Desarrollo humano y social
Virtud republicana
12 mayo Por: Juan Pablo Aranda Vargas
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La palabra es por todos conocida. Aquellas clases de civismo—cuando el país, cuando menos, simulaba preocuparse por la virtud cívica, aunque el régimen “revolucionario” la convirtió en nada más que propaganda… vamos, la misma historia y, peor, los mismos protagonistas—quizá hayan dejado en nosotros la imagen, más o menos distorsionada, de la Constitución, ésa de 1917 que, a fuerza de estupidez política, se convirtió en el bodrio con el que se malgobierna hoy.

Quizá recordemos aquel artículo sobre la forma del Estado: una república, repetíamos en clase, como merolicos, representativa, democrática, laica y federal. Sin detenernos en ello, vale mencionar la vulgar muletilla del país “laico”, quizá imitando la laïcité francesa, quizá nada más que el viejo resentimiento anticlerical de una nación profundamente religiosa; ni qué decir del federalismo, terminajo que importamos del vecino sin entender ni jota de su significado: el federalismo mexicano va del extremo del “la hora que usted diga, señor presidente”, al Who let the dogs out desde el fallido foxismo hasta la actualidad.

Vivimos en una república. República Mexicana. Nombre largo que usamos poco, que suena a clase de geografía. Y, sin embargo, de republicanos no tenemos nada. Quizá no sufrimos de una “crisis” de republicanismo porque, en realidad, nunca fuimos republicanos. Ovejero, Martí y Gargarella consideran síntomas de la primera “el vaciado de los ámbitos de decisión, el que los asuntos importantes de la vida política se decidan—si se deciden—en instancias ajenas al control público,… acompañado por una esclerotización de los mecanismos de participación y de debate”, así como la “creciente apatía política de los ciudadanos…: la sensación de que su voto no cuenta, y de que las decisiones importantes son desplazadas hacia los profesionales de la política, tecnócratas o, incluso, más allá, a instancias alejadas de todo escrutinio político directo o indirecto” (Nuevas ideas republicanas, 2004: 12).

México no pasó de la virtud republicana a su crisis. Nunca el mexicano ha sido educado en la virtud republicana. Fieles a nuestro pasado colonial, parece que la lógica del súbdito obediente nos queda mejor. Políticamente, el mexicano es un animal de carga, resistente y obediente, pero no propositivo ni activo. Carece de las herramientas para pensar políticamente, ni qué decir para actuar—¿un ejemplo? Piénsese en la historia del constitucionalismo norteamericano, la confrontación académica entre federalistas y antifederalstas, y compáresela con nuestra propia historia, caracterizada menos por escritos y trabajos que por intrigas y balazos.

No hemos empezado a ser dueños de nosotros mismos: la Ilustración es, cuando mucho, una materia de clase, nunca fue un momento de la vida nacional. La misma forma se observa en nuestra vida religiosa: en México, la teología la estudia el padrecito, mientras la obligación del laico se reduce a sentarse en la banca cada semana a escuchar el sermón dominical. Quizá en México la realización del Vaticano II siga siendo tarea pendiente.

El republicanismo, la tradición que corre de la República Romana a nuestros días, de Cicerón y Séneca a Maquiavelo, a Rousseau, a Habermas y Pettit, es hoy una asignatura pendiente. Ser mexicano. Aprender a ser ciudadano, a postergar el propio disfrute en aras del bien de la comunidad; a pensar el voto desde la lógica del bien común, y no de conveniencias individuales—o, peor, de la vulgaridad del contagio-Televisa, ese “está bien guapo(a)”.

Republicanismo como educación del individuo para convertirlo en persona, en pars capaz de sumar y sumar-se, como virtud de quien descentra el propio yo para encontrarse en su comunidad. Republicanismo no como el mito de los niños héroes sino como trabajo y cooperación desde lo local, ese que no llena páginas de libros. Republicanismo como defensa de la libertad, como no-dominación, que implica no seguir a demagogos ni tiranos y, mucho menos, a esa manada de bufones que dominan los espacios de decisión hoy.

Educar en el republicanismo no es lo mismo que repetir cada lunes un acto cívico que, a falta de contenido, parece más teatro de soldaditos que otra cosa. No es cargar la bandera y sentir que se hincha el corazón, sino hacer el destino de mi comunidad mi destino. Es hacer todo ello siendo conscientes de su valor simbólico, o mejor no hacerlo. No el vulgar nacionalismo, las bravuconadas del patriotero del estadio, sino la conciencia de un origen y un destino comunes, la necesidad del nosotros.

Dr. Juan Pablo Aranda Vargas.
Profesor Investigador
UPAEP

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