Desarrollo humano y social
Epidemias y pandemias en la historia de la humanidad (1ª parte)
25 marzo Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Un aspecto inevitable de la naturaleza de los seres vivos es que se enferman. Y cuando irrumpe en grandes grupos de población una enfermedad hasta entonces desconocida, o que al menos aún no conoce cura alguna, viene acompañada de pánico y desazón. Para estos casos se emplean dos palabras: epidemia y pandemia. La palabra “epidemia” proviene del griego: “epidémon noséma”, que en un principio significaba “estancia (de una persona) en el país” y, por extensión, estancia de una enfermedad en un país: “epi” es con o sobre y “demos” es pueblo. Si una enfermedad afecta a un gran número de animales, entonces se habla de “epizootia”, pues el término “epidemia” sólo se refiere a seres humanos.

Por su parte, la palabra “pandemia”, también de orígenes griegos, como substantivo significa “todo el pueblo”, se compone de la partícula “pas”, que pasa al neutro “pan” y “demos”: pandemia. Así, panteón (“Pántheion”) significa “(templo) de todos los dioses”, panhelénico es “todos los helenos”, paneslavo es lo referente a todos los eslavos, panamericano, etc. Nuestros cuatro fieles y amables lectores, empero, deben cuidarse y ser precavidos: “pan árabe” no significa “todos los árabes”.

Mientras que la aparición de una misma enfermedad quede delimitada a ciertos lugares y en cierto tiempo, se habla de epidemia; el paso a una pandemia se presenta cuando la enfermedad abarca varios países y continentes. Oficialmente, es el Director de la Organización Mundial de la Salud quien declara que una epidemia se ha convertido en pandemia.

Uno de los primeros testimonios históricos de una epidemia se lo debemos al famoso historiador Tucídides, quien describe la terrible “pestis” o “epidemia de Atenas”, ocurrida durante el sitio que los espartanos impusieron a dicha ciudad en la Guerra del Peloponeso, entre los años 430 y 426 a.C. Se calcula que entre un cuarto y un tercio de la población ateniense murió debido a esta enfermedad, que no ha podido ser identificada, a pesar de la descripción minuciosa de Tucídides. Esto quiere decir que murieron entre 75 000 y 100 000 personas. Pericles, el gran dirigente ateniense, se contó entre las víctimas mortales de esta epidemia terrible. Un detalle importante es que Tucídides contrajo también la enfermedad, pero sobrevivió y da testimonio de que ya no volvió a enfermarse, lo cual constituye el primer caso documentado de una “memoria inmunológica”. Esta catástrofe ateniense fue uno de los factores de más peso que contribuyeron a la debacle no sólo de la ciudad, sino de la cultura clásica helénica.

Sin embargo, comparada con las dimensiones de otra epidemia de la Antigüedad, la “peste ateniense” fue de alcances muy reducidos. En efecto, la llamada “Peste Antonina” o “Plaga de Galeno” (pues fue este médico quien la describió) significó la muerte de quizá entre 7 y 10 millones de personas en el Imperio Romano, entre los años 165 y 180 d.C., con una última oleada en el 190. Ocurrió durante el reinado del último de los grandes “Emperadores Antoninos”, Marco Aurelio; de ahí el nombre. Pudo tratarse quizá de viruela o de sarampión, traídos desde el Oriente por las tropas romanas. Dado que esta enfermedad se extendió por todo el imperio, podemos hablar ya de una verdadera pandemia.

La llamada “Peste de Cipriano” estalló años más tarde, entre los años 250 y 271. Se le denomina así debido a que el escritor eclesiástico Cipriano la describió en un documento en el año 252. Parece que la enfermedad, que posiblemente era nuevamente la viruela o algo similar, comenzó en Etiopía y pronto se extendió a todo el Imperio. Se cree que en algunos momentos llegaron a morir diariamente hasta 5 000 personas solamente en la ciudad de Roma, sin contar al resto del imperio. Incluso, se sabe que dos emperadores sucumbieron a la epidemia. Era tan contagiosa, que la gente pensaba que se podía transmitir por simple contacto visual, y algunos observaron que cada oleada arrancaba con nuevos bríos en Otoño.

Unos siglos después, entre los años 541 a 770, estalló una mortal pandemia, la llamada “Peste de Justiniano”, que azotó a partes de Europa y del Medio Oriente. Volvía cada 15 o 25 años con gran fuerza, en unas 15 o 17 oleadas. Recibe su nombre debido a que ocurrió en tiempos del Emperador Justiniano. Todo parece indicar que comenzó en Egipto, alcanzando en poco tiempo a la capital del Imperio Romano Oriental, Constantinopla, para acabar extendiéndose a todo el mundo mediterráneo, llegando incluso hasta Persia (el actual Irán). Es muy probable que esta pandemia, la peor de las que se tiene noticia en el mundo antiguo, haya sido provocada por la peste que provoca la bacteria “Yersinia pestis” (la misma que provocó la llamada “Muerte Negra”, en el siglo XIV), es decir, la que provoca la peste bubónica, la peste pulmonar y la peste septicémica. Al parecer fue un fenómeno que se presentó más en las ciudades que en los campos.

Esta pandemia arrastró a la muerte, en algunos lugares, hasta a la mitad de la población; en otros, entre una cuarta o una tercera parte. En esa época se le describió como de proporciones apocalípticas, si bien no se puede saber con certeza el número final de muertos que provocó. Lo que sí parece ser cierto, es que esta peste fue la causante más importante de que los intentos del Emperador por recuperar el dominio sobre la totalidad del antiguo Imperio (“Restauratio imperii”) se encaminara al fracaso. Por eso, puede ser considerada como una de las señales del final de la Antigüedad tardía y el inicio de la llamada “Edad Media”.

En la segunda mitad del siglo IX, los llamados “Annales Fuldenses”, un documento escrito en Alemania, dan cuenta de una terrible epidemia, a la que se denomina “Fiebre italiana”, porque decían que o soldados del reino franco la habían traído desde Italia. La enfermedad, hasta ahora no identificada, se caracterizaba por dolor de ojos y una tos permanente, de tal manera que los enfermos morían en medio de una tos incontrolable. Se extendió a lo largo del río Rhin, por lo que podemos catalogarla posiblemente como una epidemia. Sobre algo similar en Italia en la misma época no hay noticias.

En nuestra próxima colaboración, Dios mediante, hablaremos de la “Magna pestilentia”, quizá la peste más famosa de la Historia, y una de las más mortíferas.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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