Desarrollo humano y social
Montesquieu y la división de poderes
16 octubre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Hay países que son gobernados por un solo hombre; en algunos otros, ejerce el poder un grupo reducido. En ambos casos, estas personas deciden qué hacer con las cosas y con los ciudadanos. Nadie les pone freno. Es el caso de Arabia Saudí o de Corea del Norte; es el caso de Cuba o de Nicaragua. Y ahora, todo parece indicar que México está entrando a ese “selecto” grupo de países dominados por una sola persona. En menos de una semana, entre el jueves 1° y el martes 6 de Octubre, vimos cómo el poder del Presidente de la República se desenvuelva libre de contrapesos: la Suprema Corte se pliega de forma indigna a sus deseos y declara constitucional “un concierto de inconstitucionalidades”. A los pocos días, el Tribunal Electoral vuelve a mostrar un camino errático y provoca más intranquilidad que certeza, cediendo a presiones aparentemente provenientes del Palacio Nacional. Y, como último acto de esta trilogía de desvergüenzas, la Cámara de Diputados reafirma su férrea convicción de ser servidor del Presidente, no de los mexicanos, y, pasando por encima de todo tipo de argumentos científicos, resuelve acatar los deseos de López para eliminar 109 fideicomisos, con el argumento de costumbre: que estaban podridos en la corrupción, pero sin aportar una sola prueba.

Por eso no es gratuita la afirmación del diario británico “Financial Times”, publicada en su editorial de hace unos días, en el sentido de que el Presidente mexicano se ha convertido en la nueva figura del autoritarismo en América Latina, una figura que se suponía ya había quedado atrás. Además, calificó de “intolerante” a López. Como dando la razón al diario -muy prestigiado, además- López lo criticó y le dedicó mucha atención, lo cual ya es costumbre cuando se trata de atacar a la prensa. Cuando uno observa la conducta del primer mandatario, puede comprender las razones de la llamada “División de poderes”. Y es que, cuando el poder se concentra de manera descontrolada en unas pocas manos, se recrudece la violencia, desde la verbal hasta la física. Por eso había en muchos países que hoy son democracias mucha violencia en el pasado; por eso sigue habiendo violencia en muchos otros, pues no hay una distribución del poder entre muchos actores, sino entre muy pocos. En México, parece que todas las decisiones más importantes las toma una sola persona: el Presidente.

Los reyes, antiguamente, y los dictadores en la actualidad pretendían y pretenden cubrir simultáneamente tres funciones: ser jefes del gobierno y de las fuerzas armadas, supremos legisladores y jueces. Es por eso que, en el siglo XVIII, algunos pensadores, entre ellos el famoso Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu (1689-1755), expresaron su temor ante dicha concentración del poder. Por eso, para proteger a los ciudadanos del abuso de los gobernantes, desarrollaron la idea de la división de poderes: el gobierno (poder ejecutivo), la legislación (poder legislativo) y la jurisprudencia (poder judicial) deberían estar distribuidos en diversos órganos del Estado. Esto era, en aquellos años: el poder ejecutivo debía descansar en el rey, como jefe del gobierno; el poder legislativo en un parlamento electo por la población; y el judicial en jueces que, según las leyes, son quienes dictan sentencia e interpretan las leyes. Estos tres órganos deben ser independientes entre sí y ejercer un control mutuo.

Uno de los sellos más distintivos de las democracias modernas es precisamente esta división de poderes, en la que la independencia de los jueces es determinante. Los jueces deben estar al servicio del Estado de derecho, sin consideración alguna frente a temas políticos o de acomodos frente al Ejecutivo. Pero además del control que sobre este ejerzan tanto el poder judicial como los legisladores, hay un elemento más, que también es indispensable en una democracia: el papel de la oposición, pues a ella corresponde un papel fundamental en el control del Poder Ejecutivo. En un país democrático hay además otras formas de distribuir el poder. Por ejemplo, en un país estructurado de manera federal, como México, la toma de decisiones se distribuye así mismo entre las 32 entidades federativas, quienes toman parte en la expresión de la voluntad política por medio del Senado y de sus respectivos congresos locales.

Y eso no es todo: como en una democracia existe libertad de prensa y de expresión, los medios de comunicación deben jugar un papel importantísimo para denunciar e investigar casos de abusos del poder tanto en los aparatos del Estado como en la sociedad. No es función de los políticos quejarse de los medios, pues es obvio que su tarea, al ser pública, debe estar sujeta al escrutinio de dichos medios. A los políticos (como a la mayoría de las personas) no les gusta que los critiquen, pero esto es parte inseparable y muy necesaria del ejercicio del poder público en una democracia.

El concepto y la idea de la división de poderes, en contra de lo que muchos piensan, no son originales de Montesquieu, si bien él fue uno de quienes más escribieron sobre el tema. La idea ya estaba presente en Aristóteles, y varios pensadores del siglo XVIII la retomaron. Montesquieu, por ejemplo, habla de ella en su obra “Del espíritu de las leyes”, de 1748. Dice, para fundamentar su propuesta, que la libertad sólo puede existir si los poderes legislativo, ejecutivo y judicial están separados estrictamente en un sistema moderado de gobierno; si esto no ocurre, aparece la amenaza de la violencia ejercida por un déspota. Para evitar esta situación, “el poder debe poner límites al poder” (“Que le pouvoir arrête le pouvoir”).

En esta obra encontramos las siguientes ideas: 1. Tan pronto como una misma persona o institución se concentran las facultades legislativas y ejecutivas, ya no hay libertad. 2. Tampoco habrá libertad cuando los jueces no estén separados de los otros poderes. 3. Todo estaría perdido si la misma persona o corporación, ya sea de los poderosos, de los nobles o del pueblo, expidiera leyes, tomara medidas públicas y juzgara delitos. 4. La libertad sólo existe bajo gobiernos moderados. La experiencia nos enseña que cuando alguien llega al poder, tiende a abusar de él, por lo que es necesario que el poder limite al poder. 5. Si no existe una verdadera división de poderes, no habrá libertad alguna.

Así que, si seguimos lo dicho por el barón de Montesquieu, en México nos estamos acercando peligrosamente a un escenario muy obscuro: un Presidente que nunca ha demostrado tener un talante democrático, que no tolera la crítica de la prensa ni de nadie, y obsesionado por la concentración del poder a como dé lugar; una oposición desbaratada, desorganizada y desprestigiada; los poderes legislativo y judicial obsequiosos y serviles con el Presidente, y una población que sigue creyendo, a pesar de todo el desastre, en las ocurrencias que se repiten día a día en el Palacio Nacional. Si esto sigue así, tardaremos mucho tiempo en salir de esta triste situación.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

 

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