Desarrollo humano y social
¿Resistiré? ¿O resistiremos? Un comentario sobre la cultura contemporánea.
29 junio Por: Juan Pablo Aranda Vargas
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“L’homme est né libre et partout il est dans les fers”

“Renoncer à sa liberté c’est renoncer à sa qualité d’homme”

(Jean-Jacques Rousseau, Du Contrat Social).

Una interesante forma de escudriñar el imaginario colectivo en las sociedades contemporáneas es, no sin algo de ironía, aproximarse a ellas a través de su música pop, esa a la que, no sin cierta justicia, se le ha denominado música “basura”. En ella, la calidad es casi siempre inversamente proporcional a su capacidad de articular ideas que se mueven en la superficie social. Siguiendo a Slavoj Žižek, podríamos alertar sobre la importancia de la música pop como elemento cultural: It’s ideology, stupid! ¿Qué mejor forma de entender, por ejemplo, la nueva ética del cuerpo o, con Bruckner y Finkielkraut, el nuevo desorden amoroso, que a través de las letras de You Are Beautiful, de Christina Aguilera, o Born this way, de Lady Gaga?

En las últimas semanas, semanas de covid-19, varias canciones han emergido a la arena pública, buscando dar ánimos y hacer frente a la ansiedad y dificultades que la emergencia ha causado en el mundo. Good Job, de Alicia Keys, por ejemplo, rinde un homenaje a doctoras, enfermeros, camilleras, profesores, entre otros, por su labor como primera línea en el frente—¿Sería demasiado pedir que en nuestro país llegue el día en que el educador sea apreciado, valorado y respetado?

Pero son otras dos canciones, que han circulado en países de habla hispana, las que me interesan aquí: Volveremos a Brindar, de Lucía Gil, y Resistiré, grabada en versión España y México por cantantes de dichos países. La primera es una llamada colectiva que promete una recompensa: volver a estar juntos, reactivar la vida cívica en los cafés y los bares. “Romperemos ese metro de distancia entre tú y yo, ya no habrá una pantalla entre los dos”. Gil llama a la paciencia y al cuidado del otro, celebrando el sacrificio de tantos. Un sistemático ethos colectivo recorre la letra de la canción, construyendo la pandemia como un alto intermitente en la existencia social, como una emergencia que llama a la cohesión social por otros medios, pero que nunca propone otra cosa que no sea el restablecimiento de las dinámicas sociales que constituyen nuestras identidades.

La segunda es un soliloquio: “Resistiré erguido frente a todo. Me volveré de hierro para endurecer la piel”. Uno puede casi imaginar al Narciso de Lipovetsky, señor feudal de su habitación, construida como espacio sometido a un orden vulnerado únicamente por la esporádica visita de Amazon o Cornershop, recordatorios quedos y torpes de que allá, fuera del sitio donde el enloquecido individuo clama: “Cuando me amenace la locura. Cuando en mi moneda salga cruz. Cuando el diablo pase la factura… Resistiré”, hay gente muriendo día con día—de covid, sí, pero también de hambre, de frío, víctima de una violencia que en México cobra miles de muertes más que el diabólico bicho. Narciso y su resistencia olvidan que 3.1 millones de menores mueren cada año de malnutrición, 6 veces más que el número total de víctimas de covid hasta el momento; aproximadamente 4.5 millones de personas son víctimas del tráfico sexual, 9 veces las muertes por covid; 24 millones de personas, entre ellos 12 millones de menores, están necesitados de ayuda debido a la crisis humanitaria en Yemen.

Dos versiones, una en las antípodas de la otra, que muestran la forma de afrontar esta y cualquier otra emergencia. Las diferencias van mucho más allá: el video de la primera muestra personas corrientes lidiando con la pandemia, añorando acercarse, mientras que el de la segunda hace desfilar cantantes—¡no artistas!—emperifollados y dibujando muecas que pretenden, al parecer, transmitir sensualidad, disfrutando en sus estudios de grabación, sus castillos, sus exclusivas propiedades; la música de la primera es una balada, mientras que la segunda es un típico ejemplo del rock-pop, género célebre por parir adefesios musicales; la popularidad es otro indicador importante, mientras que Volveremos a Brindar tiene 5 millones de reproducciones, Resistiré versión México alcanza 9.3 millones de reproducciones y la versión original, española, alcanza 37 millones de reproducciones—los números, no olvidemos, construyen a la masa, la plebe, la tiranía de las mayorías que genera una espiral del silencio donde las ideas, la diferencia, la crítica, son ahogadas a fuerza de pura estupidez.

Lejos de mi intención hacer aquí un estudio de los méritos musicales de las piezas analizadas. Mi objetivo es, empero, mucho más ambicioso, a saber, escudriñar la carne de lo social a través de las letras que arrastran públicos masivos. La música pop es un campo extraordinariamente atractivo, precisamente por su aparente banalidad: la gente canta esas canciones, que inundan la radio todo el tiempo, sin reparar en lo que dicen. Sin embargo, como advertí al inicio, muchas de sus letras están ideológicamente cargadas—generalmente sin que el intérprete mismo sea completamente consciente de este hecho. Una sociedad banal e ignorante, es obvio, no encuentra sus ideas y sus intuiciones en los libros o las bellas artes, sino en la superficie, en la música barata y fácil, la opinión pública y las fake news.

Dos modelos, pues, se nos abren. El proyecto de un “nosotros” que colectivamente limita su actividad en aras de recuperarla, esto es, la sociedad gestionándose a sí misma en aras de salvar aquello que le es más preciado, esto es, su vida social misma; o el proyecto de un “yo” que resiste por resistir, sin más sentido ni objeto que el hecho mismo de seguir respirando, seguir estando en el mundo, un proyecto de supervivencia o, como Agamben ha alertado muchas veces, de reducción del bios al zoē.

Hoy nos jugamos la vida en estas alternativas: a nivel global, a nivel país, entidad, ciudad e individuo. Hoy estamos decidiendo cuál será la “nueva normalidad”. La normalidad del “nosotros” implica necesariamente ser conscientes de que es necesario cierto nivel de sacrificio para que la totalidad florezca. No defiendo, por supuesto, sacrificar al individuo en la pira de la historia, la colectividad u otro ideal totalizador. Sin embargo, la reducción de todo al individuo tampoco resuelve el problema: tarde o temprano, lo que hago termina impactando la vida de los demás. La realidad social no es más que la co-producción de narrativas que componen un horizonte que, al ser creado, escapa de inmediato al control de sus creadores, imponiéndose como horizonte de inteligibilidad que media las relaciones entre la comunidad—que, así construida, es mucho más que la mera suma de unidades—y la diversidad de individualidades que, reconociéndose depositarias de una dignidad inalienable, deben empero (re)insertarse en el tejido social a través de la difícil tensión entre obediencia y libertad, autenticidad y responsabilidad, etc.

La triste realidad es que parecemos estar perdiendo la lucha del “nosotros”. Por todos lados la regla parece ser el higienismo autoimpuesto acríticamente, producto de la adopción, también acrítica, del cientificismo como principio rector de la vida humana, lo que supone asimismo la apoteosis de la inversión entre fines y medios. Si cedemos ante la tentación del miedo de Narciso, terminaremos de dinamitar sociedades de por sí en franco proceso de putrefacción; si aceptamos las reglas de una nueva normalidad que nos impide reunirnos, dialogar, fraternizar, en una palabra, vivir como comunidad, entonces nos estamos condenando, junto con las generaciones futuras, a una existencia pírrica, rodeada de gel antibacterial, caretas, trajes esterilizados y sanas distancias pero carentes por completo de empatía, cercanía, comprensión, virtud cívica, vida en común. Estas medidas, lo que es peor, se incrementarán conforme el miedo se anide en las mentes de una sociedad polinizada, desde la Segunda Guerra Mundial, por el germen de la absoluta contingencia anclada sobre la nada. Sólo el sano reconocimiento de la propia mortalidad, junto con la aceptación de nuestro ser personas con una dignidad inalienable y, por ende, responsables de cara al todo social, será capaz de imaginar un futuro para la humanidad.

Dr. Juan Pablo Aranda Vargas.
Profesor Investigador
UPAEP

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