Desarrollo humano y social
Entre vivos y muertos
01 diciembre Por: Alfredo Martínez Vázquez
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Llega noviembre y con él el olor a vida que celebra la muerte, olor a pan y copal, a fruta y cera quemada que nos transporta a la esfera metafísica donde el ser descubre su sentido.

Entre tradiciones, mitos y leyendas, descubrimos la memoria de los seres queridos que anticiparon la esperanza del feliz regreso “a casa”, al seno del Padre, paciente y misericordioso, hasta el cumplimiento del capítulo veinticinco del Evangelio de Mateo.

Costumbres y ritos se amalgaman en la fiesta de la muerte, donde se transmite la herencia del último suspiro, donde las veladoras iluminan la magia del mole, los tamales, las hojaldras y dulces, donde existe vida mientras haya una tumba que visitar, un cempasúchil para adornar, una lágrima que guardar y una memoria sin olvidar. De cualquier modo, noviembre abre sus días y noches anunciando que la muerte llegó entre ofrendas y responsos, anunciando al pueblo del águila y el nopal las albricias de resurrección y el camino de eternidad por el que circulan las almas y donde, nos guste o no, también tendremos que transitar.

La lógica de la realidad se dispara en colores y se funde con la fantasía del recuerdo de aquellos que un día también, amasaron y cocieron a fuego lento, los platillos ofrendados en el altar que despoja a la muerte de sus caprichosos terrores y tragedias, porque de ellos aprendimos que a la muerte se le celebra, se le canta, se le pinta, se le come, se le adorna, y sobre todo con alegría y sin temor, se le espera.

Noviembre nos anticipa lo inevitable, el último suspiro de la vida, pero también iza la bandera nacional en el hasta de la Revolución, en las carrilleras de generales y adelitas que en el hambre de una vida digna, hicieron girar a toda velocidad los ejes de nuestra historia.

La paradoja de los ideales se dispararon desde las trincheras de los batallones campesinos, la sangre firmó las escrituras de las tierras para muchos jamás soñadas y para otros siempre ambicionadas, los padres de la democracia murieron y sus hijos levantaron monumentos para que las piedras critiquen, juzguen y sentencien, con olivos y laureles, la herencia nacional que ellos dispusieron. Y también, sin demagogia y discursos efímeros, noviembre es mes de la fe, defendida con la inocencia de la vida, sin culpa y con valentía, pero sobre todo con amor a esta tierra mexicana donde reina Cristo y Santa María de Guadalupe.

Noviembre de santos y beatos mártires, inscritos o santificados por la fe del pueblo, otros revolucionarios que heredaron un país donde la fe se vive desde el corazón, bendita tierra por la cual se vive y se muere y se derrama sangre de mártires, horizonte donde Dios nunca muere.

 

 

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