos seres, de jóvenes. En la educación se decide también si amamos tanto a nuestros hijos al punto de no excluirlos de nuestro mundo, dejándolos a merced de sí mismos, al punto de no quitarles su oportunidad de emprender algo nuevo, algo impredecible para nosotros, y los preparamos para la tarea de renovar un mundo que será común a todos” (p. 17).
Referencias / References
1Todas las citas de este artículo fueron tomadas de: Pacto educativo global. Instrumentum laboris. https://www.
Dr. Juan Martín López Calva. Decano Artes y Humanidades UPAEP |