Desarrollo humano y social
Ciencia y política (primera parte)
22 octubre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Las relaciones entre la política y la ciencia constituyen todo un tema de discusión y análisis. En los días recientes, hemos sido testigos de cómo el gobierno federal muestra una completa falta de empatía y de interés con respecto a los temas del desarrollo de la ciencia y de la tecnología en nuestro país. Primero, fue el ya largamente anunciado golpe contra los fideicomisos (que además atienden a numerosos temas y ámbitos no exclusivamente científicos, pero igualmente muy importantes) y después, para rematar, el anuncio de la suspensión del estímulo económico para los investigadores nacionales que trabajan en instituciones privadas. Ciertamente, parece que para los políticos mediocres y para los autócratas de medio pelo la ciencia no es relevante. Son tristemente célebres las palabras del presidente del tribunal revolucionario francés que, en 1794, condenó a muerte al famoso químico Antoine Lavoisier: "La república no necesita de científicos…" La presidencial frase desde el Palacio Nacional ("Los que defienden a los fideicomisos defienden la corrupción") no está intelectualmente muy lejos del tribunal francés de la época del terror.

No es mi interés ahora analizar las verdaderas razones que están detrás de estas medidas, que no se reducen, según yo, a la falta de dinero para los proyectos clientelares del Presidente López a menos de un ańo de las elecciones federales intermedias, sino que se explican quizá con mayor solidez a partir de sus objetivos de control y de concentración de poderes y facultades. Lo que pretendo mostrar ahora a mis curiosos, amables, fieles y finos cuatro lectores es una serie de reflexiones sobre las relaciones entre la política y la ciencia.

Suele nombrarse al mundo actual, o, mejor dicho, a la sociedad actual, como "sociedad postmoderna", "postindustrial", "de servicios", "globalizada", etc., pero también se habla de una "sociedad del conocimiento". Esta última denominación muestra dos aspectos: por un lado, el hecho indiscutible de que, en los últimos 150 ańos, aproximadamente, ha ocurrido una expansión del conocimiento como nunca antes había tenido lugar en la historia de la humanidad; por otro lado, es un reflejo de la confianza que se tiene en que el conocimiento científico es una figura clave para resolver los problemas más ańejos y persistentes de la sociedad, como la pobreza, la injusticia, la desigualdad, el hambre y la guerra, etc.

Por lo tanto, el conocimiento aparece junto a dos factores fundamentales para entender el desarrollo de la sociedad humana: el poder y el dinero. En la industria, en la sociedad y en la política, el conocimiento se puede transformar en dinero y en diferentes tipos de poder. No puede uno imaginarse, en la historia de la humanidad, que una civilización que descuella sobre las demás solamente lo haya logrado por su poderío militar (que también está basado en cierto tipo de conocimiento). La civilización romana, digamos a guisa de ejemplo, al igual que otras muy duraderas, se basó en sus conocimientos de arquitectura, de ingeniería, de lo que hoy llamamos "humanidades", de la milicia, etc. Otras estructuras de poder, ayunas de ciencia, como la que logró construir precariamente Atila, no sobrevivieron mucho tiempo. Sin ese soporte, la obra del reyezuelo huno murió con él.

En la sociedad actual, tan compleja, existe una relación de reciprocidad entre los diferentes elementos que la constituyen y que se necesitan mutuamente. ¿Qué haría la política si el sistema económico no funciona? ¿De dónde saldrían los impuestos y las inversiones? ¿Qué haría la ciencia sin desarrollo económico? ¿Qué haría la industria sin investigación científica y tecnológica? ¿Qué haría la sociedad sin las reflexiones de las disciplinas humanistas y sociales? ¿Cómo imaginarse a la política y a la administración pública sin estudios de políticas públicas? Esto quiere decir que no solamente hay una relación de reciprocidad entre estos elementos, sino también que existe una corresponsabilidad de todos ellos en el bienestar (palabra de moda de la cuatroté) y en el desarrollo de la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, hay diferencias entre estos elementos. En la industria y en general en el sector económico, se busca la ganancia, el dinero. En la política, la recompensa por los esfuerzos realizados se alcanza con el ejercicio del poder. En la ciencia, según lo advirtió Niklas Luhmann, la recompensa es la reputación, que significa que quien goza de ella disfruta de credibilidad. Ciertamente, creo que a todos nos ha de gustar ganar bien, pero la importancia que en el mundo científico y académico le damos a la reputación no se compara con el mundo de la política, en donde el acento se pone en el ejercicio del poder, que generalmente, sobre todo en sistemas políticos sin muchos controles y contrapesos, puede ir aparejado con el acceso a recursos económicos y a la riqueza. Es relativamente fácil encontrar políticos poseedores de una "riqueza inexplicable", como Manuel Bartlett, pero es muy difícil encontrar académicos o científicos con una riqueza similar, a menos que se ganen el Premio Nobel, la lotería, el avión presidencial o el sorteo UPAEP.

Generalmente, las crisis ponen de manifiesto la distancia entre la política y el conocimiento. Cuando las naciones invierten en ciencia, están mejor armadas para enfrentar situaciones de crisis, aunque la política muchas veces reaccione tarde. La pandemia actual nos muestra la relevancia que el conocimiento científico tiene o puede tener para tomar decisiones políticas. Países dirigidos por personajes reacios a reconocer la importancia de la ciencia -como Johnson, Bolsonaro, Trump o López- han tenido más dificultades para enfrentarse a la situación y controlarla (o "domarla", como dicen en Palacio Nacional), que otros en donde la cercanía entre la política y la ciencia es más estrecha -aunque no todo lo que se podría idealmente esperar-, como Alemania. Lo más frecuente es ver que la política reacciona tarde ante situaciones críticas, pues, aunque algunas naciones inviertan mucho dinero en el desarrollo científico y tecnológico, generalmente esas sumas no son suficientes para prepararse ante peligros que aún no aparecen ni se vislumbran adecuadamente. La estrechez de recursos y la inmediatez de las decisiones políticas constituyen un grave problema.

Así, podemos preguntarnos por qué muchos gobiernos tardaron tanto tiempo en reaccionar, ignorando las llamadas de alerta de los científicos, quienes desde hace ańos habían expresado su preocupación acerca de la probabilidad, cada vez mayor y más cercana, de que estallase una pandemia como la que ahora nos azota. Hubo gobiernos, como el de Austria, que, después de un pasmo inicial, al menos reaccionaron con vigor cuando empezaron a llegar noticias alarmantes desde la vecina Italia. Pero también hay dirigentes, como los mencionados arriba, que siguen sin reaccionar debidamente a pesar de la gravedad de la situación. Por lo tanto, las relaciones entre la política y la ciencia, como vemos, no son fáciles. Esto se debe en parte a que ambas disciplinas cumplen con diferentes papeles o funciones (o "roles", como dice el popular anglicismo), y en parte también a que tienen distintas formas de trabajar. Sobre esto volveremos en nuestra siguiente colaboración.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

 

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