La decisión del entonces Primer ministro David Cameron de organizar un referendo para ver si el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte abandonaba o no a la Unión Europea (UE) ha pasado ya a la historia como uno de los errores más impresionantes de todos los tiempos. Este proceso es conocido popularmente como “Brexit”. Cameron fundamentó su propuesta, en Enero de 2013, con la intensión de superar una situación que él veía como difícil, pero el remedio salió más caro que la enfermedad. El caos político y económico que viven los ingleses actualmente, ante la incompetencia de ciudadanos y políticos de comprender los alcances que tendría una salida de la Unión Europea es inédito. La postura de los ingleses partidarios de la salida es como si alguien quisiera divorciarse, pero sin querer perder los derechos que se tienen como persona casada.
La decisión de someter a un referendo una decisión tan compleja demuestra que ni los ciudadanos ni los políticos comprendieron bien lo que estaban haciendo. Los ciudadanos tuvieron en sus manos una decisión de alcances para ellos insospechados e inconcebibles, sin tener a su alcance la información y la capacidad necesarias, y los políticos crearon un grave problema en donde en realidad no lo había. Esta situación tuvo su origen en dos factores: Cameron quiso contentar y neutralizar a los diputados antieuropeos del Partido Conservador –su propio partido- y detener el avance del partido nacionalista “UK Independence Party” (“Ukip”), que era dirigido por el sembrador de cizaña y de tempestades Nigel Farage, el mismo que, después de efectuarse el referendo y cuando el caos estaba en todo su esplendor, se fue, como si nada, a su casa. Cameron pensó inocentemente que podría prometer el referendo, no llevarlo a cabo, pero amenazar con él a la UE, y negociar mejores condiciones de permanencia para su país. Y todo eso prometió, lo cual se reveló, como era previsible, como un error inmenso, de proporciones históricas.
Aquí aparece nuevamente un viejo conocido de Occidente: Vladimir Putin, quien parece metió la nariz en las campañas a favor y en contra de salir de la UE, en Inglaterra. Cada vez hay más indicios de la gran relación que hubo entre el embajador ruso en Londres y los partidarios de abandonar la Unión. De hecho, Farage no oculta su gran admiración por Putin, al grado que muchos se preguntan por qué la gente no advirtió, ante esta sospechosa alianza que no se ocultó, un elemento más para desconfiar de los partidarios del Brexit.
Algo que los tiempos modernos nos enseñan, es que, cuando uno trata de robarle banderas a los populistas o cuando les hace concesiones, en lugar de debilitarlos los fortifica. Así, en las elecciones para el Parlamento Europeo en 2014, el Ukip resultó el partido más votado. Esto demuestra también que los electores no siempre votan con la razón, sino que al parecer lo hacen más frecuentemente con las emociones: creyeron, sin razonar, en cada una de las promesas de los partidarios del Brexit. De estas, prácticamente todas acabaron mostrándose como imposibles de realizar o como simples mentiras, como aquella de que Gran Bretaña, con la salida de la UE, se ahorraría 350 millones de libras a la semana, que se invertirían en el sistema de salud. Las cuentas alegres también caracterizan a los populistas en Inglaterra.
Los electores ingleses escucharon lo que muchos de ellos querían escuchar, aunque eso no fuera racional; se sintieron apoyados por los que hablaban en contra de los extranjeros y de los inmigrantes, sintieron apoyo ante su temor frente al futuro, sacaron a ondear las banderas nacionalistas –y el nacionalismo no lleva a nada bueno, por simplista, por egoísta, por ciego- y se pusieron a soñar con el viejo Imperio y con la resurrección de pasadas glorias. Con estos elementos, nadie puede tomar una decisión sabia, ni siquiera el pueblo.
Los errores en la política suelen traer consigo consecuencias graves, aunque a veces queda la pequeña posibilidad de que puedan revertirse. Si bien sigue siendo una probabilidad remota, los ingleses aún pueden demostrar que saben aprender de sus errores, por muy grandes, absurdos y grotescos que hayan sido. Quizá haya aún una oportunidad para organizar un segundo referendo, aunque esto pueda traer como consecuencia que las diferencias en la población se profundicen y la situación siga empeorando. Sin embargo, si esta vez la campaña se hace con menos mentiras, posiblemente encuentren los ingleses un camino de regreso a la razón.
Por lo pronto, la inminente salida del bloque europeo traerá para la Gran Bretaña, como consecuencia, la pérdida del acceso preferencial al mercado de 27 países. Hablamos de mercados en materia laboral, de bienes y de servicios. Los ingleses perderán, por haber tomado una pésima decisión, las cuatro libertades de las que gozan los miembros de la UE: la libre circulación de personas, de capitales, de mercancías y de servicios.
Se ve venir además una etapa sumamente caótica de revisión y adecuación del marco legal inglés a una realidad en la que ya no estará la UE: leyes en materia de seguros, laboral, de educación superior, de pensiones, etc. Hace dos años hacíamos la cuenta de este nuevo corpus legal y llegábamos a la conclusión de que eso significaba revisar aproximadamente 18 leyes diarias, incluyendo sábados y domingos. La UE, por su parte, se vio obligada a instaurar un escarmiento, para que a ninguno de sus miembros se le atraviese nuevamente por la cabeza amenazar con salirse o salirse del gremio; por eso han rechazado muchas de las propuestas del gobierno británico, que parece sentirse con la fuerza suficiente para imponer condiciones, siendo que está en una situación muy delicada e inestable. Por eso vale traer a cuento lo que comentó en el 2013 Tony Blair, quien había ocupado la misma posición que Cameron años atrás. Se refirió a esta propuesta de la salida de la UE con estas palabras: “Esto me recuerda la comedia de Mel Brook ‘Blazing Saddles’, en la que un sheriff se coloca él mismo una pistola en la cabeza y grita: ‘¡Si no hacen lo que yo les diga, me volaré la tapa de los sesos!’” En la comedia, todo mundo arroja, espantado, sus armas al piso. En la realidad de nuestros días, los más espantados son los ingleses, en medio de un caos “Made in the United Kingdom”.
Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP