Desarrollo humano y social
Nuestros amigos los gringos
13 julio Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Después del idílico episodio presidencial de esta semana, en la que los presidentes de los Estados Unidos de América y de los Estados Unidos Mexicanos, Donald y Juan Trump, respectivamente, se demostraron mutuamente su amor, se juraron fidelidad eterna, despreciaron a chaperones demócratas y olvidaron rencillas y ofensas pasadas, en medio de un romántico jardín de rosas, nos vemos tentados a hablar de uno de los múltiples elementos culturales de tan compleja relación con los estadounidenses. Me refiero a la palabra con la que los designamos de manera coloquial y no siempre peyorativa: ¿De dónde procede esa palabra, “gringo”?

Sabemos que el idioma es uno de los factores más importantes de unión entre los pueblos, pero también es un hecho que las diferentes lenguas dividen a los grupos humanos, de tal manera que incluso se les llega a tomar como símbolo de (supuesta) inteligencia propia o estulticia de otros, o de superioridad e inferioridad, por mucho que esto sea totalmente absurdo e inadmisible. Recordemos, por ejemplo, el célebre y burlón epigrama de Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780), en el que hace mofa de los portugueses y de su incomprensión por un idioma, en este caso el francés:

Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
“Arte diabólica es”,
dijo, torciendo el mostacho,
“que para hablar en gabacho
un fidalgo* en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho”.

*(Un “Fidalgo” es un miembro de la nobleza alta portuguesa)

La palabra “gabacho”, de origen un tanto incierto, se usaba originalmente en España para designar despectivamente al francés, aunque en México se use ahora también para referirse a los estadounidenses. Aquí vemos un ejemplo de que esos nombres para referirse a otros pueblos tienen muchas veces una cierta carga peyorativa, despectiva. Además, los idiomas ajenos se utilizan para designar algo supuestamente incomprensible. Así, en México decimos, para expresar que algo es de difícil resolución o que no se puede entender: “¡Está en chino!” De hecho, el chino es utilizado con el mismo fin en otras lenguas, como en árabe, búlgaro, francés, griego, hebreo, húngaro, japonés, neerlandés, polaco, portugués, ruso y ucraniano, entre otros. Y el español, aunque mis amables y finos cuatro lectores no lo crean, se utiliza para el mismo objetivo en alemán, croata, checo, eslovaco, esloveno, islandés y serbio.

Anotamos lo anterior porque este fenómeno tiene que ver posiblemente con el origen de la palabra “gringo”. Es muy probable que este vocablo proceda etimológicamente del español “griego”, según Joan Coromines, pues este idioma valía en España como incomprensible, como sigue siendo actualmente en inglés, coloquialmente (“It’s all Greek to me”!”). Esta costumbre procede de la Edad Media, pues sobre todo después del Renacimiento Carolingio (en el siglo IX), el griego comenzó a caer en desuso tanto en Italia como en la Europa central y del norte, por lo que el latín quedó como la lengua culta y de comprensión internacional. Por eso, cuando los copistas o traductores se encontraban con un texto o cita en griego, solían anotar al margen: “Graecum est, non legitur”, lo que significa: “Es griego, no se lee”. Es por eso que, en España, se emplea “Hablar en griego” como equivalente de una lengua o asunto incomprensible, y está documentado que, en el siglo XIX, “hablar en griego” equivalía a hablar de manera superior a la comprensión del que escuchaba. En Inglaterra ya ocurría algo similar: William Shakespeare, en su obra “Julius Caesar” (1601), le hace decir a Casca (uno de los asesinos del dictador): "But, for my own part, it was Greek to me".

En 1846 aparece en el diccionario de Vicente Salvá la palabra “gringo”, para expresar un “apodo que se da a quien habla una lengua extraña … Hablar en gringo, hablar en griego”. Además, consigna que en América del Sur se emplea este vocablo para designar a los extranjeros, particularmente a los italianos (como sigue siendo en Argentina). En 1869 aparece este término por primera vez en el Diccionario de la Real Academia Española, precisamente con el mismo significado: hablar un lenguaje ininteligible. Pero la palabra no era nueva, pues ya se conocía en Málaga y en Madrid desde al menos el siglo XVIII, según Esteban de Terreros. En Málaga se aplicaba a los extranjeros que con dificultad hablaban español, y en Madrid con ese mismo sentido, pero aplicada señaladamente a los irlandeses.

Así que, según lo visto, la tesis sostenida por Coromines parece ser cierta: la palabra “gringo” procede muy probablemente de “griego”, y esto ocurrió en dos pasos: “griego” pasa a “grigo”, y luego “grigo” pasa a “gringo”. Existen muchas explicaciones de origen popular para explicar este vocablo, como en México, en donde se ha afirmado, por ejemplo, que la palabra procede del color del uniforme de los estadounidenses durante la guerra que emprendieron contra México entre 1846 y 1848. Según esto, debido a su “Green coat”, la gente les gritaba “Greens go home!” o “Green go!” Lo que desarma a esta explicación es que la palabra ya existía en España y que los soldados estadounidenses no usaban uniformes ni casacas verdes, sino azules, como podemos ver en ilustraciones de la época.

El problema con los estadounidenses es que carecen, en inglés, de una palabra que los denomine como pueblo en relación con una región geográfica, es decir, carecen de un adjetivo gentilicio. Por eso emplean la palabra “american”, que en realidad se refiere en otros idiomas a todo el continente americano. Esto resulta porque el nombre “Estados Unidos de América” es un nombre técnico, no surgido a partir del nombre de una región (como serían Virginia, Florida, etc.), sino del hecho de que unos estados se unieron, se federaron, y esta federación está en América. Por eso no existía (ni existe) en inglés ningún gentilicio. Esta es la razón por la que en español es incorrecto decirles “americanos” excluyendo a los demás; son “estadounidenses” o “estadunidenses”. Son tan americanos como los hondureños o como cualquier persona nacida en el continente americano. Y ese error no se salva hablando de “las Américas”, pues sería tanto como hablar también de “las Asias” o “las Áfricas”.

Un par de comentarios más para concluir, volviendo al detonante de estas reflexiones: la reunión de López con Trump en la Casa Blanca. Si entendemos a la diplomacia como el arte de no disgustarse con los demás pueblos, de decirles cosas bonitas y zalameras y de no tener problemas con nadie, pues entonces López fue en verdad muy diplomático; dijo cosas que harían palidecer de envidia a Pinocho. Pero si entendemos a la diplomacia como el conjunto de mecanismos para defender los intereses de un país, entonces mi pronóstico es reservado, porque depende de quién gane en Noviembre y de cómo se comporte don Donald en la campaña. Y ambas cosas no están en manos de López. Está claro que ambos presidentes están en campaña y emplearon la reunión con esos fines, aunque bajo la dirección del Trump gringo. Pero si los demócratas ganan, entonces López sí necesitará en serio su “detente”, sus tréboles y su billete de dos dólares. No sea que le restrieguen en la cara su libelo “Oye Trump”. Bueno, lo escribió cuando trabajaba de borracho (es decir, estaba en campaña); hoy trabaja de cantinero, y las cosas se ven diferentes. Como dijo Konrad Adenauer: “(En política,) ¿Qué me importan hoy mis disparates de ayer?”

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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