No todos los dirigentes de países no democráticos ignoran o desprecian los mecanismos y fenómenos que caracterizan a los escenarios internacionales. En cambio, esa ignorancia de la política internacional sí es una característica de los dirigentes populistas y de los regímenes que logran instaurar. En el caso particular de Donald Trump, a la marcada ignorancia de cómo funciona la política internacional hay que agregarle un hecho sumamente preocupante y que, en una persona que acumula tanto poder, es incluso peligroso: él es impredecible. Parece gozar del caos que provoca con esta característica, cambiando de opinión, buscando pleito constantemente, usando sin reflexionar su “Twitter”. Las personas así, amantes del caos, del desorden, de la pendencia, generalmente no calculan las consecuencias de sus actos, además de que no parece importarles mucho. El año pasado, comentó: “Tengo una sensación instintiva; lo que me dice mi estómago generalmente me dice más de lo que me pueda decir el cerebro de otra persona.” Mala combinación para la política exterior de su país y para las relaciones internacionales en el escenario, siempre listo para encenderse, del medio Oriente: su ignorancia, sumada a lo que su estómago le dictó acerca de la política de Estados Unidos en Siria ha desatado una crisis de proporciones geopolíticas y humanitarias aún por verse. Y nuevamente típico de Trump: primero desata el problema y luego juega al bombero, tratando de apaciguar al desorden que desató.
El estómago de Trump le aconsejó, en contra de lo que muchos de sus funcionarios le suplicaban, llevar a cabo una medida absurda: la evacuación de las tropas estadounidenses del norte de Siria. Con esta acción, Trump traicionó a sus aliados kurdos, quienes habían combatido junto a las tropas estadounidenses en contra del mal llamado “Estado Islámico”. El desalojo de ese territorio significó nada menos que quitarles a los kurdos la protección militar, los puso casi en manos del ejército sirio, que ahora puede volver a marchar hacia esa zona, y, algo sumamente grave, le dio luz verde al tirano turco Recep Tayyip Erdogan para ordenar a sus tropas invadir el norte de Siria, persiguiendo a los kurdos, que ahora se encuentran de pronto en medio de una pinza: de un lado los sirios, del otro, los turcos.
¿Y cuál fue el comentario de Trump acerca de los kurdos? No sé en verdad en dónde lo leyó, pero afirmó que no le interesaban porque los kurdos no apoyaron a los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Y la catástrofe desatada por esa mezcla de ignorancia y estómago recién comienza: muchos miembros del Estado Islámico ya escaparon al parecer de las instalaciones en las que estaban detenidos, las tropas de Siria, apoyadas por los rusos, pueden ahora marchar rumbo a los territorios abandonados por los estadounidenses. De hecho, se sabe que algunos de estos últimos estuvieron incluso bajo el fuego de los turcos, en teoría sus aliados en la OTAN, y algunos tuvieron que ser desalojados por medio de un puente aéreo organizado abruptamente. Estos movimientos militares traerán como consecuencia inmediata que mucha gente trate de huir de los territorios en disputa, por lo que es muy probable que se acerque una nueva crisis humanitaria.
El problema político a mediano y largo plazo para los Estados Unidos (no para Trump, porque no le interesa) es que la reputación, la estima, la fiabilidad de este país como aliado y socio han quedado por los suelos. Por el contrario, los países que ganan por esta medida absurda son Rusia, Irán, Siria y el Estado Islámico, que teóricamente ya estaba en trance de desaparecer. Y la Unión Europea se ha quedado como “el chinito” de los cuentos: nada más mirando, pues Hungría se ha puesto, como ya se veía venir, del lado de Turquía y ha torpedeado cualquier intento de resolución por parte de los europeos.
Y para agregarle una nota irónica al asunto: la semana pasada, Vladimir Putin cumplió 67 años y precisamente el día de su cumpleaños se le ocurre a su admirador Donald Trump anunciar el retiro de las fuerzas estadounidenses del noreste de Siria. Obviamente, esta noticia fue recibida por Putin, quien estaba en Siberia celebrando la fecha, como un excelente regalo de cumpleaños. Y es que no es para menos: con la retirada de los EEUU, Rusia se queda como la única gran potencia presente en Siria, en donde actuará ahora con mayor libertad como árbitro y actor. Ningún país occidental le hará competencia de ahora en adelante. El éxito ruso es verdaderamente excepcional: de haber estado a punto de perder su único aliado en el ámbito mediterráneo, ahora Rusia tiene un aliado fortalecido, los estadounidenses se retiran de motu proprio de la región y la Unión Europea ha perdido toda capacidad de intervención en la región.
Putin ha sabido balancearse perfectamente entre los diferentes actores en esta región tan convulsionada, y ahora está cosechando los frutos; se ha movido con astucia entre chiitas y sunitas, entre turcos y kurdos, entre israelitas y sirios, entre iraníes y árabes. Y además ha estrechado sus lazos políticos y militares con Turquía, quien en el papel es miembro de la OTAN. Es tan fuerte la relación entre los dos autócratas (Putin y Erdogan), que el 9 de Octubre, día en el que inició la operación militar turca en territorio sirio, el presidente turco informó personalmente a Putin sobre el arranque de la invasión.
Lo que ha ocurrido en este mes de Octubre en la región significa para Rusia muchas cosas buenas:
Su influencia en la región aumenta, siendo que ya de por sí era considerable;
Mientras Estados Unidos ha traicionado a los kurdos, estos no tienen nada que reclamarle a Rusia, pues Putin nunca les prometió gran cosa;
Los kurdos sirios se han visto obligados a acercarse al dictador sirio Bashar al-Assad, lo que fortalece al régimen y a los rusos, y debilita a la oposición kurda;
La zona bajo influencia turca en el norte se convertirá en una especie de “zona colchón”, lo cual no contraviene los intereses de los rusos, pues quedan bien con Turquía, a quienes apoyan en su deseo de tener una frontera sur bajo control, y el dictador sirio tendrá que vivir con ello; a cambio, logrará controlar a los kurdos.
Un posterior regalo para Putin sería que Turquía y sus aún aliados occidentales entraran en conflicto, lo cual parece estar cada vez más cerca. Esto debilitaría a la OTAN y fortalecería a Rusia, que vería ampliarse su control en el Mediterráneo.
Las alianzas entre Rusia y Turquía, y entre Rusia y Siria se fortalecen, para alegría y gozo de Vladimir Putin, quien sí sabe de política exterior.
Claro está que no todo será cantar y coser, pues lo que deben ahora asegurar los rusos es que los turcos no ocupen la zona colchón, sino que esta quede bajo el control, aunque sea formal, de las fuerzas sirias. Y Trump quedó mal: a él le deben los turcos el haber creado las condiciones ideales para la operación militar de invasión, pero eso no quiere decir que Ankara, agradecida, desee acercarse a Washington. Cómodo, muy cómodo en los brazos de Putin, nada hace creer que Erdogan tome en serio las amenazas desde la Casa Blanca. Sin duda, Trump se ha metido en un problema enorme tanto en el exterior como en el interior, pues sus aliados republicanos, en su mayoría, están en desacuerdo con su política exterior, producto de lo que le dictan sus tripas.
Y, para terminar, una pregunta inocente: ¿qué ocurriría si las tropas sirias atacan a las turcas? Como miembro de la OTAN, Turquía podría recurrir a sus aliados, quienes estarían obligados a apoyarla militarmente. Erdogan estaría en todo su derecho. Un verdadero desastre…
Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP
Desarrollo humano y social
La ceguera de Trump en Siria
21 octubre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo