Desarrollo humano y social
Y sigue la mata dando…
07 julio Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Hemos comentado varias veces en este espacio que, ante la existencia de personajes como Donald Trump, Matteo Salvini, Jair Bolsonaro o Andrés Manuel López, se nos presenta cada semana, con marcada facilidad, una verdadera paleta de opciones para escribir algo en esta columna que nuestros cuatro lectores pacientemente leen. Lo difícil es siempre, partiendo de tantísimas ocurrencias que estos dirigentes perpetran con singular desparpajo y en todas direcciones, escoger una, nada más una, para comentarla.

Esta semana, sin embargo, este trabajo fue más sencillo ante la magnitud del dislate que pronunció el Presidente de la República, en entrevista con “La Jornada”, acerca de las fuerzas armadas mexicanas. Su temeraria afirmación, pronunciada días atrás, de que 340 000 es el 3% de 13 000 (lo dijo refiriéndose al sargazo y a la basura recogida en la Ciudad de México), palidece ante lo que expresó en dicha entrevista: “Si por mí fuera, yo desaparecería al Ejército y lo convertiría en Guardia Nacional, declararía que México es un país pacifista que no necesita Ejército y que la defensa de la nación, en el caso de que fuese necesaria, la haríamos todos. Que el Ejército y la Marina se convertirían en Guardia Nacional para garantizar la seguridad.” Y más adelante: “No lo puedo hacer porque hay resistencias. Una cosa es lo deseable y, otra, lo posible.” Y si el lector incrédulo recela de la veracidad de lo que digo, anoto aquí el vínculo, por si desea ver con sus propios ojos la fuente de la entrevista: https://www.jornada.com.mx/2019/07/01/politica/002n1pol# .

Analicemos estas declaraciones, paso a paso. En primer lugar, dejan ver que hay una enorme ignorancia en lo que atañe a los conceptos de seguridad pública, seguridad nacional y defensa nacional. La seguridad pública es parte esencial de las condiciones de bienestar de una sociedad. El Estado de Derecho es quien debe generar y garantizar dichas condiciones para que las personas puedan vivir y convivir, en la vida cotidiana, confiando en que su vida, su patrimonio y otros bienes tutelados están fuera de peligro o de amenazas. Es tan importante la seguridad, que, en 1943, Abraham Maslow desarrolló una “pirámide de necesidades”, que descansa en una escala de cinco niveles abarcando desde las necesidades básicas hasta la autorrealización personal. En ella, coloca a la necesidad de seguridad (seguridad física, protección contra enfermedades y contra el dolor, seguridad contra el desempleo, de recursos, familiar, de propiedad privada, etc.) en el segundo escalón, es decir, entre las necesidades fisiológicas básicas (respiración, hambre, sed, impulso sexual) y las necesidades sociales o de afiliación (afecto, amistad, intimidad sexual), lo cual nos da una idea de la importancia trascendental que la seguridad tiene para la persona humana.

La seguridad nacional, por su parte, designa un estado de cosas en el cual no existen amenazas para el repertorio de valores de una nación. En esta situación de seguridad, las personas, los grupos sociales y los Estados no se sienten amenazados por peligros serios, o bien se sienten eficazmente protegidos frente a peligros potenciales, por lo que pueden estructurar su vida según sus propios deseos. El grado de seguridad es en gran medida de naturaleza subjetiva, a partir de experiencias históricas y de otras condiciones del contexto, aunque también posee un componente objetivo. En un estado ideal de cosas, podemos afirmar que los criterios objetivos y las sensaciones subjetivas de la seguridad deberían coincidir. Es imposible encontrar unanimidad en cuanto al significado de dichas amenazas y de los valores en peligro, pues esto cambia considerablemente a lo largo de la historia. Generalmente, por lo menos hasta mediados del siglo XX, se considera que la integridad del territorio y la soberanía de la nación son valores que la política de seguridad nacional tiene que defender. En cuanto a lo que significa definir “integridad territorial” no hay gran problema, pero acerca de “soberanía” las opiniones son muy divergentes. La amenaza más seria a estos valores provenía (o proviene generalmente) de otras naciones, a quienes sólo por medios militares se podía o se puede disuadir.

Con el término “defensa nacional” designamos al conjunto de acciones emprendidas por un Estado para la prevención de la seguridad en el marco de las políticas de asuntos exteriores y de seguridad, primordialmente con el objetivo de resguardar la integridad del territorio estatal y del de sus aliados. A la política de defensa pertenece, de manera importantísima, la voluntad de un Estado para emprender acciones militares en caso necesario, lo que se conoce como “credibilidad”. Esto significa que existe una total disposición por parte de las instancias superiores de dirección política, económica y militar para emprender todas las medidas que se requieran en un conflicto armado para alcanzar las metas que se han propuesto. Esta voluntad descansa en la capacidad propia para la defensa del territorio, ya sea debido a la fuerza que se posee o por sustentarse –además- en una alianza con otros Estados; se trata en ambos casos de la capacidad de ejercer un poder de disuasión, es decir, de poder influir en la voluntad de un agresor potencial para moverlo a abstenerse de querer hacer uso de la presión política o militar o, en caso de haber comenzado ya una agresión, para mover al enemigo a detener las operaciones militares. Es fundamental, en estos casos, que el agresor pueda ser convencido de que, con el uso de las armas, tendría más que perder que ganar.

Por lo tanto, una cosa es el conjunto de acciones para garantizar la seguridad pública, que deben estar en manos de los diferentes cuerpos policiacos, y otra, muy otra, es el conjunto de medidas para garantizar la defensa nacional de una nación, que descansa en manos de las fuerzas armadas. La pregunta que surge inmediatamente, después de leer las declaraciones de marras, es si México en verdad no necesita fuerzas armadas, y si necesitamos que estas solamente se dediquen a labores policiacas. ¿Quién se encargaría del patrullaje de las costas y mares nacionales, y del espacio aéreo? ¿Quién velaría por la integridad del territorio nacional y por el resguardo de instalaciones estratégicas? ¿Y quién haría tareas de inteligencia militar? Recordemos, por ejemplo, que las policías nacionales de Costa Rica y Panamá, países que formalmente no cuentan con fuerzas armadas, tienen que realizar esas tareas de índole militar, pero con grandes limitaciones. Y al final de cuentas, acaban gastando proporcionalmente más que sus países vecinos, como Honduras o El Salvador, que sí tienen instituciones militares.

Tener fuerzas armadas bien entrenadas y equipadas es como tener un seguro de gastos médicos. Es mejor tenerlo y no necesitarlo, que no tenerlo y necesitarlo. Ese disparate presidencial de que, en caso de emergencia, todos defenderíamos al país, es tanto como decir que, en caso de emergencia, todos podríamos construir un satélite, volar un avión o diseñar una carretera. Las tareas militares son tareas especializadas que no cualquiera puede elaborar ni realizar, y que además requieren de un equipamiento sumamente sofisticado. Además, podemos hasta cierto punto responder por nosotros mismos, pero no por otros. Los países de la región centroamericana y del norte de Sudamérica no están precisamente en buenas condiciones y la región se ha vuelto un tanto explosiva, por lo que mal haríamos en descuidar nuestra capacidad de defensa y de disuasión.

Ciertamente, México es un país pacifista, pero no pacífico. Quizá no hemos invadido a ningún país no por falta de ganas, sino de medios y de oportunidades. Los españoles, aztecas, mayas y chichimecas fueron pueblos guerreros que, en cuanto pudieron, se expandieron y sobajaron a los que se dejaron. De todas formas, un pacífico puede ser agredido, así que no es tiempo de disminuir nuestras ya de por sí exiguas fuerzas militares, que no son de la magnitud acorde a la importancia económica del país, sino, por el contrario, es hora de recomponerlas y modernizarlas. Tenemos que pensar que, por muy bien que conduzcamos nuestro automóvil, nos puede golpear algún conductor borracho, agresivo o imprudente. Para eso sirven los seguros.

¿Y nuestra responsabilidad ante el mundo? Un país, entre más importante se vuelve política y económicamente, más requiere de fuerzas militares capaces de resguardar y proteger sus intereses más allá de sus fronteras.

Desde que estaba en campaña, el hoy Presidente López criticaba duramente al ejército y a la marina, pero hoy parece que no puede hacer nada sin dichas instituciones, particularmente sin el ejército, que con este gobierno construirá y administrará incluso carreteras, fraccionamientos residenciales y aeropuertos, en una alianza económica que puede ser muy peligrosa. Y ahora resulta que, si él pudiera, eliminaría a las fuerzas armadas y las convertiría en una enorme milicia, en una enorme corporación policíaca. Esta “reconversión”, como él la llamó, está ya rindiendo frutos no muy buenos, sino algo podridos: sólo basta ver el desaseo y la improvisación con los que se está procesando la transición de la Policía Federal, sin lugar a dudas el mejor cuerpo policiaco que ha existido en México, a la militarizada Guardia Nacional, uno más de los sinsentidos de esta administración. Ahora no sólo quieren que los militares sigan siendo policías, sino que los policías se encuadren en la disciplina castrense. ¿Qué pensarán los militares que hayan leído la entrevista en “La Jornada”? ¿Dormirán tranquilos? Cierto: estamos en el sexenio de las ocurrencias, en donde desafortunadamente el Presidente se revela, día a día, como una persona rencorosa, ignorante y muy limitada. La pregunta que en seguida surge es: ¿Y en dónde están los partidos de oposición?

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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