Desarrollo humano y social
Notre Dame de París y la relación de la Edad Media con el fuego (1ª parte).
28 abril Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Ciertamente, una iglesia como Notre Dame es más que madera y cantera. Se trata de una de las edificaciones sacras más importantes de la historia, no solamente por su belleza arquitectónica (que en algunas épocas ha sido puesta en duda, debido a los gustos cambiantes), sino también porque es el corazón de uno de los países más importantes del mundo, por los acontecimientos históricos de los que ha sido escenario y testigo, y, por supuesto, por su importancia religiosa y litúrgica. Esta iglesia medieval ha sobrevivido al paso de los siglos y ha sufrido diferentes calamidades, la más grave de todas, sin duda, la del incendio del pasado lunes 15 de Abril.

En la Edad Media, el fuego era en primer lugar una bendición: daba calor, comodidad, luz; permitía cocinar alimentos y calentarlos y era el elemento primordial en una gran cantidad de actividades artesanales. En las casas, el fuego podía estar en dos lugares: como fuego abierto, por ejemplo, en las cocinas y en algunas habitaciones de la casa, y como fuego “encerrado”, como en las estufas de cerámica. El uso intensivo del fuego en la Edad Media tenía también sus consecuencias, y estas no siempre eran buenas. En primer lugar, casi todo lo que se usaba en las casas, monasterios, palacios y talleres era combustible: madera, madera, madera. Y telas, alimentos, aceites, brea, cera, pieles, etc. Y todo esto puede arder fácilmente, al menor descuido: bastaba a veces un tropezón para que algunas chispas cayeran en donde hubiera algún material inflamable, comenzando entonces una catástrofe. Otra consecuencia negativa era el humo dentro de las casas y talleres: como había pocas ventanas porque el vidrio era caro y en invierno había que mantener todo cerrado, el humo constituía un factor de enfermedades, por lo que las ciudades en general y los talleres y cocinas en particular eran lugares muchas veces insalubres debido al humo que se generaba. Otra consecuencia más de este uso del fuego se debía a la necesidad de acarrear madera en casas, palacios, monasterios y talleres para poder tener fuego y calentar agua, cocinar, etc. Según lo que se ha estudiado en esqueletos provenientes de cementerios de la época, el acarrear madera era una de las principales causas de lesiones en las articulaciones y de accidentes como rotura de piernas, brazos o clavículas, sobre todo en los sirvientes. O sea, el fuego también era una maldición.

Pero quizá la pesadilla más pavorosa relacionada con el uso del fuego era el constante peligro de grandes incendios. Como vimos, casi todo lo que rodeaba al hombre medieval era inflamable y el fuego abierto era común y necesario, por lo que al menor descuido podía comenzar todo a arder. Debido a la manera de construir casas (una junto a la otra, en las ciudades, y calles muy angostas), a la carencia de equipos de extinción, al material de construcción, etc., era casi imposible controlar un incendio ya declarado. Una vez que estallaba un incendio, había que hacer una cadena humana entre el arroyo o pozo más cercano, llevar de esta manera cubetas de madera o de piel hasta el incendio y arrojar esa pequeña cantidad de agua al fuego. Tarea casi inútil. Si a esto le agregamos que quizá sople el viento, en un instante tenemos pueblos, iglesias, monasterios o ciudades enteras ardiendo. Además de rezar, lo único que a veces quedaba por hacer era derribar rápidamente las casas que se encontraran en el camino del fuego, para evitar su propagación. Este remedio fue lo que salvó a la Torre de Londres durante el incendio de Septiembre de 1666: antes de que las llamas llegaran a ella, se procedió a derribar todas las casas a su alrededor.

Lo que seguía después de un incendio de gran magnitud era la reconstrucción, sobre todo en las ciudades, pues los terrenos o solares eran muchas veces propiedad del ayuntamiento, por lo que, si los damnificados no reconstruían inmediatamente sus casas –generalmente en el plazo de un año-, podían perder el terreno. Por eso había mecanismos para apoyar a estas personas, instrumentados desde los ayuntamientos. Además, con el paso del tiempo, las medidas contra incendio se fueron haciendo más estrictas. Algunas ciudades medievales incluso ordenaron colocar, en ciertos lugares estratégicos, cubetas, escaleras, hachas y otros artefactos para poder acudir rápidamente a combatir un incendio y a derribar casas y paredes. Algo muy importante era el mantener a guardias en las torres de las iglesias y en las bocacalles, para avisar oportunamente si estallaba alguna conflagración, particularmente de noche.

En el caso de las iglesias, el mayor peligro, aparte de las velas y cirios encendidos, eran los rayos. Es innumerable la cantidad de iglesias y monasterios que en el transcurso de la Edad Media ardieron parcial o totalmente. Muchas iglesias no tenían más que las paredes de cantera, siendo el techo de madera o incluso de paja; en algunas regiones de Europa, las iglesias eran construidas solamente de madera, como en los países nórdicos o en Inglaterra. Como la madera del techo se recubría de alquitrán, que es muy inflamable, un rayo podía ocasionar la propagación del fuego con una velocidad impresionante. Además, aunque el techo en sí fuese de plomo o de cobre, el armazón era de todas maneras de madera. Es por eso, entre otras razones, que algunas iglesias góticas fueron renovadas en el siglo XIX y dotadas de un armazón de metal, como en Colonia o en Basilea, además de que la cubierta de cobre resiste más el fuego que el plomo. En Notre Dame se conjugaron, en el caso del techo, por lo tanto, varios factores que contribuyeron a la rápida propagación del fuego hace unos días: madera en la techumbre y en el armazón, alquitrán y plomo. Además, los grandes espacios de una iglesia de esas proporciones dificultan el combate de las llamas. En la Edad Media no había, además, ni mangueras ni agua a presión. Sólo cubetitas. Estas circunstancias son las que movieron a Umberto Eco a afirmar, con el humor que le caracterizaba, que si alguna función tenían los monasterios en la Edad Media era quemarse.

También la Antigüedad padeció incendios desastrosos, que en la época medieval continuaron siendo objeto de comentarios y leyendas. Los casos más famosos fueron:

- Alejandría, 48 a.C.: el legendario incendio de esta ciudad egipcia parece que sólo es eso: una leyenda. Es muy probable que Julio César, por cuestiones estratégicas, haya mandado quemar su propia flota en el puerto, pero no se sabe que el fuego se haya propagado a la ciudad, y menos a la famosísima biblioteca. Esta debió haber sido destruida tiempo después, bajo circunstancias que desconocemos.

- Roma, 64 d.C.: también aquí se mezclan la leyenda y la historia. No se sabe qué tan amplio fue el incendio de la ciudad ni la magnitud de los daños, se duda realmente si el emperador Nerón lo provocó y con qué intenciones. Lo cierto es que varios miles de personas se quedaron literalmente en la calle. Otros incendios de grandes proporciones que padeció la ciudad ocurrieron en los años 213, 23 y 6 a.C.; y en 27, 36 y 192 d.C.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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