Desarrollo humano y social
¿En qué mundo vamos?
22 octubre Por: Juan Pablo Aranda Vargas
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El politólogo hace de la lectura de medios una costumbre. Leemos como una necesidad vital, recorriendo las noticias al tiempo que componemos y recomponemos esquemas y previsiones, buscando pistas, puntos de inflexión que marquen un antes y un después en la existencia de un fenómeno político. Pensamos en avanzada, tratando de dotar de sentido al caos del acontecer diario, vertebrando la historia de un país o de la comunidad internacional a través de hilos conductores. Ya la democracia, la promoción de los derechos humanos, la justicia, la erradicación del hambre; o bien el nacionalismo exacerbado, la división en grupos, o clases, o tribus o, en el lenguaje de Lipovetsky, narcisismos colectivos; la historia siempre discurre, en este sentido, como interpretación.

El día de ayer la comunidad politológica de la UPAEP despertó con un peculiar cosquilleo. El café no lograba quitar esa sensación arenosa en la boca cuando la expectativa nos tiene en vilo; el vapor caliente del baño nada podía hacer contra el escalofrío recorriendo la médula espinal, como un relámpago erizando la piel; el desayuno fue consumido con diligencia y en silencio, masticando al tiempo que meditábamos: un punto de inflexión, tan ansiado, estaba al alcance de las manos. La historia de un día, de meses, de tres años, vertebrada en una sola palabra: "justicia". En la clase, sentados frente a la computadora, calificando, leyendo, una inquietud interrumpía la concentración, forzando reponerse a la vulnerabilidad de quien espera para estar en condiciones de hacer nuestro trabajo adecuadamente.

Justicia. Básica. Elemental. Justicia para uno de los nuestros. Mara. Menos de veinte años y ya convertida en víctima de la vorágine de la violencia mexicana. Mara, muerta bajo el signo del feminicidio, es decir, crimen de estupidez y resentimiento, de misoginia y sexismo. Justicia simbólica, porque la justicia concedida a una no alivia los miles, los cientos de miles de casos que han quedado y quedarán sin resolverse. Justicia simbólica, también, como punto de quiebre, como pequeño gran triunfo, como palanca de apoyo, como principio de esperanza hacia el futuro. Como horizonte y pretexto, como catalizador.

Y, sin embargo, apenas pasado el mediodía, el cosquilleo se había esfumado. Ya no había expectativa, el punto de inflexión no iba a llegar. La esperanza tendría que esperar. No mañana, ni la siguiente semana. La autoridad judicial decretaba que la justicia para Mara no sería. El juicio fue diferido hasta el 26 de octubre. Si la justicia ha estado muda durante tres años, ¿qué importan unos cuantos días? ¿No pecamos de impaciencia quienes clamamos por justicia?

"Limpiaremos al país de corrupción e impunidad; habrá justicia", "habrá justicia en el caso LeBarón", "la justicia va a llegar, tarde, pero va a llegar". Las frases del presidente López Obrador se quedan en promesas vacías, en auténticos libelos contra el estado de Derecho. La justicia no puede llegar tarde. Para ser justicia, debe llegar a tiempo. Debe seguir celosamente los procedimientos establecidos en la ley, al tiempo que pone los medios para garantizar que la justicia sea expedita. Cuando la justicia llega tarde, causa un dolor injustificable a quien la exige.

El caso de Mara no es distinto al de millones de víctimas que, día con día, se enfrentan a un sistema de justicia roto. Mientras los ciudadanos, víctimas de una violencia que se salió de las manos desde hace ya casi quince años, tenemos que esperar pacientes a que el juez, engalanado con esa arrogancia del pequeño funcionario a quien se le ha dado algo de poder, se digne hacer su trabajo, los criminales son liberados bajo tecnicismos que tuercen cínicamente el espíritu de la noción de debido proceso. Y si el tecnicismo falta, entonces habrá que corromper al custodio, a fin de poder salir de la cárcel en carruaje real, casi escoltado por aquellos cuyo deber único es ser, en el lenguaje de Platón, perros fieles y leales hacia los ciudadanos, y lobos implacables hacia los enemigos de la ciudad.

El mundo al revés. Mafalda tiene razón: ¡cuántos de nosotros no quisiéramos dormir, esperando que nos despierten cuando el quinto mundo, el décimo-octavo mundo, el quincuagésimo-tercer mundo, en el que por fin ha llegado la anhelada justicia, se haya materializado!. Quino se quedó dormido, le fallaron las fuerzas mientras esperaba por ese mundo que vislumbró. Del esfuerzo de cada uno dependerá que la herida abierta de los cientos de miles de víctimas sea aliviada–al menos en parte, aunque esa parte sea mínima, pues todo lo que no sea la vida del ser amado resulta odioso–por el fresco bálsamo de la justicia. Quizá Mafalda, hoy huérfana como tantos y tantas, despierte un día a un mundo mejor.

Dr. Juan Pablo Aranda Vargas.
Profesor Investigador
UPAEP

 

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