Desarrollo humano y social
Dos triadas
23 junio Por: Juan Pablo Aranda Vargas
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La prensa informa lo que ha sido una certeza desde que Andrés Manuel López Obrador se hizo con el Ejecutivo Federal: al presidente le disgusta el sistema de pesos y contrapesos democrático, la noción de que sólo a partir de la mutua contención y limitación entre los poderes clásicos—ejecutivo, legislativo y judicial—y, recientemente, organismos autónomos, es posible prevenir los nefandos excesos del poder.

Quizá el texto más importante a revisar al respecto sea The Federalist Papers, escrito conjuntamente por James Madison, Alexander Hamilton y John Jay bajo el pseudónimo de Publius. La colección de artículos periodísticos entró en un intenso debate con diversos antifederalisitas quienes, opuestos al proyecto de conformar una gran Unión federada, preferían que las trece colonias norteamericanas permanecieran completamente autónomas, unidas por una alianza. El Federalist #10 estudia cómo lidiar con las facciones, esto es, con grupos de interés que, de volverse mayoritarios, pueden volverse tiránicos.

Madison opone la solución clásica, que apostaba por la unidad social a partir de la educación en virtudes, apostando en cambio por una solución auténticamente moderna: renunciando al utopismo, aconseja inyectar más libertad al sistema, multiplicando las facciones, evitando así que una sola de ellas se haga con todo el poder. Con el mismo espíritu, en Federalist #51 Madison estudia el problema del abuso de poder desde los poderes. Su respuesta es, nuevamente, renunciar al ideal por la eficiencia pragmática: se debe apostar a la ambición de quienes ocupan los cargos de poder, quienes, precisamente movidos por el deseo de respeto y éxito, evitarán que otros poderes se entrometan y tiranicen a los otros.

El presidente ha mantenido el control del poder legislativo. Desde su elección, las Cámaras ha estado ocupadas, salvo honrosas excepciones, por cuadros profundamente ignorantes, ineptos e inexpertos, con la única cualidad de una religiosa, casi fanática adhesión al caudillo. El poder Judicial, ese que los federalistas apostaron a ser el más ilustre e independiente, el más lejano a la manipulación, comenzó a mutar con la salida de Medina Mora y la entrada de Ríos-Farjat.

Confrontado con una oposición inexistente o, en el mejor de los casos, timorata e incapaz de ver más allá de sus ambiciones rapaces, López Obrador ha dado pasos firmes para vulnerar la autonomía de los organismos autónomos constitucionales. El nombramiento de Rosario Piedra Ibarra al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos es, sin duda, uno de los más escandalosos, al violarse requisitos legales para ocupar el cargo, a fin de nombrar a una incondicional sin mérito alguno para dirigir un organismo urgente en un país con decenas de miles de muertes violentas cada año.

La estrategia del presidente no es nueva, ni parece ser, como muchos han sugerido, una reedición del Chavismo venezolano. Andrés Manuel no se formó en la milicia, no entiende de golpes de Estado ni de revoluciones. Entiende mejor la retórica de aquel partido revolucionario que se hizo con el poder para no soltarlo, conservándolo sin derramamiento de sangre, a través de una dictadura perfecta. La Cuarta Transformación de Andrés Manuel se inscribe en el discurso revolucionario del priato, y no en los cantos marciales que acompañaron cada paso del desastre chavista. Al PRI le debemos haber tomado una ruta completamente distinta a de las dictaduras militares de América Latina: sin entender esta desviación histórica, en mi opinión, no podremos comprender lo que de similar y diferente tiene Andrés Manuel con otros regímenes políticos.

Esto, sin embargo, no quiere decir que el presidente no represente un gravísimo peligro para el país. El último lopezobradorismo se inscribe en una ola populista que arrasa el orbe—Trump, Johnson, Bolsonaro y una larga lista. La democracia liberal está en franca salida no ya en México—donde quizá nunca tuvimos una democracia plena—sino en Estados Unidos, donde aquélla nació.

¿Qué hacer contra la triada autoritaria—al diablo con las instituciones, gobierno por decreto, ampliación del Estado de excepción—perseguida por el autoritarismo lopezobradorista? Habría que responder con otra triada, ésta virtuosa: promoción de la virtud cívica a través de la recuperación de un programa humanista en todos los niveles educativos; contestación ciudadana permanente, reacción inmediata, exigencia enérgica de transparencia, rendición de cuentas y honestidad; triunfo sobre el miedo, superación de la sensación de congelamiento que produce la ubicuidad del peligro—violencia, pobreza, enfermedad…—y reactivación de la vida auténtica, en las calles, conviviendo, dialogando, pactando.

La democracia mexicana agoniza. Los siguientes años dirán si nos convertimos en sus sepultureros o en sus parteros.

Dr. Juan Pablo Aranda.
Profesor Investigador
UPAEP

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