Desarrollo humano y social
Pancho Villa (1ª parte)
17 junio Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Francisco o “Pancho” Villa (en realidad José Doroteo Arango Arámbula) nació el 5 de Junio o de Julio de 1878 y murió el 20 de Julio de 1923, por lo que en estas fechas estamos conmemorando su nacimiento y su asesinato. Villa fue uno de los personajes centrales en la llamada “Revolución Mexicana”, pero al mismo tiempo es una de las figuras más polémicas de la historia de México, al grado de que muchos historiadores lo califican de bandolero y asesino, mientras la historia oficial lo tiene puesto en lo alto de un elevado altar, por lo que quizá la imagen correcta sea un deseado punto intermedio entre los extremos, es decir, una “aurea mediocritas”. Esta diferencia de visiones y perspectivas marca una diferencia notable, por ejemplo, frente a Francisco I. Madero o a Emiliano Zapata, con quienes se puede estar o no de acuerdo, pero ante quienes las posturas de historiadores, escritores o políticos por regla general no son tan disímbolas, discordantes ni contradictorias.

Ahora trataremos de analizar a este personaje, quien no solamente fue un caudillo revolucionario, sino también un bandolero y un asesino que aprovechó sus habilidades innegables para luchar por sus propios intereses y lucrar con el desorden, aunque también defendió a su manera algunos ideales de reparto de tierras, de justicia social y de los beneficios agraristas de la revolución.

La historia oficial mexicana tiene en Francisco Villa a una de las figuras icónicas de la Revolución Mexicana, al lado de personajes clave como Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Venustiano Carranza y Álvaro Obregón. Como en toda historia oficial y en toda visión superficial de los acontecimientos históricos, hay muchas contradicciones: por ejemplo, el hecho de que esos personajes fueron en gran medida rivales entre sí, lo que no obsta para que se encuentren todos reunidos en el sacrosanto panteón nacional del oficialismo. Hay que recordar que la Revolución Mexicana no fue un fenómeno unificado en todo el país, como si hubiese sido un solo movimiento, un solo grupo de ideas, un solo equipo de personas, sino que realmente se caracterizó por ser un conjunto de revoluciones locales y regionales, en cada ocasión con diferentes ideas políticas, buscando objetivos distintos, con diferentes visiones de las cosas; por lo mismo hay personajes que lucharon unos contra otros, pero que ahora de alguna manera son considerados, todos ellos, como héroes inmaculados, prístinos y ejemplares.

Un ejemplo claro de los intentos de muchos historiadores y pensadores de encontrar cuál fue en verdad la figura y cuáles los alcances de personajes como Pancho Villa, al margen del discurso oficial, es la publicación, hace unos años, del libro “La sangre al río”, que relata, en un caso de “microhistoria”, la difícil relación de la familia Herrera con Pancho Villa, es decir, de los intentos de asesinato de toda una familia (Herrera Caso), a partir de un distanciamiento político entre Villa y el General Maclovio Herrera. Pero este hecho, que significó la muerte a manos del mismísimo Villa, en al menos tres de los casos, de cinco de los seis miembros masculinos de la familia, no es aislado. Veamos otros ejemplos que nos hablan del carácter sanguinario, vengativo e imprevisible del guerrillero

En Diciembre de 1915 ocurre la matanza de hombres en San Pedro de las Cuevas, Sonora, por órdenes personales de Pancho Villa, quien no duda incluso en fusilar al párroco del lugar, el Padre Andrés Flores, quien insistía en interceder para que cesase la matanza. En total fueron asesinados 84 hombres, entre los que se encontraban, en su mayoría, personas del pueblo, además de unos chinos comerciantes que tuvieron la mala suerte de pasar por allí y algunos fuereños. A los fusilamientos precedieron actos de saqueo y rapiña por parte de los villistas, quienes además incendiaron las casas de los pobladores. La causa de estos acontecimientos sangrientos fue un choque armado entre pobladores del lugar y tropas de las avanzadas villistas, a quienes aquellos habían confundido con bandoleros. En esa refriega había muerto un sobrino de Villa, por lo que este se ensañó con la población inocente.

También hay que recordar a las 90 soldaderas de Santa Rosalía, cerca de Camargo, Chihuahua, a las que Villa mandó asesinar supuestamente “en defensa propia”, como afirma el biógrafo del “centauro del norte” Friedrich Katz. Este historiador austriaco, fallecido hace 9 años, fue un gran admirador de Villa. Sin embargo, en el caso del asesinato de las soldaderas, Katz olvida decir que fue el mismísimo Villa, apoyado por el temible Baudelio Uribe, “el mochaorejas”, quien disparó contra las mujeres. La razón del guerrillero: el temor de que las prisioneras pudieran denunciar a los villistas y el rumbo de su huida cuando los carrancistas retomaran la plaza.

Allí mismo, en Camargo, según relata también Katz, Villa mató personalmente con su pistola a una mujer que le reclamó, furiosa, el haber mandado fusilar a su marido, quien era un simple empleado de los carrancistas, que no representaba amenaza alguna para Villa y los suyos.

Otro sanguinario villista, Rodolfo Fierro, fue quien asesinó, por órdenes de su jefe, a 167 soldados orozquistas y federales en 1913, aunque Martín Luis Guzmán afirma que fueron 300, lo cual es poco probable. Fierro, un cruel personaje, los hizo correr atravesando un patio, pues les había hecho creer que saltando la barda estarían en libertad. Al pasar corriendo, uno por uno, Fierro les disparaba con una pistola, cazándolos como conejos.

Lo que me llama mucho la atención es la saña con la que Villa no solamente mataba a las mujeres sino también cómo las torturaba. Es ilustrativo en este sentido lo que mandó hacer con la profesora parralense Margarita Guerra y con Guadalupe García, viuda del antiguo general villista Trinidad Rodríguez. Primero mandó que les ataran brazos y piernas a sendos caballos; después de dislocarles así las extremidades, mandó asesinarlas de un balazo, para después ordenar dispersar sus miembros en el cerro de Santa Rosa. De hecho, desde que Villa entró en Parral, días antes, había mandado decir a la maestra que la quemaría viva si llegaba a atraparla.

Y eso precisamente hizo con otras mujeres: quemarlas vivas. Ejemplos: así asesinó a Lugarda Ruiz, abuela de José Rodríguez, general villista. Ella misma, haciendo gala de bravura, dio al soldado villista que la había bañado en gasolina los cerillos para encenderla. Pancho Villa también mandó quemar vivas a Feliciana González de Quiñones y a su hija en Santa Rosalía, a la anciana Luz Portillo Viuda de García y a su nieta Luz Portillo viuda de Sánchez en Ciénega de Olivos, y a Celsa Caballero viuda de Chávez en Jiménez, entre muchos otros ejemplos. Curiosamente, no conozco ningún estudio sobre estos casos, aunque están bien documentados. El pianista e historiador Raúl Herrera consigna que, después de haber dado a conocer algunos ejemplos de esta sanguinaria manía villista, algunas personas se comunicaron con él para darle nombres de familiares que habían sido igualmente asesinados por Villa o por su gente en aquellas épocas turbulentas.

Los casos en los que el mismo Villa asesinaba con sus propias manos a familias enteras son conocidos, pero tampoco están debidamente estudiados, como el de la familia González, cuyos miembros eran incluso amigos de este asesino, en la ciudad de Jiménez. Él se encargó personalmente de matar a las mujeres. Y en Namiquipa, también en Chihuahua, ocurrió el terrible suceso de la violación tumultuaria, ordenada por Villa, de muchas mujeres que fueron entregadas a la soldadesca; entre las víctimas, muchas de las cuales murieron, había incluso niñas de 13 años.

Ante estos hechos de sanguinaria crueldad contra las mujeres, resulta paradójico que este personaje haya tenido, se calcula, unas 23 esposas. Y escribo “esposas” porque se cree que se casó por lo civil en más de veinte ocasiones, y en una, por la iglesia (con Luz Corral); sus hijos rondan la cifra de los 23.

En nuestra próxima entrega analizaremos algunos aspectos positivos de este personaje, pues tuvo algunos. Por lo pronto, pido a mis cuatro leales lectores me disculpen por el desagradable momento que pudieron haber pasado al leer los grotescos ejemplos de la supina crueldad de Pancho Villa.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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