En los meses recientes, hemos sido testigos de graves conflictos en el interior de dos de las grandes potencias asiáticas: en China, las protestas y los desórdenes en Hong-Kong han desafiado al régimen comunista, que ha reaccionado con toda crudeza, como es su costumbre. En la India, en el estado de Jammu-Kashmir han estallado revueltas que han sumido a la región en una crisis política. El gobierno de la democrática India ha reaccionado con mayor dureza que el gobierno de la autoritaria China, pero en un punto ambos Estados han reaccionado igual: los dos rechazan tajantemente cualquier intervención u opinión desde el extranjero y declaran que se trata de problemas estrictamente de índole interna. El caso de la región de Kashmir ya ha llegado a las Naciones Unidas; el de Hong-Kong no, debido a que China dispone de poder de veto, lo cual le da una gran ventaja frente a la India.
Hay un tercer caso de tensión en Asia: en Enero, el Tribunal Superior de Corea del Sur condenó a una empresa japonesa a indemnizar a un ciudadano coreano que fue obligado a realizar trabajos forzados durante la Segunda Guerra Mundial. Esto desencadenó un alud de reacciones y de protestas en Japón, que borró a Corea de su lista de “socios preferenciales”. Corea reaccionó organizando unas maniobras militares y suspendiendo incluso la cooperación entre ambos países en tareas de inteligencia. Es decir, los dos más fieles aliados de Estados Unidos en la región están sumidos en una crisis de confianza.
A estos tres conflictos hay que agregar la latente y permanente crisis por el programa atómico de Corea del Norte y las ansias expansionistas de China en el Mar del Sur. En estos cinco conflictos hay dos características comunes: en casi todos ellos (menos en el diferendo entre Corea y Japón) está China inmiscuida (posee parte de lo que era antiguamente el principado de Kashmir); y, además, estos roces son el resultado un poco tardío de una historia, no siempre bien entendida, de fuerzas que siempre son funestas, aparezcan en donde aparezcan: el nacionalismo, la creencia en la superioridad propia y las tendencias antidemocráticas.
Hay un elemento más que contribuye a acrecentar las tensiones: desde hace un tiempo, particularmente desde la llegada al poder de Donald Trump, la presencia y la hegemonía de Estados Unidos en la zona se han debilitado. Es cierto que esta presencia siempre ha sido cuestionada, pero se le veía como un factor de estabilidad, en tanto los países de la región podían seguir desarrollándose económicamente. Sin embargo, la falta de visión estratégica de Trump y de su gente ha tenido consecuencias desfavorables para los Estados Unidos, cuyas fuerzas, además, son exigidas en otras partes del mundo. No muy lejos de allí, por ejemplo, otra situación candente en Asia ha distraído a las fuerzas estadounidenses: la región del estrecho de Ormuz. En estos días, bajo el comando de los Estados Unidos, las fuerzas militares de este país, de Australia, Gran Bretaña y Bahréin han emprendido una misión militar para proteger el tránsito marítimo por esta importantísima ruta comercial./p>
Lo que podemos ver en el escenario asiático es que China busca no solamente fortalecer sus efectivos militares, particularmente su flota naval, sino también su conciencia de querer ser una potencia marítima. Está por eso muy interesada en mostrar su creciente poderío. De ahí el gran espectáculo que montó en Abril pasado para conmemorar los 70 años de la fundación de su marina de guerra. Es por eso que los Estados Unidos tuvieron que hacer algo similar: poco después de dicho espectáculo, dos portaaviones estadounidenses se encontraron en el Mediterráneo, para trasmitir igualmente una señal de fuerza y de decisión: las flotas 3 y 12 (“Carrier Strike Groups”), con los portaaviones “John C. Stennis” y “Abraham Lincoln”, respectivamente, se reunieron también con unidades de marinas amigas, en aguas a cargo de la sexta flota. Este mensaje, dirigido a Pekín y a Moscú, se valió de la ayuda de estos buques, cada uno con las famosas “100 000 toneladas de diplomacia”, que conforman la columna vertebral de la marina estadounidense.
No muy lejos de allí, se dio a conocer que el puerto sirio de Tartus se ha entregado en renta a Rusia por 49 años, oficialmente para facilitar la reconstrucción económica del país, pero en realidad para servir como base militar para la marina rusa. Esos 49 años pueden extenderse 25 más, por lo que queda claro que las motivaciones de Rusia para proteger con todos los medios a su alcance al régimen asesino sirio en gran medida eran de índole geopolítica: Siria es el único país en el Mediterráneo que ha puesto a disposición de Rusia su territorio para servir de base a las fuerzas armadas rusas. Esto les servirá de consuelo a los rusos, al menos, después de que el dique seco más grande del mundo, en Múrmansk, se hundiera hace unas semanas, casi llevándose consigo al único portaaviones ruso, el “Kusnezow”, una chatarra gigante que de milagro se mantiene a flote. Lo patético del caso es que el único lugar en donde podría repararse sería en Ucrania, lo cual es políticamente impensable. ¿Qué harán los rusos? ¿En dónde podrán construir un portaaviones? Los chinos les están ganando la carrera.
Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP
Desarrollo humano y social
Asia, entre el desarrollo económico y los conflictos políticos
01 septiembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo