Desarrollo humano y social
Ion: el éxtasis en la experiencia estética
26 enero Por: Jorge Medina Delgadillo
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“Ion” es un magnífico diálogo que Platón escribió donde se relata el encuentro entre Sócrates y el recitador de versos (rapsoda) Ion. Éste venía de celebrar las fiestas en honor de Asclepio, dios de la medicina, y de haber ganado en las mismas los primeros premios. El diálogo comienza de manera típica: es Sócrates quien “no sabe” acerca de los poetas y el arte de los rapsodas, y por eso interroga a su interlocutor, sin embargo, surge un giro en la conversación tras la confesión de Ion que busca saber y reconoce en Sócrates un auténtico maestro: “-Qué es lo que yo entiendo por esto, ¿querrás oírlo de mí, Ion? -Por Zeus, que es esto lo que quiero, Sócrates. Pues yo me complazco oyéndoos a vosotros los que sabéis.”

Desde esa inflexión del diálogo, hasta el final, Platón, en boca su maestro Sócrates, regala una de las primeras y fundamentales piezas de estética, llevando el tópico de la discusión hasta los niveles místicos y haciendo de lo divino la piedra de toque para toda futura estética que quiera hacer llevar el análisis hasta las profundidades metafísicas.

La primera polémica desatada versa sobre la diferencia entre técnica (ciencia) y arte, pues se observa que la primera capacita a la persona a juzgar los opuestos dentro de un mismo género y, por tanto, su conveniencia o inconveniencia, su mayor o menor belleza, su bondad o maldad en comparación con los otros semejantes, sin embargo, por la pregunta de Sócrates: “¿Cómo es, pues, que tú eres experto en Homero y no en Hesíodo o en alguno de los otros poetas?” se afirma que Ion no es un técnico de la poesía, “porque si fueras capaz de hablar por una cierta técnica, también serías capaz de hacerlo sobre los otros poetas, pues en cierta manera, la poética es un todo.”

Queda así sentado el debate ante dos evidencias: Ion acaba de ganar los primeros premios en las fiestas con lo que demuestra ser un verdadero artista, un gran rapsoda, pero él a la vez no puede expresar bellamente lo dicho por otros poetas (v.g. Hesíodo o Arquíloco) con lo cual demuestra “no saber” sobre poesía, pues gracias a la técnica y a la ciencia se puede discernir sobre las cualidades, los significados y las cosas. Quien es técnico en pintura, escultura o música es capaz de explicar lo que se recita bien y lo que no, lo que se pinta bien o no, lo que se escucha bien o no.

¿Qué es, pues, lo que hace al ser humano, encarnado en Ion, capaz de un “saber no sabiendo”, como expresara san Juan de la Cruz? ¿Qué posibilita a alguien para que se extasíe en algo y no en otra cosa? En otras palabras, ¿cuál es la causa de la experiencia estética, tanto en el creador (poeta), como en el recitador (rapsoda) y en el espectador? ¿Existe algo más allá de la técnica artística y que como simple y llano “arte” sea capaz de penetrar en el alma a tal grado que la conmueva por una fuerza superior a su propia naturaleza?

Ion sabe que habla bien de Homero, y de ello es plenamente consciente, al igual que lo es de los espectadores que derraman lágrimas durante su recitación. Sin embargo, es incapaz de dar cuenta de su saber, de su convicción y sentimiento hacia Homero, pues carece de la ciencia poética. Queda pues que la solución sea la participación de una “fuerza divina” que a semejanza del “imán” que comparte su fuerza al hierro que está unido a él para que éste a su vez lo haga con otros. Esa fuerza divina hace del poeta -y de toda la cadena estética- una suerte de posesión. Platón está convencido de que el poeta está literalmente endiosado, y así, se extasía y pone “fuera de sí” al contemplar la belleza. Es la divinidad la causa última, tanto del artista, como del arte y de la experiencia misma que tiene el espectador, el cual no es sino el último anillo del magneto estético.

Sin embargo, ¿no acaso esto implica quitarle mérito al artista para otorgárselo a la divinidad? Platón no duda: “Con esto, me parece a mí que la divinidad nos muestra claramente, para que no vacilemos más, que todos estos hermosos poemas no son de factura humana ni hechos por los hombres, sino divinos y creados por los dioses”. Estas palabras tienen un dejo de eco profético a las del Evangelio: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeños” (Mt 11,5), pues si las palabras sabias, las experiencias místicas y las revelaciones futuras fueran expresadas por los sabios y cultos, ¿darían éstos acaso crédito a la divinidad?, ¿lo harían sus espectadores? Por tanto, para evitar esto y mostrar la grandeza de lo bello, “el dios cantó, sirviéndose de un poeta insignificante, el más hermoso poema lírico”.

La técnica, incluso la ciencia estética, darán conocimientos que permitan discernir entre lo bello y lo que no lo es, sin embargo, la experiencia misma de lo bello es un “don divino”. El arte se muestra en contenidos que pueden ser juzgados por una ciencia o técnica; no en balde Platón recuerda al lector en repetidas ocasiones bellos pasajes de Homero en la Ilíada y la Odisea, sin embargo, el rapsoda no juzga los contenidos de estos pasajes como lo haría el médico, el auriga, el pescador o el adivino, los cuales verían la conveniencia o inconveniencia de las propuestas de los poetas con base en sus conocimientos y experiencias; no, el rapsoda no posee su técnica, no tiene conocimientos ni es experto en los temas de las demás disciplinas, él es “intérprete de la divinidad” al igual que el poeta, o más bien, por él de ella.

Por tanto, la experiencia estética que tiene el artista no es equivalente al conocimiento que tiene el científico o el técnico. Esto hace que éste no comprenda a aquél, y lo llame “demente”, sin saber que no es el artista, sino la divinidad, quien quiere mostrar algo a través de él, y por eso ni él mismo puede dar cuenta cabalmente de su inspiración ni de su obra. Y es que en efecto, el poeta -y todo artista- “es una cosa leve, alada y sagrada”: leve, porque el artista desata las amarras del prejuicio de la opinión, del peso de la superficialidad y de la loza de la utilidad; alada, porque se remonta, o mejor dicho, es usurpado y llevado hasta las cimas del conocimiento a “las grietas de la roca, en escarpados escondrijos” (Cnt 2,14) allá donde se rebasa el conocimiento mismo; sagrada, porque es un instrumento de la divinidad, porque en él y por él ella muestra al hombre la belleza.

Dr. Jorge Medina Delgadillo.
Profesor Investigador
UPAEP

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