Ayer jueves se cumplieron 8 días de los trágicos sucesos de Culiacán, que han sido considerados ya como la crisis más fuerte del gobierno del Presidente López. Tan fuerte e inesperado ha sido el golpe, que ha propiciado una enorme cantidad de mentiras, imprecisiones, confusiones y contradicciones no solamente en boca y mente del Primer Mandatario, sino también en su gabinete de seguridad. En estos ocho días se ha escrito mucho en torno a lo ocurrido, por lo que ahora haremos algunas reflexiones partiendo de la información disponible.
Una situación como la de Culiacán puede analizarse, por ejemplo, desde dos vertientes: la de la táctica y la de la estrategia. La palabra “estrategia” se entiende como una parte de la política de seguridad y es también un método para alcanzar los objetivos de dicha política, por lo que aglutina elementos de la diplomacia, de la política exterior, de la de defensa nacional, política financiera, económica, del desarrollo y de ciencia y tecnología. Esto significa que estamos ante un concepto integrador que busca respuestas que plantea un amplio espectro de riesgos modernos. Entre estos riesgos encontramos formas de amenazas no solamente dentro de la categoría de lo militar en el sentido clásico de la palabra, sino también otras formas irregulares, no necesariamente provenientes de otro Estado, que conducen a conflictos de tipo político y terrorista, así como a amenazas de grupos paramilitares organizados por la delincuencia organizada, por ejemplo. Las exigencias de una visión estratégica a largo plazo, que abarque el amplio espectro que hemos mencionado, parten de lo que podemos llamar “el primado de lo político”, esto es, que su combate no se debe limitar al empleo de recursos de fuerza (militares y policíacos, por ejemplo), sino que debe abarcar amplios campos de la política.
Este primado de lo político se explica, por ejemplo, a partir de las reflexiones de Liddel Hart, quien definió a la estrategia como el arte de distribuir los medios militares de tal forma que permitan llegar a los objetivos de la política. De la misma manera, Von Clausewitz estableció una relación profunda entre la política y el poder militar, y mencionaba que debía haber unas relaciones equilibradas entre los objetivos que se persiguen y los medios que se emplean. Por otro lado, la táctica es la forma por medio de la cual se busca lograr un objetivo concreto como parte de una mirada estratégica. Digamos, pues, que la táctica agrupa a los pasos que deben darse para lograr objetivos estratégicos. En el ámbito militar, la táctica se refiere a la teoría de la conducción de las tropas al actuar de manera unificada en la batalla, así como a la aplicación práctica de dicha teoría.
Visto lo anterior, desafortunadamente parece que en México aún no hemos visto que el gobierno federal actual haya presentado una estrategia para combatir a la delincuencia organizada. Lo que hasta ahora hemos visto ha sido un conjunto de pasos inconexos, de palos de ciego, a cargo sobre todo de Alfonso Durazo, quien –hay que insistir en ello- carece de experiencia en ámbitos de la seguridad. Este conjunto de elementos desconectados derivó en el desastre de Culiacán: al parecer, las tropas perdieron práctica en este tipo de operaciones, pues cometieron errores nunca antes vistos; aparentemente no hubo un trabajo coordinado de las labores de inteligencia con las tácticas sobre el terreno, también como producto de una estrategia –o de una falta de ella, mejor dicho- de haber desmantelado el antiguo CISEN y haberlo substituido por una agencia de inteligencia policial, no civil, a cargo de una persona sin experiencia en el área. Otro problema que pudo contribuir a la catástrofe del 17 de Octubre es la idea de crear una Guardia Nacional de carácter y naturaleza militar y desbaratar, pisoteándola e insultándola, a la Policía Federal, que sí tenía capacidad operativa en el ámbito de las labores de inteligencia. La Guardia Nacional carece de esa capacidad. Es un contingente más de soldados, pero con otro uniforme. Y es que la política de seguridad ya se militarizó, aunque digan que no: las cabezas de las Secretarías de Defensa Nacional y de Marina son militares, el comandante de la Guardia Nacional, también, así como el director del Centro Nacional de Inteligencia. En lugar de evitar la paulatina militarización de las labores de seguridad, cosa que el candidato López pregonaba con razón, dio un golpe de timón y acabó acentuando eso que tanto criticaba. Otro error estratégico fue al parecer la poca comunicación interagencial: ¿Dónde quedó la Marina? ¿Y por qué no voló la Fuerza Aérea los helicópteros artillados? ¿Y las policías locales? También es probable que, ante la orden presidencial de no perseguir más a “capos” del narcotráfico, las tropas hayan perdido práctica (aunque yo no lo creo, pues han pasado solamente unos cuantos meses), o quizá no los siguieron con labores de inteligencia y por ello se subestimó su capacidad de respuesta.
Una falla estratégica garrafal es la persistente manía del Presidente de volar en aviones comerciales, lo que lo saca de la jugada en momentos cruciales. Las consecuencias se han comentado ampliamente en los medios. Ciertamente, al volar a Oaxaca en un avión comercial, la Presidencia se ahorró unos pesos; pero en términos de los efectos de esta irresponsabilidad durante un momento de crisis de seguridad nacional, el vuelo salió carísimo.
Lo que vimos en Culiacán fueron, por una parte, fallas inexplicables en la táctica sobre el terreno, tales como haber atacado un objetivo a plena luz del día, poniendo en riesgo no solamente a los habitantes de la ciudad, sino a la tropa misma; tampoco está claro el tema de la orden de cateo y de la cadena de mando en esa operación. No creo que el Presidente López ignorase que se llevaría a cabo ese asalto, y al final acabó haciendo lo que sabe hacer muy bien: negar su responsabilidad en la parte negativa, es decir, en las fallas, echarle la culpa a otros (a la SEDENA) y resaltar la parte “positiva”: él dio la orden de que se abortara la misión para no dañar a nadie más, pues le abruma la violencia.
Y el manejo de la crisis en cuestión del manejo de los medios de comunicación fue otro desastre. Hay quien contó hasta seis versiones diferentes de lo ocurrido. También sienta un pésimo precedente el hecho de que el General Secretario le echase la culpa al comando a cargo de la operación. Si en verdad fue cierto que los militares, como se dice coloquialmente, “se fueron por la libre” (cosa que sería totalmente vergonzosa en un ejército moderno), eso se dirime a puerta cerrada y no se dice en público. Esto fue otro pisotón a la moral de la tropa, cuyo espíritu de sacrificio no merece ese trato.
Un último apunte: a nivel internacional, la doctrina que priva sobre la negociación con terroristas y en casos de rehenes es no ceder, pues además de las consecuencias penales que eso podría conllevar, se condena a la sociedad a sufrir los daños que los liberados le infrinjan más adelante, además de que los maleantes aprenden de qué forma pueden doblegar a las fuerzas del orden. Recordemos que el uso efectivo de la fuerza no depende solamente de la fuerza que se tenga (que es mucho mayor en las fuerzas armadas que en las bandas de sicarios que vimos en Culiacán), sino en la convicción real de usarla. Si carecemos de la convicción de aplicar la fuerza, es como si no tuviéramos esa fuerza. Es decir: las vidas humanas no se pierden el día de una operación fallida, sino el día de su mala planeación y en días, meses y años posteriores a esa claudicación del Estado de derecho.
Dr. Herminio S. de la Barquera A. Decano de Ciencias Sociales UPAEP |