Desarrollo humano y social
Los Tres Reyes de Oriente
12 enero Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Saludo con gusto a mis cuatro fieles y amables lectores, con motivo de esta modesta contribución de inicio de año. Sé, con halago, que entre estos cuatro lectores hay personas que ocupan prominentes cargos, y los tengo a todos ellos por personas de acabada erudición, de profunda sabiduría y de franciscana paciencia, pues siguen leyendo con serenidad e indulgencia las líneas que este humilde servidor, con más dedicación que capacidad, perpetra semanalmente con osadía y atrevimiento. ¡Que Dios bendiga a mis cuatro lectores en este año 2020!

Al contrario de lo que uno pensaría al ver el título de este texto (“Los Tres Reyes de Oriente”), no me refiero, como lo ha explicado Paco Calderón hace unos días, a Recep Tayyip Erdogan (reyezuelo de Turquía), ni a Ali Hoseini Jamenei (reyezuelo de Irán) y mucho menos a Salman Bin Abdulaziz (reyezuelo de Arabia Saudí). Estos personajes no son nada sabios, no son magos (aunque quisieran serlo, para aparecer una bomba atómica en la chistera) y tampoco seguirían a la estrella de Belén. Quiero referirme, con el título señalado, a tres personajes que poco a poco han ido perdiendo importancia con el correr del tiempo: a Melchor, Gaspar y Baltazar.

En efecto: a diferencia de décadas anteriores, los otrora tradicionales Reyes Magos han sido en gran medida desplazados por una figura mercadológica más poderosa y atractiva debido a su empuje comercial y cultural estadounidense y a las ansias de imitación de los que no son estadounidenses: Santa Claus. Han sido desplazados a tal grado por “Santa”, que los tres irrumpen en la publicidad, en algunas tiendas, escuelas y centros comerciales tan sólo unos cuantos días antes del 6 de Enero, si bien les va, y bastante apagados. Toda la mercadotecnia pre-navideña está dominada por ese personaje gordo, vestido de rojo, que vuela en un trineo tirado por unos renos, que entra a las casas por la chimenea, y que ya no deja ver en él con facilidad al santo obispo de Myra, figura de la que procede originalmente. ¿Pero quiénes son estos Santos Reyes, que llegan repartiendo juguetes a los niños, montados en un camello, un caballo y un elefante?

Estos personajes aparecen en el Evangelio de Mateo (2, 1-12) buscando al Niño Jesús para adorarle, pero allí no se dice que fueran tres, no aparece ningún nombre, ni que fuesen reyes, ni se menciona qué animales montaban. La palabra griega que los designa en dicho texto es “mágoi”, concepto que en un principio se aplicaba a los miembros de una casta sacerdotal persa que se ocupaba del estudio de los astros y de su influencia en las personas y acontecimientos, para pasar a significar después astrólogos/astrónomos en general, sobre todo de origen babilonio, y que actuaban además como consejeros de reyes, príncipes y potentados. Recordemos que, en la Antigüedad y hasta bien entrada la modernidad, los astrónomos eran una suerte de mezcla de astrólogos y astrónomos. Las leyendas acerca de tres sabios de Oriente comienzan a formarse en el siglo VI; son tres, porque llevaron tres regalos: oro, incienso y mirra (el primero que afirmó esto fue el sabio Origenes, en el siglo III). En el siglo IX, la difusión de los nombres ya es extensa: Gaspar, del persa Kansbar, “administrador del tesoro”, y que según dicha leyenda representa a los persas, indos y europeos; Melchor, del hebreo Malki-or, “rey de la luz”, representante de los pueblos semitas mediterráneos; Baltazar, quizá del asirio Bel-tas-assar, “que Bel (el Señor) proteja al rey (o a la vida)”, representa a los pueblos africanos, de ahí que sea negro.

Posiblemente, el primer escrito en el que aparecen estos nombres es uno de los llamados “Evangelios pseudoepigráficos”, llamados a veces de manera incorrecta “apócrifos”: el llamado “Evangelio armenio de la infancia”, que data, por muy temprano, del siglo IV. Por cierto, es este mismo evangelio el que registra otros nombres que en el Nuevo Testamento tampoco aparecen: el de los padres de la Virgen María y el del romano que perforó el costado de Jesús en la cruz. El tema de los regalos que los reyes aportan (acompañados de numerosos ejércitos) también es un poco diferente al que vemos en el informe de Mateo, pues habla de mirra, áloe, muselina, púrpura, lino y varios libros “sellados por el dedo de Dios”, que son los obsequios de Melchor (Melkon). Gaspar entrega nardos, cinamomo, canela e incienso. Baltazar, por último, le regala al niño Jesús oro, plata, piedras preciosas, perlas y zafiros. También menciona este texto que la visita de los reyes al pequeño niño fue el 9 de Enero y que estuvieron allí, acampando con sus ejércitos, durante tres días.

Según otras tradiciones, el apóstol Tomás los consagraría después como obispos. Luego de una vida dedicada con éxito al trabajo misionero, mueren en un corto lapso uno tras otro y son enterrados juntos. Al parecer fue Santa Elena, madre del emperador Constantino I, quien descubre sus restos y los lleva a Constantinopla, la capital del imperio romano, en el siglo IV.

El monje inglés Beda el Venerable, hacia el año 725, es quien refiere las características físicas de los tres “magos” y la correspondencia geográfica que mencionamos arriba (Europa, Asia y África). Melchor es un anciano de barbas blancas, Baltazar un hombre de mediana edad con barba negra, mientras que Gaspar es un joven sin barba. Esto representa también las tres edades del Hombre. La tradición convirtió a los sabios estudiosos de los astros en reyes, aunque quizá el primero en señalar esto fuese el teólogo tertuliano, hacia el siglo III. Se suponía que los restos de estos reyes reposaban en Constantinopla, de donde fueron llevados a Milán posiblemente en el siglo VI, a la iglesia de San Eustorgio. Después de destruir y arrasar por completo la ciudad, el Emperador Federico “Barbarroja” al parecer le obsequia las reliquias a su canciller, el arzobispo Rainald von Dassel, quien a su vez las hace trasladar solemnemente a su catedral en Colonia, en el año 1164. Desde entonces, estas veneradas reliquias descansan allí, por lo que esta catedral fue, hasta bien entrado el siglo XVIII, un lugar muy importante de peregrinación.

Teológicamente, estos personajes son muy importantes: son sabios paganos, que acuden desde el principio a adorar a Jesús y que se convierten al cristianismo; al final, el Mesías es sacrificado por su propio pueblo. Los Santos Reyes son patrones de la ciudad de Colonia, protectores de los viajeros y peregrinos, contra el mal clima y la epilepsia. Además, estos “mágoi” están relacionados con una de las fiestas más antiguas de la cristiandad: la fiesta de la Epifanía (“manifestación”), pues Jesús se da a conocer. Con este nombre ocurren tres acontecimientos: la Epifanía ante los Reyes Magos, la Epifanía ante San Juan Bautista en el Jordán y la Epifanía ante sus discípulos con el milagro del vino en las bodas de Caná.

Esta festividad se comenzó a celebrar en Oriente hacia el siglo IV, pero pasa rápidamente a Occidente, pues en las Galias ya se encuentran testimonios de su celebración hacia el 361. Esta festividad oriental al parecer también trató de substituir a las celebraciones solares paganas, como quizá fue el caso de la Navidad en el Occidente, Es por eso que en Oriente se le llama “Hagia phota”: “Santa luz”.

El gran escritor Wolfgang von Goethe escribió a un amigo en Colonia que, en el caso de los Reyes Magos, se mezclan la historia, la tradición, cosas posibles, cosas improbables, legendarias, naturales, probables, reales y hasta la descripción más individual; esto desarma, como toda leyenda, a cualquier crítica. Puede ser que la catedral de Colonia no guarde en realidad los restos de los tres sabios de Oriente, pero, como dice Christoph Driessen, allí reposa una hermosa historia.

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