En estas épocas de populismos rampantes, líderes ocurrentes y mentirosos y electores cegatones, pareciera que es lógico que la economía de algunos países sufra graves desperfectos. No me estoy refiriendo nada más a la noticia que se extendió rápidamente por todos los medios nacionales, en el sentido de que la economía mexicana se contrajo 0.1% en 2019, la caída más fuerte en diez años. Me estoy refiriendo también al tema de la economía inglesa, y este es el tema que ahora nos ocupará.
Cuando mis amables cuatro lectores estén ensimismados leyendo estas líneas, el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte habrá dejado ya de pertenecer a la Unión Europea: a las 12 de la noche, hora central europea. Por razones que ya hemos discutido en este mismo espacio en colaboraciones anteriores, se trata de una de las decisiones más tristes y catastróficas en la historia reciente de ese milenario país, que ya en dos ocasiones derramó la sangre de sus soldados para defender la libertad en Europa y que ahora da la espalda a sus vecinos europeos.
Las discusiones en Inglaterra acerca del llamado “Brexit” han profundizado la ya de por sí profunda brecha que separaba a los partidarios de una colaboración estrecha con el resto de Europa y los que preferían a una Inglaterra menos integrada a la economía y la política globalizadoras. Los “brexiteers” buscaban colocar en el centro de la atención no a un país dentro del concierto europeo y mundial, sino a uno que, autosuficiente política y económicamente, sólo pensara en sus ciudadanos. Por eso, en uno de los más graves errores históricos del que han sido testigos los siglos, los ingleses fueron convocados a las urnas en Junio de 2016, ganado por estrecho margen los ciudadanos que preferían la salida de la UE. Los más de 40 meses que han pasado desde entonces fueron un ejemplo de caos, indecisión y crisis, que, obviamente, perjudicaron a la economía inglesa, que, se calcula, ha perdido en dicho lapso unos 130 000 millones de libras esterlinas (3 billones 198 mil millones de pesos), y la cifra sigue aumentando. Parafraseando al clásico: aún no han llegado a un “punto de inflexión” … Esto significa que, al final del 2020, la suma de las pérdidas llegará seguramente a los 200 mil millones de libras. Una barbaridad de dinero.
Desde ese mes de Junio de 2016, el crecimiento de la economía inglesa se contrajo a la mitad, registrando solamente un uno por ciento al año, con el agravante de que al locuaz Boris Johnson no se le ha ocurrido el expediente de los “otros datos” que tan bien maneja su colega Andrés Manuel López, por lo que lo único que hace es no hablar del tema. Todo esto quiere decir que la economía inglesa es actualmente mucho más pequeña de lo que sería si no se hubiera realizado el referendo de 2016. El crecimiento de la economía ha sufrido, al igual que la mexicana, su caída más considerable en una década, y como las empresas inglesas se han tenido que retirar de las cadenas productivas europeas, en parte por la depreciación de la moneda, se observa un fenómeno de “desglobalización”.
Las inversiones para construir nuevas fábricas y maquinaria también han disminuido notablemente, comparando con la situación que se había observado hasta antes de 2016; además, la diferencia en inversiones frente a las otras naciones industrializadas se ha profundizado, por lo que, comparando con el promedio de los otros países del “G-7” (Estados Unidos, Francia, Alemania, Canadá, Italia y Japón), el Reino Unido ocupa la peor posición.
Lo que ha salvado a la economía inglesa de la catástrofe de proporciones dantescas que los partidarios de mantenerse en la UE vaticinaban en caso de que el “Brexit” se concretara es que no se han perdido empleos. Al contrario: se han creado más. Esto ha provocado que los ciudadanos no sientan tan fuerte el golpe a la economía que la salida de la UE ha traído consigo, por lo que los ciudadanos que hubiesen preferido que su país se quedara en la UE volverían a perder un referendo, igualmente por muy pequeño margen, como muestran los estudios realizados al respecto. Otras consecuencias que se verán seguramente en el futuro más o menos cercano (como por ejemplo el muy probable intento de Escocia de abandonar el Reino Unido) son aún muy difusas y abstractas para el elector promedio, por lo que la preocupación es aún prácticamente inexistente.
Un fenómeno preocupante y que no es para nada exclusivo del Reino Unido, sino que encontramos cada vez con mayor fuerza en muchos países democráticos del mundo, es la creciente animadversión que los electores sienten frente a los otros electores que votaron en sentido opuesto. Los estudios que se han realizado en varios países del mundo han encontrado, sin embargo, que esta animadversión es un poco más notoria en Inglaterra que en otras naciones. Hay que recordar que en la política no se trata solamente de escoger entre decisiones técnicas, cuyas características exactas casi siempre están fuera del entendimiento del elector promedio, sino que hablamos de símbolos y de emociones. Un elector que llega molesto a la urna no vota fríamente pensando en cuestiones técnicas, sino reacciona, casi siempre, emocionalmente. Por lo tanto, no es exacto que los partidarios del “Brexit” hayan actuado de manera emocional y los que preferirían quedarse en la UE fuesen más “cerebrales”. Ambos campos se comportaron igualmente emocionales. Una encuesta llevada a cabo después del referéndum de 2016 mostró que más de una tercera parte de los electores rompió en llanto por la noche, esto es, tanto “Brexiteers” como “Remainers”, lo cual revela en ambos bandos una fuerte carga emocional.
La pregunta que muchos investigadores de la cultura política se hacen es: ¿A qué están dispuestas las personas en caso de sentirse infelices? Un 20% de los ingleses entrevistados respondieron a esta pregunta con la afirmación de que estarían dispuestos a participar en una revolución o a abandonar su país en caso de que siguieran estando descontentos con la política. Esta respuesta es verdaderamente alarmante, si pensamos que se trata de los ciudadanos de una democracia sólida, antigua y ejemplar. Y el panorama de frustración se completa cuando leemos que solamente el 27% de los británicos creen que sus hijos y nietos vivirán mejor que ellos mismos. Este pesimismo y la insatisfacción con la política y con la economía globalizada explican en gran medida el éxito de los políticos populistas, como el caso de Boris Johnson, y nos permite comprender también esa creciente animadversión entre los electores de diferentes bandos.
Para terminar con estas reflexiones en torno al Brexit y a la conducta de los electores en nuestros días, un último apunte. Generalmente, en las democracias maduras, tanto el partido que resultaba ganador en las elecciones como sus votantes se mostraban dispuestos a hacer algunas concesiones a quienes habían sido sus adversarios, con la idea de unificar a los bandos que habían contendido en la lid democrática. A su vez, los perdedores concedían un tiempo a los ganadores para comenzar a mostrar resultados. Lo grave del caso es que, actualmente, ni los triunfadores están dispuestos a conceder nada a los adversarios derrotados, ni los que perdieron conceden en nada la razón a los ganadores ni se muestran decididos a darles algo de confianza. Con este panorama, lamento decirlo, el futuro de la democracia no se ve muy halagüeño.
Dr. Herminio S. de la Barquera A. Decano de Ciencias Sociales UPAEP |