A finales de la década de 1990, el politólogo Fareed Zakaria catalogó como democracias iliberales a aquellos sistemas caracterizados por la operación de fuerzas políticas (tanto de izquierda como de derecha) que acceden al poder por medio del voto, pero que una vez en control de las instituciones, se dedican a desmantelar los contrapesos constitucionales, a vulnerar las libertades políticas básicas de la población y a modificar las reglas del juego para eternizarse en el poder.
En una democracia iliberal consolidada, la concentración de las decisiones en pocas manos prevalece sobre los equilibrios de poder (los cuales quedan relegados a ser texto constitucional sin realidad objetiva) y las libertades fundamentales (como la de expresión o asociación) se subordinan a los criterios arbitrarios del poder político. Por ello, no sobra decir que las democracias iliberales dan pie a la prevalencia de formas autoritarias de poder político. Eso sí, en un régimen democrático iliberal siempre opera una fachada basada en la celebración periódica de elecciones en las que la fuerza iliberal, gracias a una competencia en desigualdad de circunstancias y/o simulada, sistemáticamente obtiene el triunfo electoral con lo que recubre al régimen de cierta legitimidad a su interior y en el campo internacional.
En el año 2018, los profesores de la Universidad de Harvard, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt en su libro ¿Cómo mueren las democracias?, rastrearon las formas en las que democracias liberales más o menos funcionales dieron entrada a fuerzas autoritarias que una vez en control de una parte del estado, neutralizaron a las instituciones democráticas que en primera instancia gestionaron su acceso pacífico al poder y desde el cual finalmente lograron suplantar el régimen por formas iliberales o de plano por autoritarismos flagrantes.
En ese ‘rastreo’, los autores revisan un conjunto variopinto de ascensos de fuerzas autoritarias como el de Hitler en Alemania, Fujimori en Perú, Chávez en Venezuela, o Viktor Orbán en Hungría entre muchos otros. De ese repertorio de ejemplos, los autores articulan dos importantes postulados. 1) La fuerza política autoritaria o iliberal se abre paso en una democracia por medio de maniobrar políticamente a través de los mecanismos democráticos y legítimos de acceso al poder. Es decir, las fuerzas iliberales forman un partido político o se montan en uno existente para competir en elecciones y así tomar control del estado.
2) Una vez en el poder, el primer paso para desmantelar la democracia liberal es apoderarse de los siguientes ‘árbitros’ que cumplen la función de contrapesan al poder democrático: Colonizan al poder judicial con el objeto de manipular a modo el marco constitucional, a la autoridad electoral con la meta de hacer prevalecer a su favor asimetrías en la competencia y a otros órganos autónomos importantes del estado (como comisiones reguladoras o fiscalías) con el objetivo de contar con un conjunto de instancias para conformar una fortaleza de arbitrariedad y de hostigamiento a los adversarios. Ya con las instancias clave del Estado en la bolsa, el segundo paso es marginar por diversos medios a sus opositores políticos, coaccionar a los medios de comunicación y finalmente seguir modificando a modo las reglas del juego para acrecentar su poder y disociar la continuidad de su poder político de ejercicios electorales competitivos.
Hoy en día en el continente americano vemos escenarios políticos que encuadran en el relato de los autores estadounidenses. Existen casos de democracias iliberales consumadas como la de Venezuela, Nicaragua y hasta hace poco la boliviana. Existen otros casos de los cuales emanan señales de proyectos iliberales en potencia, dentro de los que hay quienes nombran a Brasil y a México como ejemplos.
En el caso de éste último, ciertamente hay hechos políticos que generan suspicacias. La designación irregular de una militante de MORENA en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (uno de los órganos autónomos más importante de nuestro país por razones obvias), la designación de incondicionales en organismos reguladores (como el de energía), la propuesta para modificar las leyes que rigen al INE (que más que reforma parece más bien un intento de cooptación), son algunos hechos políticos que sin duda van trazando una tendencia con rostro de iliberal.
No hay que perder de vista que estas acciones contra las instituciones clave de la joven e imperfecta democracia liberal mexicana, van muy acorde con el tono de expresiones ideológicas que el partido gobernante de México ha suscrito desde hace años en el Foro de Sao Paulo; una agrupación transnacional de partidos políticos latinoamericanos que comparten su oposición al capitalismo neoliberal y desde donde se ha etiquetado a la democracia liberal como un instrumento “funcional para las oligarquías locales”, pero también como un medio efectivo para acceder al poder y desde ahí dentro sustituir irreversiblemente a ese dispositivo burgués “por un nuevo modelo político en el que el pueblo ejerza directamente el poder” (Foro de Sao Paulo, Nuestra América en pie de lucha, Managua 2017).
Dr. Derzu Daniel Ramírez |