Las universidades en México se cuentan entre las instituciones con mayor aceptación y buen nombre entre la población, estando a la par e incluso arriba de las fuerzas armadas y de la Iglesia; es decir, gozan de la confianza de la población, en general. Queremos hablar ahora de los actores y de las funciones que cumplen estos y las universidades en donde laboran.
Desde sus orígenes, los actores esenciales de las universidades fueron los docentes y los estudiantes, de allí que se hablara de los “doctores” y de los “alumnos”. Esta última palabra deriva del verbo latino “alere”, que significa hacer crecer, alimentar, criar. De ahí viene “altus” (como ya está alimentado, ha crecido). “Alumnus” se empleaba originalmente para designar a un crío, al que se hace crecer porque se le alimenta, por lo que se empleaba originalmente incluso para designar a los niños esclavos en la antigua Roma. Después adquiere el significado de “discípulo”, pues a un discípulo hay que criarlo y hacerlo crecer en sentido intelectual y formativo. “Alimento” y “alma” son otros vocablos que proceden de la misma raíz. Lo que es inexacto es que “alumno” proceda de la “a” privativa y de “lumno” (supuestamente “luz”), o sea: “sin luz”, pues la “a” privativa es de origen griego y “lumen” (así debería ser, en lugar de “lumno”) es palabra latina, así que debemos desechar este significado.
Por su parte, la palabra doctor se deriva de la raíz doc (de origen sánscrito), enseñar, doc-ere, enseñar, el sufijo ere es infinitivo de la segunda conjugación. En cuanto a doc-tor, doctor, tenemos que el sufijo tor indica el que hace o ejecuta lo expresado por la idea fundamental, como ara-tor, el que ara, el labrador. En la actualidad, desde hace siglos, un doctor es una persona que ha recibido el último y preeminente grado académico que confiere una universidad u otra institución autorizada para ello.
Las tareas de un alumno en una universidad están claras: tiene que “dejarse alimentar”, tiene que crecer, ya no física sino espiritual e intelectualmente. Pero ¿cuáles son las funciones de un doctor en el mundo académico actual? Un doctor, para poder enseñar, necesita en primer lugar aprender; necesita mantenerse al día en lo que aprende, necesita investigar para poder enseñar de mejor manera, pues nada se enseña mejor que lo que uno mismo genera y produce. Llegamos así a la primera de sus funciones, que es investigar y generar conocimiento, pues esa es la base de la segunda: la enseñanza, que es la que nos remite a la etimología de la palabra. ¿Podemos imaginar, en una universidad ideal, a un doctor que no investigue? ¿Podemos imaginarnos a un enseñante que no lo haga? Y lo que investigue y descubra, ¿se debe quedar solamente para el conocimiento del investigador o de los estudiantes y, acaso, de los colegas universitarios? No: hay que darlo a conocer dentro y fuera de los muros universitarios. Esto nos conduce, y no es casualidad, a las funciones que debe cumplir toda universidad: investigación, docencia y difusión de la cultura.
El cumplimiento de estas funciones, al más alto nivel, es lo que socialmente justifica a una universidad: estamos hablando con esto de una “hipoteca social”, de un “deber social”. La universidad, y con ella sus doctores, deben cumplir con sus funciones no sólo frente a sus propios integrantes, esto es, frente a su propia comunidad universitaria, sino también frente a la sociedad toda. A su vez, la comunidad universitaria y la sociedad deben cuidar a su universidad y a sus doctores, deben proporcionarles los medios necesarios para que desempeñen sus labores de la mejor manera posible y al más alto nivel. Deben saber apreciar la labor investigativa, ya que es generadora del conocimiento, la labor docente y la labor de la difusión externa de lo aprendido, de lo investigado y de lo realizado. Una universidad, como comunidad humana que es, estaría por lo tanto incompleta si deja de cumplir con alguna de estas tres funciones: estaría fallando como institución enriquecedora de la sociedad. Se trata, por lo tanto, de “generar”, no sólo de “transmitir” hacia adentro; y de “transmitir” hacia adentro y hacia afuera, no sólo de “generar”.
Siguiendo este espíritu, son ilustrativas las palabras que pronunció el emperador Federico II “Barba Roja”, al fundar en 1224 la Universidad de Nápoles: “A través de la pócima de la ciencia y la simiente de la sapiencia deseamos atraer a los prudentes y a los entendidos, quienes a través del estudio sirvan a Dios y nos agraden en la observancia del derecho en el culto a la justicia. Desafiamos a los hombres ilustrados para que estén a nuestro servicio para poderles confiar despreocupadamente –dado que se formaron en el celo del estudio y de la justicia- la administración de la cosa pública”. Esta cita histórica deja claro que la universidad no se concebía como una torre de marfil, ni como una isla que salvara a sus integrantes de las vicisitudes de la vida cotidiana, ni tampoco como un mero lugar de remanso, sino que se pensaba que tenía que cumplir con ciertas obligaciones frente a la sociedad.
Es así que, para poder cumplir con las tareas más arriba mencionadas, hay que entender algo que al parecer en México a mucha gente le cuesta trabajo comprender: la universidad, ya sea pública o privada, no es una empresa en el sentido “industrial” o “tradicional” de la palabra: aquí no tenemos clientes, sino estudiantes; y el personal docente no está conformado simplemente por “empleados”, sino por profesores de asignatura y de tiempo. Estas al parecer sutiles diferencias van más allá de lo meramente conceptual: tienen que ver también con la imagen que de la universidad tenemos todos en una comunidad de generación y transmisión del conocimiento y con la imagen y respeto hacia los pilares de la actividad académica, esto es, de los profesores: los criterios que guían a una fábrica textil son los de producción de telas, hilos o prendas de vestir; los criterios que guían a una universidad deben ser los criterios de la calidad académica. Pero ni en el caso de las fábricas ni en el de las universidades se trabaja siguiendo criterios simplemente administrativos: lo administrativo está, por su propia naturaleza, al servicio de los fines de la empresa o comunidad humana. Nadie funda una institución nada más para administrarla: la administra para que la comunidad o empresa pueda cumplir las funciones para las que fue creada, es más: se le debe administrar correctamente para que pueda vivir y sobrevivir.
¿Y para qué se funda una universidad? Pues para crear, transmitir y difundir el conocimiento. Pero no estamos hablando únicamente de un mero proceso mecánico: desarrollo de habilidades y competencias, etc., sino que dicho proceso debe estar guiado, medido y propiciado por la vivencia de los valores universales que deben guiar la actividad académica: los principios éticos, la honestidad, la generosidad, la curiosidad científica, etc. Esto es fundamental en una época caracterizada por el extravío de las conciencias, por el materialismo grosero y por un hedonismo mal entendido.
La certeza acerca de las funciones para las que se crea la universidad nos lleva a las siguientes reflexiones: una organización divide sus actividades en cuatro categorías: 1) actividades substantivas, 2) actividades adjetivas, 3) actividades de apoyo y 4) actividades de regulación. La primera categoría es la que proporciona la razón de ser de la institución universitaria, que es precisamente ese triduum: investigación, docencia y difusión. Sin esas actividades, la universidad no tendría razón de ser. Los integrantes esenciales de la universidad –es decir, los docentes y los alumnos- están para cumplir esas funciones substantivas. Todo lo demás no pertenece a esa esencia. Las universidades medievales y renacentistas, por ejemplo, constaban exclusivamente de estos dos grupos; no tenían, salvo raras excepciones, edificios, sino que las clases se impartían en locales rentados o prestados, civiles y religiosos (incluso en iglesias y catedrales) y sólo contaban con un pequeñísimo grupo de “administradores”. Puede haber universidades sin preparatorias, sin auditorios, sin gimnasios, sin campus externos, como lo vemos en las grandes y más prestigiadas universidades del mundo, como Oxford, Harvard, La Sorbona o Heidelberg. Lo esencial, lo que no puede faltar, son los docentes y los alumnos.
En nuestra siguiente colaboración hablaremos de las otras actividades y de las funciones, muy importantes, que tienen que cumplir.
Desarrollo humano y social
Las tareas académicas en las universidades (1ª parte)
03 marzo Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo