Desarrollo humano y social
Momento de definiciones
14 junio Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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En tiempos de la autonombrada, humildemente, “Cuarta Transformación”, los acontecimientos se precipitan. Cada día es rico en ocurrencias, chistoretes, embestidas contra las instituciones, ejemplos de desorden gubernamental, ataques presidenciales contra todo lo que se mueva fuera de las huestes propias, ridiculeces que mueven a risa (o a llanto), pleitos con gobernadores, muestras garrafales de incompetencia para gobernar, etc.

Pero una de las noticias que quizá hallaron más repercusión en los medios y en los comentaristas en los días recientes fue el discurso en el que el Presidente López dividió de manera simplista (característica de los populistas de cualquier color) el campo de la confrontación política en dos grupos: los “liberales”, con Él (así, con mayúscula, en una especie de “singular mayestático”) a la cabeza, y los “conservadores”, con todos los que difieran así sea en un ápice de lo que Él opina. Esto nos deja ver varias cosas: primero, que el que mucho habla acrecienta las probabilidades de decir tonterías; dos, que lo suyo no es la historia; tres, que lo suyo no es la democracia; cuatro, que ya se tardó mucho en entender que un Presidente de la República es, en el caso de los sistemas de gobierno presidenciales, la cabeza de un Estado, no el reyezuelo de una tribu o el cabecilla de una facción; y cinco, que, en verdad, es tiempo de definiciones, pero que Él mismo no se ha dado cuenta de lo que eso realmente significa.

El primero de esos aspectos es claro, sobre todo tratándose de un político de alto rango. En efecto, no es una costumbre muy difundida en las democracias liberales el ver que los altos dignatarios hablen constantemente de los problemas nacionales; mucho menos frecuente es que den lecciones de moral y buenas costumbres a sus ciudadanos, y mucho menos que se pongan a disparar insultos, motes y amenazas a sus adversarios. Eso es casi característica exclusiva de los populistas y liderzuelos autocráticos. En Alemania, por ejemplo, la Sra. Merkel se ha dirigido en muy pocas ocasiones a su pueblo en algún discurso público, como el muy célebre que pronunció hace algunos meses con motivo de la pandemia de Coronavirus.

En Canadá, vemos que generalmente el Primer Ministro Trudeau habla en ruedas de prensa con parsimonia (hace unos días, incluso, tardó más de 20 segundos en responder a una pregunta acerca de los conflictos raciales en Estados Unidos). Pero aquí en México tenemos a un predicador evangélico jugando al Presidente de la República (¿o al revés?), que todos los días pronuncia, improvisando, un sermón desde el Palacio Nacional, pontificando sobre cualquier tema que se nos pueda ocurrir. Yo tengo para mí que si algún día le preguntamos acerca de los hábitos reproductores de los especímenes del género Rhinolophus, estoy seguro que comenzará a disertar sobre el tema, para rematar con una severa condena a los conservadores y fifís. Por eso es que escuchamos un promedio de alrededor de 70 mentiras, falsedades y aseveraciones difíciles de comprobar por cada “mañanera”, o frases chuscas (sin querer) como “(él) obtenió” (en lugar de “obtuvo”) o “mentiras falsas”.

Lo suyo no es la historia. Es curioso ver cómo los populistas recurren tanto a la historia pero la desconocen o la interpretan con una simpleza apabullante, generalmente. López vive con un pié en los años 60 del siglo XX y con el otro en los años 60 del XIX. No ha entendido que los liberales y los conservadores del siglo XIX ya desaparecieron; quizá queden algunos de los primeros en alguna logia masónica trasnochada. Los liberales de la época de Juárez y de Maximiliano (ambos liberales) eran partidarios de la libre competencia, del libre mercado, de la poca intromisión del Estado en la economía, de la libre contratación, de la propiedad privada y de la separación de las esferas religiosa y política; y generalmente eran partidarios del federalismo. Los conservadores veían con recelo lo anterior y eran de la idea de cambios paulatinos, de la república centralista (o, algunos, de una monarquía) y de la conservación de los fueros militar y religioso. Y ambos apostaban por la industrialización del país. ¿Alguno de mis cuatro fieles y amables lectores conoce a alguien que se identifique con los postulados de los conservadores hoy en día, quitando al tema de la industrialización? ¿Qué tanto se identifica López con las ideas liberales decimonónicas, si además afirma tener como santón a Lázaro Cárdenas, que era totalmente lo contrario de Juárez? Bueno, en la universidad, López se fue a Extraordinario en la materia “Historia del pensamiento político de México” (en total reprobó 14 asignaturas). De allí para acá no ha entendido nada, por lo visto.

El otro pié lo tiene en los años del PRI hegemónico, de la idea de que el petróleo debe ser el motor del desarrollo, de que los contrapesos al poder son un estorbo, de la “Presidencia Imperial”, del desdén por la oposición, de la necesidad de subyugar a los Poderes Legislativo y Judicial, de controlar a los gobernadores, del acercamiento con países no democráticos, como Cuba.

Aquí hemos comentado ya en otras ocasiones que el Presidente López es una persona rencorosa, ignorante y limitada. De eso da pruebas constantemente, como hace unas semanas, cuando relató la frustración que lo invadió cuando, pese a que dijo haber presentado un “brillante” examen profesional (después de 14 años de haber iniciado la licenciatura y de haber reprobado casi todas las asignaturas de matemáticas, economía y metodología), no pudo obtener mención honorífica porque tenía un promedio de 7.5 (en realidad, 7.54, por lo que en la UPAEP hubiera “panzado”). De ahí quizá el rencor contra los que tienen conocimientos técnicos o científicos.

Una última idea, para concluir: Los valores de la democracia son esenciales en un régimen en donde se busque que prive el Estado de derecho. Esos valores deben asegurar el respeto íntegro por quienes no piensen igual que uno y por las minorías de todo tipo. Muchos hablan de “tolerancia”, pero esta tolerancia no puede ser para todos: en una democracia, no puede haber, por parte de los demócratas, tolerancia para los intolerantes, es decir, frente a los que combaten los valores de la democracia o para los actores opuestos a la democracia. Por lo tanto, en la defensa de la democracia hay que incluir a todos, menos a los que están en contra de los valores y principios de la democracia. Esto se hace, evidentemente, con argumentos y con la acción. La cción sin el apoyo de los argumentos degenera en activismo. Por eso es cierto que hay que definirse, pero no en una anacrónica lucha decimonónica entre liberales y conservadores, sino en una lid que definirá al siglo XXI: el de los partidarios de la consolidación de la democracia (con sus innumerables matices e ideas, cosa que los populistas no ven) contra los que apuestan contra ella. Son los partidarios de un Estado de derecho incluyente (en lo que evidentemente el mundo globalizado ha fallado terriblemente) los que deben imponerse frente a los destructores de la democracia y opositores a los derechos humanos.

Además, debemos ser muy cuidadosos con los conceptos que utilicemos, pues han cambiado y seguirán haciéndolo; debemos siempre guiar nuestra acción con principios claros, fieles a nuestra vocación humanista. En este caso, ser conservador no significa vivir de lo que ayer fue, sino orientar la vida por los valores que siempre son.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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