El expresidente de Bolivia, Evo Morales, se ha convertido en la nueva estrella del gobierno federal mexicano y de MORENA; si bien siempre había estado en la lista de sus amigos y era una figura a imitar, ahora ha llegado en el momento más oportuno. En efecto, después de un mes terrible en materia de inseguridad (la matanza de policías en Michoacán, los acontecimientos de Culiacán y la horrenda masacre en Sonora), que pusieron al gobierno federal contra las cuerdas, los acontecimientos en Bolivia permitieron a López un respiro, volver a ganar seguridad en sí mismo y desviar la atención hacia el heroico rescate del adalid boliviano.
Morales es un personaje peculiar en la política latinoamericana, pues, diciéndose de izquierda (su partido se llama “Movimiento al Socialismo), logró tener cierto éxito en sus políticas económicas, al contrario de prácticamente todos los dirigentes socialistas del subcontinente: ni Ortega en Nicaragua, ni Chávez / Maduro en Venezuela, ni Kirchner / Fernández en Argentina, ni los Castro en Cuba lograron establecer y consolidar una base productiva, financiera y económica sólida que fortaleciera políticamente al régimen. Sólo la falta total de elementos democráticos en Cuba y su aislamiento han permitido la sobrevivencia de los herederos y beneficiarios de la revolución desde 1959, mientras que, en Bolivia, Morales logró mejorar en mucho la condición de gran parte de la población marginada.
Evo, después de acceder legítima y democráticamente al poder, logró establecer y consolidar políticas y estructuras que permitieron abatir la pobreza y garantizar el acceso a servicios públicos a una población muy empobrecida que sólo los veía desde lejos. Como buen populista, aprovechó perfectamente la existencia de profundas diferencias sociales y culturales en Bolivia, en donde particularmente la población de origen indígena ha padecido atraso y marginación, como es común en casi todo el continente americano. Él mismo se asume como indígena, aunque no hable ninguna lengua nativa, por lo que logró construir un liderazgo sólido que siguió fortaleciendo durante todos sus periodos presidenciales manteniéndose todo el tiempo en campaña. Y además logró lo que todo autócrata busca: desmantelar a los molestos contrapesos políticos e institucionales para fortalecer su propio poder y sus atribuciones.
¿Por qué, entonces, ha aumentado en Bolivia la fuerza de sus opositores? El grave pecado de Evo lo comparten muchos políticos, sobre todo los populistas y los caudillos autócratas: la creencia de que, sin él, sin Evo, las cosas no funcionarían. Se creyó indispensable y sempiterno, al grado de justificar así su intentona reeleccionista.
En México, el Presidente López puede aprender mucho de las experiencias populistas de Venezuela, Argentina y Bolivia. En los primeros dos países, la economía se fue al traste y desbarató en gran medida los proyectos de desarrollo de los líderes autócratas. Cierto es que en Venezuela sigue Maduro en el poder, pero solamente el apoyo de unas fuerzas armadas coludidas con el régimen, el apoyo externo de sus cómplices Rusia y China y la evidente ignorancia de Trump lo mantienen en el poder, pero con una población que ahora parece estar más empobrecida que cuando él llegó. En Argentina, ante la incapacidad de la administración del Presidente Mauricio Macri para arreglar “el cochinero” que heredó (como diría López) de la administración de Cristina Fernández, han puesto nuevamente a las fuerzas antidemocráticas en el camino para recuperar el poder.
En Bolivia, por el contrario, la economía no se fue al abismo. Eso ayudó a Evo a mantenerse en el poder, aunque la paciencia de muchos se agotó cuando, burlándose de la Constitución que él mismo redactó y promovió, volvió a participar en elecciones para mantenerse en la presidencia. Aquí es claro que los políticos se parecen mucho, no importa en dónde estén. Porfirio Díaz, Evo Morales y Andrés Manuel López han manifestado, en alguna ocasión, no estar dispuestos a acceder a la Presidencia o a perpetuarse en el poder. Esa afirmación, con el tiempo, se reveló como una enorme mentira: Díaz volvió a reelegirse, Morales volvió a intentarlo y López (“A mí denme por muerto”) sí buscó la Presidencia de la República. Por supuesto, no solamente los populistas o autócratas mienten. Ya lo decía Bismarck; “Nunca se dicen tantas mentiras como antes de las elecciones, durante la guerra o después de la cacería”.
Trump, Maduro, Morales y López no han provocado la división y la polarización de sus pueblos, sino que se han aprovechado de ella, de que ya estaba allí, para llegar al poder y, exacerbándola, tratan de permanecer en el cargo. Todos ellos buscan, además, a un enemigo para enardecer a sus bases y fortalecer su posición propia: la mafia de Washington o los inmigrantes, el imperialismo yanqui, los ricos y los conservadores. Todos estos autócratas hablan de la historia, pero es evidente que la desconocen, emplean un vocabulario anquilosado y descontextualizado, ninguno de ellos parece saber mucho de política exterior y tampoco se caracterizan por sus convicciones democráticas. Todos ellos buscan fortalecer el poder del Presidente debilitando a las instituciones democráticas o a los contrapesos, son enemigos de la libertad de prensa y de la inversión extranjera, favoreciendo un anacrónico y excluyente nacionalismo.
Lo que ha permitido de alguna manera frenar a Trump es la fortaleza, todavía, de las instituciones democráticas, de los contrapesos políticos y de la economía de su país. En el caso de Evo, lo que lo fortaleció fue precisamente que la economía no se desplomó y que mantuvo el entusiasmo de sus seguidores, a quienes hizo copartícipes y beneficiarios de sus políticas. Pero si vemos el ejemplo de López, está desmontando tanto la economía como los contrapesos, por lo que podemos llegar al peor de los mundos: economía en el suelo y contrapesos institucionales inexistentes. Y nada de oposición política. ¿Cuánto tiempo le alcanzarán las dádivas directas para sostenerse, si la economía se va a pique, y, por ende, también la recaudación?
Y falta lo peor. Después del desmontaje político de las instituciones, cuando de pronto el cabecilla falta, surge el caos y la rapiña, pues el caudillo, seguro de que es imprescindible, tiende a no asegurar la sucesión. ¿Quién podrá ahora devolver el orden a Bolivia? ¿Quién podrá organizar su vida institucional y democrática? Lo que es muy lamentable, en estos casos de autócratas y de líderes populistas, es que la lista de sus seguidores es larga. La paciencia de los pueblos no es siempre igual, lo mismo que las circunstancias propias. A los líderes populares se les perdona todo, particularmente cuando el compromiso democrático de la población no es muy firme. Además, aunque a veces puedan ser la minoría, los saboteadores de la democracia son más activos, comprometidos e inescrupulosos que los demócratas. Y al final, volvemos a ese dicho burlón de la historia española: “Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios está con los malos cuando son más que los buenos”.
Dr. Herminio S. de la Barquera A. Decano de Ciencias Sociales UPAEP |