Desarrollo humano y social
Del dolor a la acción
02 marzo Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Esta semana ha estado marcada por el dolor. La irracional ola de violencia que sufre la sociedad mexicana ha segado la vida de cuatro personas, dos de ellas estudiantes de nuestra institución. Empero, la sensación de impotencia que suele acompañar a las noticias traumáticas que escuchamos todos los días parece que ha cedido su lugar a un sentimiento de profunda resolución para sobreponernos a la brutalidad y para emprender acciones que nos permitan recuperar la tranquilidad de la vida cotidiana. Decía Santo Tomás de Aquino que la paz es la tranquilidad en el orden, y en la actualidad, en México no hay ni tranquilidad ni orden.

Ciertamente, no podremos nunca recuperar una idílica y paradisíaca tranquilidad absoluta; tampoco nos es dado vivir sin dolor y sufrimiento. Pero aquí hay que distinguir entre varios tipos de dolor. Decía Manuel Gómez Morin, uno de los grandes economistas y pensadores políticos del siglo XX mexicano, que suprimir el dolor no es el fin del hombre. De hecho, nuestra vida se desarrolla acompañada de dolor, desde que nacemos hasta que morimos. Es una constante en la vida de las personas y de las naciones. El dolor de los hombres, decía Gómez Morin, es algo claro, objetivo, evidente y constante.

Pero lo que debe preocuparnos en la vida social no es tanto el dolor que viene de Dios, el dolor inevitable, producto, por ejemplo, de la enfermedad, de accidentes y de la natural separación y despedida de los seres queridos. El que debe ocuparnos es el dolor que causamos unos hombres a otros, el dolor producto de injustas estructuras económicas, sociales y políticas hechas por el hombre para lastimar y controlar a otros, es decir, el dolor que debería ser evitable, el dolor que no debería ser. La lucha contra este dolor evitable debería unirnos en la reflexión y en la acción, en la discusión y en el trabajo.

Para ello somos privilegiados en una institución universitaria como la nuestra: no solamente podemos pensar, discutir y reflexionar, como se hace, por ejemplo, en un instituto de investigaciones; no solamente podemos transmitir conocimientos, como por ejemplo en instituciones meramente docentes. Una universidad como la nuestra está pensada y diseñada para hacer investigación científica, pero también para formar profesionales. Y digo “formar”, no “producir”, como ocurre en universidades orientadas por el utilitarismo y la mercadotecnia. Aquí pretendemos formar apoyándonos en valores humanistas cristianos. Además, tenemos el objetivo de promover y difundir la cultura y de brindar diferentes servicios a la comunidad.

Lo anterior quiere decir que nosotros podemos pensar, recapacitar y reflexionar para saber cuáles son los mejores caminos para fincar la vida social en bases diferentes a las que hasta ahora han valido y que nos tienen abatidos. Pero a esta capacidad de emplear la inteligencia para proponer caminos y soluciones hay que agregar que también tenemos la fuerza y el empuje, pues si nos decidimos a movilizarnos estamos hablando de miles de personas unidas por las mismas metas y convicciones. La fuerza dirigida por la inteligencia es invencible. Decía Víctor Hugo que ningún ejército puede detener la fuerza de una idea cuando esta llega a tiempo. Y ya es tiempo de que, como universitarios, seamos conscientes de estas nuestras ventajas. Veamos el caso de la CNTE: es toda fuerza física, sin ideas ni ideales, sin argumentos ni generosidad; y a los padres de los niños con cáncer, con argumentos y desesperación paternales pero, desafortunadamente, sin fuerza que los apoye. Nosotros tenemos la fuerza de la reflexión y de las ideas y la fuerza del empuje y de la generosidad.

Como universitarios que somos, podemos tener entre nosotros muchas diferencias, pero en cuanto nos asumimos como miembros de una sólida comunidad universitaria, en relación unos con otros, nuestro ímpetu ya no es solamente personal, sino colectivo, y nuestra acción adquirirá mayor trascendencia y una dimensión más profunda y generosa.

Debemos por lo tanto averiguar en dónde están los males que reclaman la acción; debemos analizar qué debemos proponer y qué programas realizables debemos diseñar; debemos entender a quiénes tenemos que mover a la acción y a la responsabilidad; debemos saber identificar a quienes están con nosotros, a quiénes debemos combatir y a quiénes debemos convencer. El academicismo puro es estéril y frío; la acción ciega es activismo y pragmatismo, proclive a ser desviada y aprovechada por los más astutos y los más rijosos. Seamos, hablando en el lenguaje del mal comprendido Maquiavelo, inteligentes como el zorro y fuertes como el león.

El papa Benedicto XVI afirmó en una ocasión, refiriéndose al sentido del dolor para su antecesor, Juan Pablo II, que el mal existe en el mundo también para despertar en nosotros el amor, la entrega de nosotros mismos, por lo que tenemos que hacer todo lo posible por atenuar ese sufrimiento de los inocentes. El papa polaco, según Benedicto, nos dio la certeza de que el mal no tiene la última palabra.

Pero si vamos a luchar contra el mal y contra el dolor que nos causamos unos a otros, tenemos que hacerlo con inteligencia y convicción. No debemos ceder ante el temor de una lucha difícil y larga, ni subestimar las acciones aparentemente pequeñas. Y debemos recordar, volviendo a Gómez Morin, que es peor el bien mal hecho que el mal mismo, pues lo primero destruye la posibilidad del bien y mata la esperanza; el mal, al menos, renueva la rebeldía y la acción.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

 

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