Desarrollo humano y social
¿Siento, luego estudio?
25 octubre Por: Maria del Carmen Mora Ávila
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¿Te has dado cuenta lo difícil que es leer un texto cuando estás triste? ¿Has notado que cuando te gusta una clase, es más fácil aprender los temas o contenidos de la misma? ¿Has observado que cuando tienes una preocupación, tardas más en hacer tus tareas escolares?  Si tienes hambre ¿Te das cuenta que te distraes, con mayor facilidad, de una actividad escolar?

Es bien sabido que las emociones influyen en nuestros pensamientos y comportamiento. En recientes estudios, en los campos de la neurobiología y educación (Elizondo, Rodríguez & Rodríguez, 2018), el aprendizaje empieza a ser mirado como una interacción entre funciones cognitivas, emocionales y fisiológicas, en el cual, literalmente, es posible reesculpir el tejido neuronal.

Las emociones pertenecen a una compleja red de zonas cerebrales, que coinciden con áreas también implicadas en el aprendizaje; tal es el caso del córtex prefrontal, el hipocampo, la amígdala o el hipotálamo (Lang & Davis, 2006; Morgane, Galler & Mokler, 2005). Como consecuencia, cuando un estudiante construye su aprendizaje o asimila un nuevo conocimiento, tanto la parte emocional como cognitiva,  operan de manera conjunta en su cerebro. Incluso, la emoción connota un significado a dicha experiencia de aprendizaje, como atractiva para aprender o susceptible de ser evitada.

Resulta entonces de vital importancia mencionar la autoregulación emocional y la motivación, como elementos indispensables en el llamado aprendizaje significativo centrado en el estudiante.

Durante los últimos 9 años de mi práctica profesional con estudiantes en varias universidades y distintas licenciaturas, he podido constatar el impacto de sus emociones en su desempeño escolar.

En alguna ocasión, al inicio de una clase de Psicología en la que impartía técnicas proyectivas, detecté que una chica estaba platicando con su compañera llevándose las manos al rostro y mostrando cierto enfado durante la narración. Acto seguido, les pedí escoger a una persona con la cual trabajar para comenzar la clase, entonces realizamos un ejercicio de “empatía”; ambos miembros de la bina debían identificar emociones en su compañero a través de su lenguaje corporal, gestual y discurso.

Al cierre del ejercicio, los jóvenes reflexionaron la importancia de mirar al otro para detectar empáticamente su estado emocional proyectado en su lenguaje no verbal. La estudiante mencionada, comentó sentirse liberada al compartir su malestar con su compañera y aprendió a mirarse y escucharse, además de empatizar con mayor facilidad con los demás.

Esta experiencia permite subrayar el cómo las situaciones de bienestar emocional, aumentan la eficiencia del proceso cognitivo.

Estudios recientes sugieren que el éxito académico reside en la habilidad para regular las emociones, pues el estudiante tiene influencia en sus propios estados emocionales, logrando manejar el estrés, la frustración, postergar las recompensas, focalizar la atención, perseverar en la tarea y resolver problemas.

El Doctor Francisco Mora, Doctor en Medicina y Neurociencia, catedrático en la Universidad Complutense de Madrid, menciona en su libro “Neuroeducación” (2018) que únicamente se puede aprender aquello que se ama.

Propongo ir más allá de esta idea, es decir,  si el estudiante ama aprender, estará motivado.  La obtención de conocimiento en sí mismo, genera una sensación sumamente placentera, descrita como el momento “eureka” por Peter Gärdefors (2004) de la Universidad de Lund en Suecia.

Para que este amor por aprender se cultive, es necesario que el estudiante tome consciencia de sus emociones a partir de sensaciones corporales y atienda las necesidades que distinga.

Durante el acto educativo, conviene fomentar experiencias lúdicas con la intención de movilizar las emociones, especialmente la curiosidad, además de generar expresión de ideas y sentimientos respecto a lo aprendido.

Finalmente, estar en contacto con las emociones, darles nombre, expresarlas y compartirlas, favorece una mejoría en el estado emocional y al mismo tiempo un mejor rendimiento de las habilidades cognitivas implicadas en el proceso de aprendizaje.

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