Desarrollo humano y social
Educando mis emociones
17 enero Por: Maria del Carmen Mora Ávila
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Cierto día se encontraban en clase, las emociones. El entusiasmo corría por todo el salón intentando aprender, con estilo activo, las complejas Matemáticas; mientras tanto, el abatimiento por más que trataba, ni siquiera se concentraba en las explicaciones sobre Algebra, Estadística y Probabilidad.  Le era muy difícil entenderlas y ni se diga aplicarlas.

La alegría llegaba saludando a todas las demás emociones y se encargaba de motivarlas para hacer tareas, trabajos, proyectos y resolver los exámenes, claro, siempre y cuando la apatía y la angustia no intervinieran, pues éstas hacían pensar a las demás “a pesar del esfuerzo no lograrían buenos resultados”, todo el tiempo imaginaban lo peor por suceder: reprobar y desertar de la universidad.

Por su parte, a la tristeza también presente, le encantaba trabajar a solas mientras divagaba en todo aquello que ya había acontecido y no había superado, vociferando “si hubiera hecho, si hubiera dicho, si no hubiera”… cuando se daba cuenta, el tiempo ya había transcurrido y volvía a lamentarse por lo no realizado, estancándose entonces, en sus propios pensamientos rumiantes.

A veces, la tristeza estaba muy confundida y sin notarlo, se convertía en enojo; el enojo, irascible, impulsivo, expansivo, de tanto ahogarse y no expresarse, se convertía en tristeza. Es así como la tristeza y el enojo, andaban de la mano casi todo el tiempo.

El miedo, también hacía de las suyas, de vez en cuando las ayudaba para bloquear sus esfuerzos y todo lo asimilado, además de causarles desconfianza en ellas mismas.

Con respecto al trabajo en equipo, en algunas ocasiones se reunían el miedo, la tristeza, el enojo y la angustia. Hablaban de lo mal que les iba en la vida, de las dificultades que habían enfrentado, de lo obscuro que se veía el panorama del futuro y las escasas alternativas para solucionar problemas y vivir plenamente.

Se sentían cansadas, agotadas para continuar sus planes, habían perdido el interés por sus actividades y sueños, ya no los disfrutaban. Además, era muy difícil para ellas tomar decisiones, dudaban de sus propias capacidades y desconfiaban de los demás, temían que las dañaran.

Por esta razón, a pesar de reunirse para trabajar en equipo, no lograban terminar sus proyectos ni actividades, olvidaban tareas y entregar sus trabajos. Esto generaba que se sintieran aún peor.

Un día, llegó la sabiduría a la clase, les platicó de estrategias distintas para aprender; generó expectativas en las emociones, todas estaban muy atentas y curiosas por escucharla.

Les dijo que el primer paso era darse cuenta de ellas mismas, conocerse, mirar como se manifiestan a través de sensaciones; después escucharse, distinguir sus necesidades; luego atender estas necesidades, ya sea expresarse, establecer límites, descansar, pedir ayuda, romper la rutina, hacer cosas divertidas, reírse, cambiar de opinión, convivir con otros, etc.

Acto seguido, era necesario darle cierto tiempo a cada una de las emociones para que aplicaran estas estrategias, de tal manera que todas tuvieran oportunidad de aparecer en distintas circunstancias.  Finalmente, las emociones estaban asombradas pues desde hace tiempo necesitaban ser vistas, escuchadas y atendidas, para aprender mejor y así lograr ser educadas.

Definitivamente las emociones son mensajeras de aquello que el individuo necesita. De ahí que, a mayor contacto con mis emociones, mayor conciencia de mis necesidades pues el cuerpo nunca miente.

Las emociones influyen en la percepción de nuestra realidad, por lo tanto, al momento del aprendizaje las emociones funcionan como lentes a través de los cuales se miran los objetos del conocimiento.

En estado depresivo las emociones predominantes son tristeza, miedo, angustia y enojo, en especial éste último de manera acumulada. Es decir, no se ha encontrado la manera de expresarlo, se implota y por lo tanto, ocasiona daño. Quien padece depresión, oscila entre la tristeza y el enojo, afectando su capacidad de concentración, atención, toma de decisiones y seguridad.

Si lo contextualizamos a la vida universitaria, es común que si un joven universitario padece depresión, ésta influya en su desempeño académico, pues sus habilidades cognitivas están afectadas por el raudal de emociones antes descritas.

No obstante, es posible que el joven aprenda a educar sus emociones, no para reprimirlas o mitigarlas. Sino más bien para gestionarlas, a través de distinguirlas entre sí, identificando el factor que las detona, atendiendo las necesidades implícitas en las mismas y compartiéndolas de manera asertiva con los que le rodean facilitando entonces sus relaciones interpersonales, así como su proceso de aprendizaje.




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