Desarrollo humano y social
De populismo y democracia (segunda de varias entregas)
16 septiembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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En nuestra colaboración de la semana pasada comenzamos una serie de reflexiones acerca de las relaciones entre la democracia y sus penurias, por un lado, y los populistas y sus acciones, por el otro. Decíamos, entre otras cosas, que los gobernantes y dirigentes populistas tienen la rara habilidad de envenenar no solamente las relaciones entre grupos sociales y partidos en el ámbito nacional, sino también en los escenarios internacionales. El ejemplo de Trump es paradigmático: desde principios de 2018 está empeñado en una guerra comercial con medio mundo. Dispara, por medio de su arma favorita, el twitter, mensajes amenazadores y ofensas, anuncia medidas drásticas, impone sanciones, avanza y luego se retira, etc., lo que a sus huestes de seguidores parece encantarles, pues ven bien que el gobierno estadounidense dé señales de fuerza ante otros países. El problema es que las guerras comerciales dañan a todas las partes involucradas, pero los efectos no se sienten de inmediato. Si las amenazas y sanciones económicas desatan una recesión mundial, sus efectos podrían percibirse en los Estados Unidos posiblemente cuando ya haya arrancado la campaña presidencial de 2020, con lo que las probabilidades de Trump para reelegirse podrían reducirse dramáticamente. Por eso es que Trump ya empieza a curarse en salud, atacando al enemigo del momento: la Reserva Federal, a cuyos integrantes calificó hace un par de días de “idiotas”. Nuevamente se muestra uno de los rasgos típicos de este tipo de gobernantes: la falta de respeto por las instituciones y por las costumbres y valores de la democracia.

Por eso decíamos hace una semana que los gobiernos populistas salen caros: ¿cuánto costará para el mundo recuperarse de una recesión? ¿Cuánto tardará en salir de ella? Lo vemos también en México: ¿cuánto tiempo costará salir del estancamiento en el que estamos? El caso de Italia es similar: después de aproximadamente año y medio de un gobierno encabezado por el Movimiento Cinco Estrellas, el país está peor que nunca, con una deuda igual al 134% de su Producto Interno Bruto. Una nueva coalición gubernamental está comenzando a intentar salir adelante, esta vez ya sin el lastre del locuaz Matteo Salvini, quien ahora, desde la oposición (desde donde es más fácil gritar y exigir), como víctima de la crisis que él mismo causó, se dice ser objeto de una conspiración orquestada desde la Unión Europea. La eterna historia del “compló”.

Los populistas en Brasil y en Argentina se muestran llenos de optimismo: el presidente Bolsonaro, por ejemplo, se mostraba de acuerdo con la deforestación del Amazonas, para incrementar la superficie de cultivo de muchos productos. Ahora, superado por los incendios forestales, se apresura a insultar y a echarles la culpa a los europeos (sobre todo a los franceses), a los pueblos indígenas y a los ambientalistas, de quienes afirma que prendieron fuego a la selva para perjudicarlo. En Argentina, después del fracaso económico y político del gobierno de Mauricio Macri, quien no pudo con el enorme paquete de rescatar a la economía del país, los peronistas están cerca de regresar al gobierno de una nación que se empeñaron en empobrecer.

En Alemania, los populistas de corte fascista de la Alternativa por Alemania (AfD) siguen en la oposición, pero en las recientes elecciones fueron los grandes ganadores, debido al incremento enorme en el número de votantes que obtuvieron, a pesar de que no llegaron a obtener el triunfo para las dos gubernaturas en juego. Con su presencia cada vez más numerosa en los congresos locales y en el federal, estos populistas tienen ahora acceso a información delicadísima para la seguridad nacional alemana, lo que los vuelve aún más peligrosos. El discurso de muchos de sus dirigentes se parece cada vez más al de los nazis del pasado. Esta es una verdadera amenaza contra la democracia y sus principios y valores. Lo increíble de esta situación es que este movimiento ha enarbolado su política en contra de la inmigración como su bandera más popular. Sin embargo, los enceguecidos electores no se dan cuenta de que Alemania del este necesita urgentemente a los inmigrantes, pues esa región del país se sigue despoblando aceleradamente. Las políticas antiinmigrantes acabarán por arruinar a los propios votantes de la AfD.

Aquí tenemos una característica más de los populistas: prometer hasta lo imposible. Ciertamente, todos los políticos prometen mucho, pero los populistas rebasan toda proporción. Y cuando, después de prometer profusamente, el panorama se obscurece y la situación se torna catastrófica, los populistas encontrarán rápidamente a los culpables, como está ocurriendo en Italia, Inglaterra o Argentina. Este esquema se repite casi en cada caso de manera impresionantemente similar. Lo curioso del caso es que estos personajes parecen estar a salvo de cualquier daño: López, por ejemplo, nunca ha salido ni medianamente raspado por las triquiñuelas que han organizado sus seguidores del círculo cercano: Bejarano y Bartlett son ejemplos palpables. O recordemos a Silvio Berlusconi, una de las figuras más grotescas del panorama político europeo y uno de los fundadores del populismo europeo de la actualidad, quien causó enormes daños a Italia durante varios años. Este país aún no ha podido superar los efectos de la era Berlusconi.

Los populistas juegan con los problemas de la gente, se acercan a ella como otros políticos no han sabido hacerlo. Le hablan con las palabras que a la gente le gusta escuchar. Además, en lugar de hablar de las complejidades de la política y de la economía, como, por ejemplo, del eterno estira y afloja entre metas y objetivos a largo y a corto plazo, entre exigencias actuales y estabilidad sostenida, entre costos y beneficios, entre derechos y obligaciones, entre lo urgente y lo importante, entre gastar o ahorrar, prefieren un lenguaje repetitivo pero seductor, simple, sencillo, esperanzador y comprensible para todos. Así, figuras carismáticas que no se parecen a los políticos serios y aburridos, atraen y entusiasman a los electores. Su mensaje fácil acerca de la política y la economía captura a la gente, como lo muestran los casos de Trump, Johnson, Bolsonaro, Salvini o López. ¿Y qué importa si la economía del país se estanca, si ya de todas maneras la mayoría de la población se sentía golpeada o ignorada por la globalización o por los malos gobiernos anteriores? Por eso el papel que juega, en todos estos discursos populistas, la esperanza.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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