Desarrollo humano y social
¿Terroristas o narcotraficantes?
01 diciembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
Pin It

En días recientes, el gobierno mexicano recibió otro susto de parte del Presidente Trump. No debería haber sido una sorpresa, pues ya desde hace unos meses el impresentable habitante de la Casa Blanca había anunciado sus intenciones, ante su desilusión por la falta de estrategia que distingue al gobierno de López en materia de combate a la inseguridad, de declarar a los carteles mexicanos del narcotráfico como organizaciones terroristas. Dejemos de lado el asunto de qué tan “mexicanos” son estos grupos, habida cuenta de que las ganancias del comercio ilegal de drogas se quedan en su mayor parte en los Estados Unidos y que estos están presentes en amplios espacios de la geografía estadounidense. Estamos, en realidad, ante otro dislate de los actores políticos: hace unas semanas, el Presidente López disertó inútilmente sobre un “Golpe de Estado”. Ahora su colega estadounidense hace lo propio con el concepto de “terrorismo”. Reflexionemos sobre esto último.

No es mi deseo despertar sentimientos de lástima y conmiseración entre mis amables y fieles cuatro lectores, pero los politólogos sufrimos un mal muy desagradable, doloroso y que no tiene remedio: casi no existe un concepto clave de la Ciencia Política que pueda liberarse del abuso y de la mala interpretación, sobre todo por parte de los políticos: democracia, libertad, poder, justicia, política, ideología, entre otros. Para todos estos conceptos no existe una sola definición aceptada por todos sin mayor problema, y con la palabra “terrorismo” ocurre algo similar. Para algunos, un combatiente de Al-Qaeda es un luchador dispuesto a ofrendar su vida por la libertad y por Dios; para otros, es un terrorista, un asesino de la peor ralea. Es por eso que ahora presentaremos una definición del concepto “terrorismo”, subrayando que es una de tantas definiciones posibles.

Podemos entender al terrorismo como la planeación y ejecución sistemáticas de actos ilegales de violencia por grupos de personas estructurados de manera temporal o permanente, que por lo general cooperan de manera subversiva y conspirativa, a nivel nacional o supranacional, con la finalidad de alcanzar objetivos políticos propios o por encargo de otros. Por supuesto, como toda definición, esta y otras tienen sus limitaciones, pues no dicen nada acerca de la cualidad de las amenazas ni sobre la forma de fijar los objetivos de los grupos terroristas.

La esencia del terrorismo político es la búsqueda por erradicar las relaciones existentes de poder, la eliminación de las elites gobernantes y la instauración de alternativas políticas radicales, con ayuda de la violencia, del miedo y del terror. Al mismo tiempo, los terroristas buscan encontrar adeptos y apoyo en ciertos grupos de la población, aunque, por regla general, las asociaciones terroristas carecen de apoyo amplio en la sociedad, por lo que no tienen la capacidad de oponerse abiertamente al régimen político. De ahí que muchos grupos terroristas busquen desesperadamente apoyo de gobiernos u organizaciones del extranjero.

Mientras más simple o general sea la definición que se emplee para hablar de terrorismo, más fácil será acomodarla a las particulares necesidades políticas y propagandísticas del momento. Si el Departamento de Estado considera que toda organización que constituya una amenaza contra los ciudadanos estadounidenses debe ser considerada como terrorista, pues entonces no será nada difícil catalogar al Cartel de Sinaloa, al Cartel Jalisco Nueva Generación y a algunos otros como agrupaciones terroristas. Si a esto le agregamos que algunos grupos de narcotraficantes tienen o tuvieron nexos con los guerrilleros narcotraficantes de las FARC, tendremos la mezcla perfecta. Y si tenemos a un Presidente en campaña y con la amenaza del juicio político sobre su cabeza, pues es más explicable el asunto. Y, acorde con la Navidad que se aproxima, México ya le gustó como piñata.

Sin embargo, lo que caracteriza a los terroristas no es simplemente el uso de la violencia, sino lo que buscan con ella: los efectos psicológicos en la población y en los adversarios. No es la brutalidad sino el miedo intenso. Es, podemos decirlo, una violenta estrategia de comunicación, que diferencia al terrorismo de otras formas de violencia motivadas políticamente. Hay que considerar entonces las consecuencias de los hechos violentos en el contexto social y no el fenómeno aislado. Aquí tenemos que hacer una clara diferenciación: cuando hablamos de “terror”, hablamos de un instrumento en manos de los mecanismos represivos de un Estado, por ejemplo, en las dictaduras militares o en las totalitarias. El terrorismo, por el contrario, es un instrumento de actores no estatales para combatir a un Estado. Por lo tanto, el terror se dirige, como mecanismo, de arriba hacia abajo, al contrario del terrorismo, que emplea la violencia de abajo hacia arriba. En el caso de este último, la fuerza de sus actos manda un mensaje a la población y a los adversarios sobre sus motivaciones y su fuerza. Por eso decimos que es una estrategia violenta de comunicación.

Otras características: el terrorismo se distingue por la motivación política, religiosa (o religiosa y política) o ideológica, unida al propósito de hacer colapsar al orden establecido o por lo menos cuestionarlo masiva y brutalmente; el uso de la violencia se inscribe en una estrategia a largo plazo para lograr las reivindicaciones políticas o religiosas, por lo que hechos aislados, espontáneos e inconexos no pueden ser considerados como actos terroristas. A esto hay que agregar un componente psicológico del terrorista: sed de aventura, fascinación por las armas y por la violencia, ansias de poder, motivaciones religiosas (recompensa después de la muerte, deseos de inmolarse, por ejemplo), etc.

Por lo tanto, el hecho de que un grupo de narcotraficantes emprenda actos brutales de violencia no lo convierte necesariamente en una agrupación terrorista, pues falta aquí, por ejemplo, la motivación política o religiosa, el objetivo de derrumbar un orden establecido y fundar otro, el de mandar un mensaje más allá de las víctimas (por regla general, las víctimas de los actos terroristas son personas desconocidas para el grupo que perpetra el atentado), o la disposición para morir por objetivos considerados como elevados (en nombre de Alá o de la patria, etc.). Aquí, entre terrorismo y narcotráfico, es más fácil trazar una línea divisoria que entre terrorismo y guerrilla, o entre terrorismo y actos de resistencia política no pacífica, o entre terrorismo y activismo.

Ante esto, los narcotraficantes que tiene Trump entre ceja y ceja no son terroristas, sino vulgares matarifes. Y bien haría Marcelo Ebrard si cuidara mejor lo que dice, pues ahora le aplicaron a él lo que dijo después del atentado en El Paso, cuando lo calificó, con ligereza, de acto terrorista. En el caso de Trump, dicen que es intervencionismo altanero; en el de Ebrard, defensa resuelta de la soberanía y de la dignidad nacionales. Lo dicho: los politólogos sufrimos cruel, injusta e indeciblemente con este manoseo grosero de los conceptos. Mejor hubiera yo estudiado ingeniería química…

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

Galerías