Desarrollo humano y social
El “pocho” o “spanglish” universitario (first de two partes)
21 mayo Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Nuestra universidad se precia, con razón, de ser heredera de una cultura humanista de clara raigambre católica. En esto seguimos evidentemente la tradición española, propia de los acontecimientos históricos de nuestro país: la conquista y el virreinato, la influencia española en gran parte del siglo XIX y la llegada de los refugiados de la Guerra Civil, en el siglo XX. Puebla, además, la otrora Ciudad de los Ángeles, es española por partida doble: fue fundada por y para españoles, en un interesantísimo ensayo social.

Un elemento esencial de toda cultura es su lengua, en nuestro caso, en México, es el español y, de acuerdo a las regiones y a otras consideraciones locales, también alguno(s) de los numerosos idiomas originales o sus formas dialectales. Ya hemos indicado en este mismo espacio que los idiomas, cuando están vivos y en contacto con otros, aceptan préstamos y exportan palabras, como una forma de mutuo enriquecimiento. La aceptación de palabras de otros idiomas o de otros horizontes culturales se debe muchas veces a la admiración que esas otras culturas despiertan en la población o en ciertas capas sociales de la misma. Recordemos, por ejemplo, la admiración que los romanos educados sentían por la cultura y la lengua griegas, por lo que trataban de traer maestros griegos como preceptores, algunos de los cuales incluso llegaron a tener éxito como autores de obras de teatro o historiadores.

En otras épocas de la historia ha sucedido algo similar, como con la cultura italiana entre los siglos XV y XIX, o con la francesa a partir del reinado de Luis XIV y hasta bien entrado el siglo XX. Se trataba, en estos tres casos (el griego, el italiano y el francés), de idiomas que denotaban una gran fuerza cultural y eran, por lo tanto, dignos de aprenderse y de hablarse. Es por eso que la gente que se consideraba culta, por ejemplo en el México del periodo porfirista, se preciaba de hablar francés.

En el caso del predominio actual del inglés, se trata de un fenómeno similar pero con la diferencia de que se basa más que nada en un tema de supremacía económica, política y tecnológica de los países de habla inglesa: Gran Bretaña y, especialmente, Estados Unidos de América. Pero la influencia cultural tampoco puede desdeñarse, pues el cine, la comida rápida, el vocabulario de los negocios y la cercanía geográfica de los Estados Unidos son elementos determinantes en la tendencia a la imitación y a la adopción de vocablos y costumbres lingüísticas, aunque muchas veces no sea una imitación muy precisa.

Por eso es que esta colaboración tiene el título de “El pocho”. En el español mexicano, este término designaba (en un principio, con cierto aire despectivo) a los mexicanos que, después de haber vivido un tiempo en Estados Unidos, tenían o fingían tener dificultades para volver a hablar correctamente y con fluidez el español.

El problema de la tendencia a la imitación, muchas veces extralógica, es que frecuentemente se utilizan palabras que tienen en español un equivalente perfectamente utilizable y a veces incluso más rico que lo que se copia, pero mucha gente no lo sabe y prefiere la palabra de moda. Algo muy curioso es, generalmente, la pronunciación de los vocablos en inglés, por lo que uno se pregunta por qué la gente no emplea mejor el término en español, más cómodo y natural de pronunciar para nosotros. Sin embargo, un elemento esencial de la imitación extralógica –eso lo saben los expertos en mercadotecnia (perdón: “márquetin”)-, es que, para personas de ciertos estratos socioculturales, se ve bien hablar en inglés o utilizar vocablos en ese idioma: está demostrado, por ejemplo, que en México, en ciertos ámbitos sociales, un negocio tiene más probabilidades de éxito si tiene nombre en inglés.

Un caso típico es el del verbo inglés “to coach”, que da origen al anglicismo “couchear” o “coachear”. En español quiere decir acompañar, entrenar, asesorar, facilitar, guiar o aconsejar. Desafortunadamente, en lugar de escoger, según la situación, alguna de estas palabras (¡seis opciones!), simplemente escogemos “couchear”. Por cierto, esta palabra es de origen húngaro, derivada de la ciudad de Kocs, a unos 70 km de Budapest. Parece que en esa ciudad comenzaron a emplearse carruajes con una suspensión que hacía más agradables los viajes (“kocsi szekér”), por lo que se convirtieron en símbolo de excelencia y comodidad para transportar a los pasajeros de un lugar a otro. De ahí que en español digamos “coche”, en italiano “cocchio” y en alemán “Kutsche”. “Coach”, en inglés, tiene entonces una etimología húngara; metafóricamente, el “coaching” también “transporta” a las personas de donde están a donde quisieran estar.

Por lo tanto, nuestro cerebro saldría ganando si tuviese la oportunidad de escoger, de acuerdo a las circunstancias cambiantes, entre las diversas opciones que, en español, son más numerosas que “coachear” o “couchear”. Claro, en español se oye quizá más chairo, menos fifí…

Otras palabras en inglés que tienen equivalentes en español, pero que la gente generalmente ignora, son, por ejemplo: Workshop (pronúnciese “guorshop”), que es, sencillamente, taller; Co-working, que en español se dice “cotrabajo”; “Staff” (“estaf”), que significa “plantilla”, “personal” o “equipo”; Working lunch (pronúnciese “guorquinlanch”) es almuerzo o comida de trabajo; Stiker (“estiquer”), que sin problemas se puede pronunciar en español como pegatina, calcomanía o etiqueta; “on line” es “en línea”, así no más.

Una pregunta que siempre he dirigido, suplicante, a los dioses del Olimpo, pero que estos se han negado obcecadamente a responderme, es por qué, en lugar de pronunciar las iniciales “ID” en español como “idé”, en la UPAEP se dice “aidí”. ¿Y por qué no decir y escribir “volante”, de “volar”, en lugar del barbarismo “flayer”? En inglés, correctamente, es “flyer”, del verbo “to fly”. También podemos decir folleto u octavilla, o, si es algo difamatorio o combativo, panfleto. Últimamente he visto “Open House”, que, quizá con algo de esfuerzo para muchos, puede decirse “puertas abiertas” (“Día de puertas abiertas”).

La próxima semana terminaremos con esta discusión, que, lo sé, no cambiará en nada las costumbres bárbaras y descuidadas de nuestro manejo del lenguaje. Me siento como López Obrador, peleándome con la realidad, con la terca y tozuda realidad.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

 

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