Desarrollo humano y social
De vinos y odres
14 julio Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Hemos vivido una semana verdaderamente agitada, incluso más de lo que hemos experimentado en estos tiempos revueltos de la cuarta transformación. El problema, creo yo, es que el gobierno federal, en particular el presidente de la República, siguen sin aprender cuánta razón tenía Napoleón cuando decía “¡Despacio, que llevo prisa!” En efecto, las cosas de la política no pueden hacerse sobre las rodillas, pero también hay que comprender que una de las características de los gobiernos populistas es la prisa, las ansias por inscribirse en el gran libro de la Historia, la convicción de que lo que se está haciendo es de proporciones heroicas, monumentales, épicas, grandiosas, la tentación por ponerse a la par de personajes del pasado, la perenne búsqueda de orientación en el ayer, en lo que ya fue, si es que en verdad fue.

Hace unos días, después de la sorpresiva renuncia del Secretario de Hacienda, el Presidente López afirmó que no se puede poner vino nuevo en botellas viejas, haciendo alusión a lo que le echó en cara a su ex colaborador: estamos en tiempos de políticas nuevas, que no pueden verterse en modelos viejos, es decir, las políticas económicas neoliberales ya no son nuevas, sino cosas del pasado, ahora viene la búsqueda e implantación de otras. Quien esto escribe no es economista; lejos de mí está el pensamiento de hablar como tal, pues dicen las lenguas viperinas que los economistas se pasan la mitad de su vida explicando lo que va a suceder, y la otra mitad explicando por qué no ocurrió así. Lo que sí sé es que no hay políticas económicas de izquierda o de derecha. Lo que sí sé es que hay políticas económicas prudentes y correctas, o imprudentes e incorrectas. Tirar por la borda la construcción de un aeropuerto de clase mundial no tiene que ver con políticas económicas de izquierda, sino con estulticia, ignorancia e irresponsabilidad de proporciones dantescas.

La pregunta que podemos formularnos es qué tan nuevo es ese vino del que hablaba el Presidente López, pues también es posible que lo que esté viejo sea tanto el vino como también los odres. Así, la pretensión de manejar las finanzas públicas desde el pecho presidencial no es cosa nada nueva: ya la pusieron en práctica dos de los súper héroes del primer mandatario: Echeverría y López Portillo. La idea de confiar cada vez más tareas a las fuerzas armadas, particularmente al ejército, tampoco es vino nuevo: viene fraguándose desde hace décadas y se ha acentuado, en contra de todas las promesas de campaña, en el actual sexenio.

Tampoco es nueva la costumbre de alabar a los funcionarios actuales y despotricar contra el que se va. Mi mamá ya tenía esa curiosa costumbre: cuando contrataba a una muchacha para que le ayudara en las labores de la casa, todo era perfecto: la muchacha era honesta, servicial, amable, inteligente, cumplida. Pero cuando algo salía mal y esa persona abandonaba, por la puerta grande o por la de atrás, el servicio, entonces resulta que era de lo peor: mi mamá afirmaba que nunca confió en ella, era medio mal hecha, dejaba los pisos manchados, quería ver siempre sus telenovelas, y, para colmo “dejó robado”… En asuntos de mayor trascendencia que el trabajo doméstico, si López se dio cuenta que el tal Urzúa era un neoporfirista infiltrado y avieso, cosa que se veía inmediatamente al hojear el Plan Nacional de Desarrollo, ¿por qué no lo echó inmediatamente? ¿Cómo soportó a un vil conservador instalado en Palacio?

Otra característica, tampoco nueva, de los gobiernos populistas, es el constante ir y venir de funcionarios. ¿Cuántas renuncias y despidos lleva en su cuenta la administración de Donald Trump? ¿Y la de López? Cuando los criterios para gobernar no parten de las evidencias empíricas ni de los estudios técnicos, sino de las pasiones personales y de las fobias ideológicas, las mejores virtudes de los colaboradores, para mantenerse en el cargo, no son la capacidad profesional ni la inteligencia, sino la lealtad a toda prueba y la capacidad, aprendida en la práctica, de saber susurrarle al dueño del poder lo que él quiere escuchar y en la forma en la que le guste escucharlo. Esto tampoco es nuevo.

Otro aspecto que también podríamos catalogar como vino viejo es la desconfianza que le tienen los gobernantes con escaso o nulo talante democrático a las instancias de control, limitación y contrapeso del poder. Lo que acaba de pasar en Baja California, por ejemplo, es de suma gravedad: un congreso local que, atropellando todos los elementos propios de un Estado de derecho, amplía el periodo de administración de un gobernador, es un peligroso precedente, máxime cuando la dirigente nacional de Morena apoya con fuerza tan ilegal medida. Es, además, impensable que los actores que propiciaron este descomunal atentado contra la democracia hayan actuado por “motu proprio”, sin conocimiento y permiso del Presidente de la República.

Una democracia no vive sin demócratas; un régimen democrático, sea nuevo o viejo, debe sustentarse en la voluntad y en la cultura política democrática de gobernantes y gobernados. Pensar que el supuesto nuevo régimen, el de la 4T, quiera ser democrático y no se sustente en valores de la democracia es tan absurdo como querer aprender de futbol escuchando a quienes nada saben de futbol, como los americanistas, dicho sea esto, como dice siempre el Presidente, “con todo respeto”.

Y, por último, vino viejo es también la reiterada afirmación de Trump o de López de que “heredan un cochinero”. Nadie hereda lo que no quiere heredar. Como dijo el politólogo colombiano Andrés F. Giraldo, ningún Presidente hereda problemas, pues se supone que los conoce de antemano y por eso busca gobernar para corregirlos. Culpar a los predecesores es una salida fácil y mediocre. Estas ideas se las han atribuido a la Sra. Angela Merkel, pero, como bien me hizo notar mi colega Valente Tallabs, son de Giraldo.

Así que, como vemos, hay en esta 4T mucho vino viejo, que ojalá estuviera añejo, listo para degustar. Lo que sí debería ser nuevo en esta vorágine, y que el nuevo Secretario de Hacienda ya no tuvo tiempo de aprender, es conservar la calma en momentos aciagos. Todos los que en los próximos tiempos tengan que entrar como bateadores emergentes en la administración de López deben ensayar para poder mostrar un semblante tranquilo, mesurado y libre de angustias cuando reciban su nuevo nombramiento. Que aprendan del semblante apolíneo, sereno, seguro de sí mismo que mostró, por ejemplo, el Dr. Baños Ardavín cuando fue ratificado como rector de la UPAEP por otros tres años más. ¿Qué hubiéramos pensado en la comunidad universitaria, si en la ceremonia correspondiente hubiera salido nuestro rector con el rostro desencajado y lívido, con una mal disimulada disnea, como si estuviera escuchando la sentencia condenatoria de un juez gringo? Así se vio el pobre de Arturo Herrera.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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