Desarrollo humano y social
San Gregorio Magno
10 septiembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Se preguntarán mis cuatro fieles y amables lectores cómo es que, en una semana en la que tuvo lugar el segundo informe de gobierno del Presidente de la República, no tocaremos dicho tema en esta columna de análisis político. La respuesta es muy sencilla y sé que contaré con la comprensión necesaria: porque no veo nada nuevo que comentar. El informe fue una especie de “mañanera comprimida”, pues duró unos 45 minutos y dijo lo que siempre dice: que vivimos en la Noruega de los trópicos, que el orbe entero nos admira por nuestras atrevidas, únicas y maravillosas soluciones, por nuestra mítica y prehispánica fortaleza y por nuestros dirigentes “cuatroteístas” austeros, republicanos, buenos, omnisapientes, excepcionales, honestísimos, geniales y humildes, muy humildes. Así que mejor nos dedicamos a otros temas menos repetitivos y anodinos, pero más ejemplares

Ayer, 3 de septiembre, se celebró la festividad de uno de los santos más populares de la Edad Media y cuyo nombre sigue en uso en muchos países del mundo: San Gregorio, llamado “El Grande”, cuya fama se basa no solamente en las obras que efectivamente realizó como Papa, tanto en el orden eclesiástico como político, sino que también a él se le atribuyen obras que en realidad no desarrolló, como el llamado “Canto Gregoriano”.

La festividad de San Gregorio no tiene lugar en el día de su muerte, como ocurre con la gran mayoría de los santos en las iglesias católica, ortodoxa y anglicana, sino en el día de su elección como papa, el 3 de septiembre del año 590. La iglesia luterana alemana (EKD) y la iglesia ortodoxa, siguiendo la tradición antigua, la conmemoran el 12 de marzo, día de su muerte, mientras que la anglicana sigue, en este caso, el ejemplo de la católica. En el rito paleohispano, en Toledo (mal llamado “mozárabe”), perteneciente a la Iglesia Católica, su fiesta se sigue celebrando el 12 de marzo, como antes del Concilio Vaticano II.

La canonización de Gregorio el Grande ocurrió bajo el papado de Bonifacio VIII, quizá el papa más poderoso de la Edad Media. Los atributos de San Gregorio son: la tiara, un libro, una pluma para escribir y una paloma (símbolo del Espíritu Santo, pues una leyenda afirmaba que una paloma le silbaba al oído las melodías del canto sacro). Se le representa frecuentemente atendiendo a los pobres, debido a las grandes obras de caridad y auxilio que emprendió. Es patrono de las escuelas eclesiásticas, de las minas, del canto sacro, de los eruditos, de los maestros y escolares, de los estudiantes, cantores y músicos. Se le consideraba protector en contra de la gota y de la peste.

Gregorio nació hacia el año 540 en Roma, en una familia de origen patricio, posiblemente la familia de los Anicii, a la que incluso pertenecieron dos emperadores en el siglo V. Su padre fue un alto funcionario de la ciudad de Roma, por lo que Gregorio eligió también la carrera política. Es muy probable que haya sido electo incluso como “Praefectus urbi”, el cargo más elevado que un senador podía ocupar en el territorio de la actual Italia. Dicho cargo era de gran prestigio y tenía sus orígenes en los míticos tiempos de los reyes romanos, es decir, antes de la República, y siguió funcionando hasta la Edad Media tardía. Las tareas que tenía que cumplir dicho prefecto eran desde la impartición de justicia, las labores de policía, la administración civil de la ciudad y la representación en ausencia de autoridades imperiales. En una época, la de San Gregorio, en la que el Imperio de Occidente ya estaba prácticamente disuelto, una autoridad como esta era ya una de las pocas opciones que había para garantizar de alguna manera el orden y la armonía en la sociedad.

Sin embargo, al morir su padre en el año 575, Gregorio fundó en el palacio de su familia un monasterio, al que se retiró a vivir. Es posible que uno de sus motivos fuese el de la falta de perspectivas en la carrera política al servicio del emperador, que residía en la lejana Constantinopla, además de que el Senado romano se encontraba ya en franco proceso de disolución. Sea como fuere, Gregorio convirtió el palacio de sus padres en el Monte Celio en un monasterio benedictino, consagrado al apóstol Andrés. Si alguno de mis cuatro fieles y amables lectores desea viajar a Roma en épocas post-covid, encontrará precisamente que en ese lugar sigue existiendo el monasterio, llamado ahora “Santi Andrea e Gregorio al Monte Celio”, en la “Piazza di San Gregorio Magno”.

El papa Pelagio II lo llamó a su servicio en el 578/579. Gregorio, ya convertido en diácono, fue enviado a Constantinopla como “Aprokisiario” papal, una especie de nuncio, ciudad en donde permaneció seis años sufriendo por sus pocos conocimientos del griego. Recordemos que en el siglo VI el griego ya no era un idioma que la curia romana hablara con soltura, como fue el caso hasta el siglo III, aproximadamente, sino que el latín ya se había impuesto. A su regreso a Roma, Gregorio se convirtió en consejero del papa, pero en el 590 ocurrió una catástrofe: grandes inundaciones trajeron la muerte, la miseria y la peste a Roma. El mismo Pelagio murió a resultas de la epidemia y Gregorio resultó electo como su sucesor, de manera unánime, a lo que se opuso vehementemente en un principio. Esta conducta no la podemos explicar simplemente como una sincera renuncia a tan alto cargo, sino que formaba parte de una costumbre para mostrar humildad: lo mismo hicieron San Agustín y San Martín de Tormes, por mencionar algunos ejemplos. Dice la leyenda que, para evitar ocupar el trono de San Pedro, Gregorio huyó en una carreta de bueyes metido en un barril, hasta que unos ángeles, con una columna de luz, guiaron a sus perseguidores hasta su escondite en una cueva.

Así que San Gregorio se convirtió en el primer monje de la iglesia occidental en ser electo como papa, obispo de Roma y, por lo mismo, como patriarca. En esta nueva responsabilidad pudo echar mano de sus conocimientos que había obtenido en materia de administración pública y de auxilio a los pobres desde sus épocas de prefecto de Roma. Ante los grandes daños de las inundaciones, organizó con enorme eficiencia la ayuda a los pobres y desamparados, repartiendo alimentos y proporcionando abrigo a quienes habían perdido sus pertenencias por las lluvias e inundaciones. Dice otra leyenda que, durante una procesión para pedir el fin de la peste, al ir cantando el “Regina coeli”, San Gregorio vio, en lo alto del mausoleo de Adriano, que un ángel envainaba su espada ensangrentada, señal del fin de la peste, lo que efectivamente ocurrió. Desde entonces, ese mausoleo es conocido como “Sant’Ángelo”.

Gregorio fue un papa enérgico y entendía su cargo, siguiendo al Evangelio de San Marcos 10, 44, como “siervo de los siervos de Dios” (“servus servorum Dei”). Dicho título fue retomado por todos sus sucesores. Tuvo éxito en imponer la supremacía de Roma frente al Patriarca de Constantinopla y frente a los demás obispos, apoyándose en una especie de “mistificación” del papa como sucesor de San Pedro. Gregorio emprendió con gran celo la evangelización de Inglaterra, con los lombardos (longobardos) y con los visigodos logró establecer relaciones cordiales, consolidó los mecanismos para auxiliar a los pobres y, en los territorios papales, renovó la liturgia y consolidó la práctica del canto sacro. Escribió una gran cantidad de obras teológicas que ejercieron una influencia notable en la teología hasta ya entrado el siglo XVIII. Falleció en el año 604.

Aunque el canto sacro que escuchó San Gregorio en Roma (el llamado “Canto paleorromano”) no se parece a lo que hoy llamamos “Canto Gregoriano”, este último nació sobre la base de aquel, en territorios de lo que hoy es el norte de Francia, hacia el año 770. De todas maneras, siglos después, la piedad popular relacionó a este nuevo canto con el antiguo, con el de Gregorio, quien había mandado regular y ordenar el repertorio litúrgico de cánticos.

De allí las representaciones en las que aparece una paloma susurrándole los cánticos al papa, quien a su vez se los dicta a un copista. Esto es: Gregorio, como intermediario entre Dios y los hombres. Eso significa que dichos cánticos eran tan preciosos y tan preciados, que no podían tener un origen terrenal, sino divino. Aunque es histórica y musicológicamente impreciso, el nombre de “Canto Gregoriano” sigue vivo y habla de la enorme influencia de San Gregorio no sólo en su época, sino en los siglos que le siguieron. Hablar, así sea de manera somerísima, de sus obras y de sus hechos ocuparía innumerables y doctas páginas. San Gregorio el Grande ha sido, sin duda, una de las figuras más emblemáticas, más sólidas, más ejemplares y más persistentes en la historia de la cristiandad.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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