Desarrollo humano y social
Epidemias y pandemias en la historia de la humanidad (2ª parte)
31 marzo Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Probablemente sea la llamada “Muerte negra” la pandemia más tristemente célebre de la historia del mundo occidental. Como sea, se trata de una de las más mortíferas que han azotado a la humanidad entera. Entre los años 1346 y 1353, la peste significó la muerte para aproximadamente un tercio de la población europea, es decir, mató a unos 25 millones de personas.

La bacteria “Yersinia pestis” fue la causante de esta tragedia; recibe su nombre por su descubridor, el médico y bacteriólogo suizo-francés Alexandre Émile Jean Yersin, quien la identificó en 1894. Esto es muy importante desde el punto de vista no solamente de la sanidad pública, sino también de la psicología social.

Pensemos, por ejemplo, que en el caso de la actual pandemia del Coronavirus (COVID-19), por lo menos sabemos cuál es el agente que desató la contingencia y cuáles son las medidas básicas para tratar de frenarlo.

En el caso de las pandemias y epidemias en épocas anteriores (generalmente desde la Antigüedad hasta entrado el siglo XVI) no se sabía contra qué se estaba luchando. Por ejemplo, cuando estalló la peste negra, ni siquiera los médicos árabes, los mejores del mundo en esa época, tenían ni la más remota idea de qué estaba causando la tragedia, por lo que tampoco estaban en condiciones de hacer recomendación alguna.

La peste del siglo XIV se inició, hasta donde se sabe, en el Asia Central, llegando a Europa a través de las rutas comerciales. Las pulgas de la rata eran los transmisores de la bacteria, y como las ratas viajaban en los barcos y en las caravanas de los comerciantes, la enfermedad se diseminaba con cierta rapidez. Esto explica en parte por qué en las ciudades más ricas y con comercio más activo la enfermedad podía estallar con mayor fuerza, lo cual, sin embargo, no refuerza las sesudas afirmaciones del experto Miguel Barbosa, gobernador del estado de Puebla, cuando establece relaciones entre pandemias y riqueza.

La velocidad de la expansión de la enfermedad dependía en gran medida del medio de transporte: el paso de una pulga infectada desde una rata a otra era relativamente lento. Más rápido era el paso de la rata a una persona, y aún más rápido podía ser el de una persona, por ejemplo, que llevara en sus ropas o en el cabello pulgas o piojos infectados, hacia otra persona. Las rutas comerciales eran esenciales en este proceso, así como el clima: si este era extremadamente frío o caluroso, la velocidad del contagio era considerablemente menor.

De hecho, el clima en Europa cambió hacia el 1300, debido a lo que se ha llamado “pequeña edad de hielo”, lo que provocó un descenso de las temperaturas y, por lo mismo, una caída en la producción agrícola, de tal manera que se ha podido determinar que entre 1315 y 1317 hubo hambrunas en el norte, y en 1346 y 1347 tanto en el sur europeo como en el norte. La pandemia que llegó en esos años se encontró, por lo tanto, con una población debilitada.

El término “muerte negra” no se utilizaba en ese entonces: se le llamó sobre todo “magna pestilentia”. Fueron los cronistas daneses y suecos del siglo XVI quienes empezaron a utilizar el adjetivo “negra” refiriéndose a la irrupción de esta pandemia en 1347, para subrayar su carácter terrible y espantoso.

La utilización de este color “negro” también sirvió a otros estudiosos, sobre todo desde el ámbito de la medicina, para designar a esta pandemia, dado el color obscuro de las necrosis que causaba y que aparecían en los lugares de la picadura, en los dedos y en los bubones. Estos eran inflamaciones en los nódulos linfáticos, que solían aparecer en las ingles, las axilas y el cuello.

La peste pudo haberse originado en el Asia Central (en territorios que actualmente corresponden a China, Afganistán, Turkmenistán y Uzbekistán), posiblemente porque algunos roedores silvestres, portadores del bacilo, solían acercarse a las casas de las personas cuando las lluvias los hacían abandonar sus guaridas.

Es allí posiblemente en donde entraban en contacto con ratas domésticas, a las que les transmitían las pulgas infectadas. Lo que no se ha podido explicar es por qué en India o China no hubo la cantidad tan enorme de muertes como en Europa, siendo que ambos países estaban, como en la actualidad, mucho más densamente poblados.

Se sabe que ya hacia fines de la década de los años 30 del siglo XIV se contabilizaron las primeras víctimas en el reino de los mongoles, particularmente en comunidades cristianas. En 1346, durante el sitio de la ciudad de Kaffa, en Crimea, los mongoles, que ya llevaban enfermos entre sus tropas, comenzaron a arrojar, en una especie de guerra bacteriológica, los cadáveres de los muertos por la peste, por medio de catapultas, al interior de la ciudad. Los sitiados, entre los que había muchos genoveses, se daban a la tarea inmediata de echar los cadáveres al mar. Sin embargo, pronto se vieron igualmente infectados, ya sea por esta lluvia de cadáveres, o por la llegada de ratas con la bacteria.

Los genoveses que lograron escapar del sitio se encargaron, involuntariamente, de extender la enfermedad a lo largo de sus extensas rutas comerciales, por lo que en 1347 la peste llegó a Constantinopla, El Cairo, Messina y Sicilia, a donde llegó un barco, ya casi con toda su tripulación muerta. Y de allí se extendió rápidamente a casi todo el continente europeo…

Los porcentajes de la población que falleció a resultas de la pandemia son, obviamente, muy diferentes de un lugar a otro: en algunos lugares pudo llegar al 60%, en Egipto al 40%, en Irak, Irán y Siria un 33%, en los lugares de habla alemana poco más del 30%. Además, morían más médicos y sacerdotes (en Venecia, por ejemplo, de 24 médicos murieron 20), pues eran quienes más cerca estaban de los enfermos; más monjas y monjes (porque, una vez que uno se enfermaba, era dificilísimo controlar la pandemia dentro de los muros del monasterio).

La peste provocó el surgimiento de “nuevos ricos”, pues mucha gente de pronto heredaba grandes fortunas, pero también empobreció a muchísima regiones, pueblos y personas; los campos quedaron sin manos que los trabajaran, por lo que las hambrunas siguieron. Muchos se lanzaron a hacer penitencia en público, autoflagelándose y yendo de un lugar a otro, pensando que todo se trataba de un castigo divino. Lo malo es que muchas veces contribuían, sin quererlo, a llevar la peste de un lugar al otro.

Demográficamente, Europa se recuperó hasta bien entrado el siglo XVI; el declive demográfico repercutió desfavorablemente en la economía, más atenida en aquella época a la existencia de muchas manos. Y como las poblaciones judías se enfermaban generalmente menos (observaban mejores hábitos de limpieza), en muchas ocasiones se hacían sospechosas de tramar algo contra los cristianos (como envenenar los pozos, por ejemplo), lo que acarreaba muchas veces matanzas y exterminio de comunidades judías enteras. Las tragedias exponen, en algunos individuos, lo mejor de la naturaleza humana; en otros, lo más reprobable.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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