Desarrollo humano y social
Filosofía, política y literatura
30 marzo Por: Fidencio Aguilar Víquez
Pin It

 

Después de algunos años de estar en la vida política –en esa parte que es la función electoral que ha servido para legitimar el acceso a los cargos de elección popular-, regreso a la universidad sin haber dejado, en todos esos años, de hacer investigación y ejercitado la docencia. Varias instituciones me hicieron favor de invitarme a impartir cátedra en sus aulas y a sus alumnos de grado y de posgrado. En esos años, a mi formación filosófica y a mi ejercitación política-electoral pude añadir un área que ya como docente y como investigador se me había mostrado de diversas maneras: la literatura en sus diversas formas, desde la épica y la narrativa hasta la poética y el ensayo. Hoy estoy convencido que tengo un buen trípode para sostener una buena cámara –la del conocimiento- y enfocar mejor la realidad polifónica.

Mi regreso a la universidad tiene que ver con una vena que durante muchos años fue creciendo y desarrollándose: el estudio y la investigación. Y en particular, ahora, el estudio y la investigación de la obra de un gran hombre que ha hecho mucho bien a la universidad y a la formación de sus alumnos, don Manuel Díaz Cid. Ya habrá tiempo y momento de hablar de este gran hombre y de su obra, por ahora baste señalar que durante varios años de estudio y de trabajo publicamos dos libros sobre el periodo previo a las independencias de los países del cono sur de Hispanoamérica, en esos años del 88 al 92.

De entonces a la fecha, don Manuel tiene la generosidad de invitarme –junto a otro amigo común- a estudiar temas que tienen que ver con la modernidad, su historia, su conformación, su desarrollo y su crisis. Sus análisis no dejan de mirar la realidad sobre todo para conocerla, asumirla y afrontarla. En realidad se trata del reto de todo universitario: formar un criterio para comprender la realidad y sumergirse en ella para generar un espacio propio de acuerdo a su dignidad.

La universidad ha cambiado, ha crecido, sin duda ha vivido y vive nuevos problemas, nuevos retos, pero en lo sustancial hay una mente, un corazón y una suerte de instinto que emergen para mostrar que sigue siendo formadora de universitarios: no sólo en la adquisición de conocimientos y habilidades, sino con criterios de juicio suficientemente claros para distinguir lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo noble, de lo que no lo es. Quizá muchos digan que estoy siendo muy optimista o que las problemáticas no tienen que ver con lo que digo. No obstante, en algo tengo razón. Hay cosas que siguen siendo las mismas –y está bien que lo sean, como las personas, sus formas de ser, sus maneras y demás- y hay otras que son enteramente nuevas. Desde luego, ya habrá tiempo para reflexionar sobre nuestra institución.

Lo que quiero señalar ahora es el trípode que he planteado con el título de este texto. En primer lugar –y en esto sigo a Giner de los Ríos-, a veces enseñamos muchas cosas, menos lo indispensable para la existencia humana: pensar y vivir. Y he observado que para ello hay que meterse a la filosofía, a su historia, sus problemas, sus planteamientos, sus apuestas. Y no hay de otra, libros, lecturas, estudio, discusión, compartir las reflexiones y, sobre todo, estar dispuesto a aprender todo el tiempo (aunque tenga uno doctorado).

La política, desde luego, tiene lo suyo. No es fácil pero siempre es necesaria. A mí siempre me ha gustado ese horizonte que coloca la política como una búsqueda para solucionar los problemas y los conflictos. Una forma racional de mirar las cosas y de resolverlas. Claro, esta convicción y criterio choca y contrasta –y muchas veces es descartado- con la cruda realidad de la lucha por el poder y desde el poder. Experimentar la política desde el poder y sus juegos y rejuegos siempre contradice y se opone si no a las tesis académicas sí a ese castillo de cristal en que a veces se resguarda la academia: ver la dificultad que implica encarnar una idea, hacerla existir en una institución, traducirla, por ejemplo, en un reglamento, en una norma, en un criterio. Lo político en tal sentido siempre será –como bien ha postulado Hannah Arendt- el mundo de la innovación. Y esto no significa ser ingenuo, sino aprender a moverse sobre las olas de la cosa pública. Y he observado que siempre es mejor hacer política con filosofía que sin ella, con criterio y juicio que sin ellos.

A lo anterior, y en buena medida esto se lo debo a los libros de Mario Vargas Llosa y luego a la obra de Octavio Paz, hay que añadir la literatura. Siempre me gustó esa expresión que emite el editor de un periódico cultural al joven filósofo que acaba de incorporarse al oficio, en la novela de Antonio Tabucchi, Sostiene Pereira: “La filosofía parte de la verdad y termina en ficciones; la literatura parte de ficciones y termina en verdad”. Eso confirmó no sólo mi gusto por la narrativa contemporánea sino mi propia vocación filosófica. Es verdad que hoy día hay tantas filosofías como escuelas, corrientes y hasta filósofos, y lo que es mejor –o peor-, no nos ponemos de acuerdo, pero eso no quita ni el rigor ni la admiración. Los filósofos que he conocido –y que han seguido la vocación y la carrera- son estudiosos, sistemáticos y apasionados: realmente les interesa la verdad y el buen juicio. Y también es verdad que la literatura ha logrado mostrar los asuntos humanos con tanta nitidez y claridad que sólo bebiendo ahí puede uno acercarse a conocer los vericuetos de la existencia humana y su condición.

Vargas Llosa dice en La verdad de las mentiras –y es también mi sentir- que la literatura nos sirve para –en tiempos de paz- cuestionar nuestras convicciones, nuestros juicios, nuestras ideas y los fundamentos en que se sostiene la sociedad, y –en tiempos de guerra o de caos, de incertidumbre y de pasmo, como parece ser nuestro tiempo- para aspirar a un mundo mejor, para soñar y luchar por mejorar nuestras condiciones. Y creo que tiene toda la razón: la literatura nos enseña a ser críticos, a cuestionar, por un lado, y a soñar, a aspirar, a fincar nuevas esperanzas por un mundo mejor, un poco mejor, para plantar las semillas de una humanidad que estamos llamados a realizar, frente a tanta violencia y trivialidad, frente a tanta indiferencia y hastío, frente a tanta incertidumbre y desinterés por las cosas humanas. Y para ello, sin duda, entre otras cosas, viene uno a la universidad.

Finalmente termino –y ello no es sino pauta para abrir el tema- señalando que el gran reto que veo, tanto en la universidad como en la sociedad en general, y en la política en particular, es la necesidad de ciudadanía, de fomento a la cultura política democrática y la educación cívica, precisamente para contrarrestar esos cánceres sociales que cargamos y padecemos: la violencia, la corrupción y la impunidad. No es fácil el camino, y tendremos que ejercitarnos arduamente, pero es impostergable, inaplazable e ineludible.

 

@Fidens17

 

 

 

Galerías