Desarrollo humano y social
¿Sirve de algo profetizar en política?
15 marzo Por: Juan Pablo Aranda Vargas
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No es raro escuchar, a uno y otro lado del espectro político, voces que pretenden “leer” la realidad en términos más o menos determinísticos. En redes sociales, por ejemplo, pululan fotos que capturan la pobreza en Venezuela, acompañadas de leyendas que se preguntan cómo hay quien todavía se resiste a reconocer que “vamos hacia allá”. Del otro lado del espectro ideológico, los apologistas del régimen recurren a cuanto recurso retórico tienen a la mano para justificar el dogma de una transformación que, a todas luces, no está ocurriendo.

Una ciencia política mal hecha cree que podemos “predecir” con determinados niveles de confianza. La realidad no podría ser más distinta: la existencia humana está saturada de imprevisibilidad. Esta condición nos viene no de un defecto que, a través del esfuerzo y la persistencia, podamos algún día superar, sino que se inscribe en la naturaleza humana misma. Partimos del dictum agustiniano: questio mihi factus sum, he llegado a ser un problema para mí mismo. El ser humano es una incógnita. Su esencia sólo se revela, si seguimos a Sartre, en la forma de una historia: sólo al final de mi vida obtendrá respuesta la pregunta sobre quién soy. La paradoja de lo humano—ser la criatura más estudiada, la más próxima a sí misma y, a la vez, el mayor de los enigmas—no es sino una consecuencia de la libertad. La persona humana es libre y, como tal, esencialmente una incógnita. No sólo, insistamos, en tanto esencia es el ser humano una interrogante, sino asimismo en la praxis: lo que haré y lo que haremos no están condicionados en grado suficiente como para permitir predicciones. Marx, pues, se equivoca en su reducción materialista: el ser humano—y, en específico, el proletariado sobre el que depositó su confianza—no sigue patrones de conducta, sino que se adapta, implementa, mejora, idea y crea nuevos escenarios y conductas. No debe sorprendernos que su antítesis, el neoliberalismo, que reduce la persona al individuo-consumidor, caiga en un problema similar al que, un siglo atrás, cayó su némesis.

Si la existencia humana es esencialmente misteriosa, cualquier intento de predicción cae por los suelos. Prueba de ello es el catastrófico récord que las predicciones electorales han tenido en las últimas décadas. En cierto sentido, Hegel está en lo correcto: la razón llega siempre tarde al encuentro de la historia.

El gran peligro de una predicción es que, una vez hecha, toma vida propia, pudiendo mezclarse con una psicología de masas que la convierta en realidad, creando la ilusión de una predicción acertada. El ejemplo más claro es el actual sistema financiero, fundado ya no en riqueza o bienestar reales, sino en percepción y confianza. En política aplica el mismo principio: si una creciente mayoría—la masa—está convencida de que el país está ineluctablemente condenado a perecer, esto provocará que ajuste su conducta en términos de su creencia. Este cambio, que produce reacciones sistémicas en cadena e inconmensurables, predispone a la sociedad, inconscientemente, a aceptar la materialización de la temida predicción. Si, por el contrario, la población recibe la predicción y la rechaza, su comportamiento podría ser tal que la misma no logre penetrar suficientemente la carne de lo social como para generar la suficiente energía social como para volverla realidad.

No defiendo aquí el caos y la imposibilidad de decir nada sobre lo social—evidentemente, aquí mismo estoy diciendo algo sobre el funcionamiento de lo social. Mi interés es, más bien, alertar sobre los peligros de estas profecías que terminan volviéndose a sí mismas realidad (self-fulfilling prophecies). Especialmente en los tiempos en que vivimos, un pesimismo injustificado o un optimismo ciego de los datos duros sobre la realidad, pueden provocar reacciones en cadena sumamente peligrosas. Si la mayoría, por ejemplo, cree que el país se dirige a una crisis económica y política insalvable, y que la única opción—que algunos ya manejan como hipótesis—es salir del país, una histeria colectiva podría producir un éxodo masivo, fuga de capitales e incertidumbre tales que, como resultado, la tan temida crisis terminaría siendo el único resultado posible.

La política es, sin embargo, mucho más interesante que lo que los acróbatas de cifras y los profetas de banqueta quieren reconocer. El ser humano es libre y, como tal, posee en sus manos la posibilidad de cambiar la realidad. Cada día nos jugamos lo social; con cada acción, los temidos resultados o los mundos ideales se acercan o alejan. La razón, las ciencias y las disciplinas humanas tienen la obligación de “leer” los tiempos, pero siempre bajo el velo de ignorancia impuesto por la libertad. Sólo en la tensión entre materialidad y trascendencia, entre contexto y disrupción, entre causalidad estricta y la libertad como evento, es posible un pensamiento político y social auténticamente humano.

La llamada es, pues, a la acción enérgica que construye realidades; a abandonar la comodidad de la resignación y hacer hoy lo que nos toca, que es mucho.

Dr. Juan Pablo Aranda Vargas.
Profesor Investigador
UPAEP

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