Uno de los temas del escenario internacional que más llaman la atención en este inicio de año es sin lugar a dudas la situación gravísima que se está desarrollando en Venezuela. En México, debido a que el nuevo gobierno federal cambió radicalmente la dirección de su política exterior al respecto, la discusión entre partidarios de los distintos bandos se ha recrudecido.
Juan Guaidó se ha convertido en el más poderoso contrincante de Nicolás Maduro, debido a que aparentemente ha logrado aglutinar a la otrora muy dispersa y atomizada oposición política al régimen actual. Nicolás Maduro ha podido sortear los problemas que implican el tener a miles de personas en las calles protestando contra su gobierno y al hecho de que cada vez más países del mundo lo desconozcan como jefe de Estado. Parece que sus dos soportes son, por un lado, su tozudez, y, por otro, las fuerzas armadas venezolanas. Se cree que estas últimas lo siguen apoyando (al menos oficialmente y particularmente en la cúpula), debido a que sus jefes superiores posiblemente sean cómplices de Maduro en muchos negocios hechos al margen de la ley, además de que las fuerzas tienen en sus manos una gran parte de los mecanismos para distribuir medicamentos y alimentos en el país, lo cual les ha permitido enriquecerse por vías no precisamente honorables. Esto es lo que se dice.
Unas semanas después de que Guaidó se proclamara como Presidente encargado, la situación se ha estancado peligrosamente. En Uruguay se ha formado un grupo de contacto que, dicen, trata de encontrar una salida negociada a la crisis. Sin embargo, la pregunta que flota en el ambiente es: ¿se puede dialogar con Maduro? ¿Qué se lograría con ello? Además, la postura ambigua de Uruguay e irresoluta por parte de México en nada ayudan.
En Mayo del año pasado se llevaron a cabo elecciones presidenciales en Venezuela, pero en tales condiciones, que muchos países consideraron que dicho ejercicio distaba mucho de los parámetros occidentales democráticos. Fue un proceso electoral muy manipulado, que excluyó a muchos contrincantes de la lid y que además no permitió que acudiesen observadores extranjeros. Podemos decir que estuvo incluso peor que la famosa consulta sobre el nuevo aeropuerto de l Ciudad de México. Es por eso que la Asamblea Nacional (el equivalente a nuestra Cámara de Diputados federal), órgano legislativo unicameral, presidido por Juan Guaidó, no reconoce el segundo periodo presidencial de Maduro, que comenzó el 10 de Enero pasado. Ciertamente, la Asamblea Nacional es el último órgano con legitimidad democrática que queda en el país, y el Artículo 233 de la Constitución de Venezuela le permite a quien la presida hacerse cargo de los asuntos de gobierno, de manera provisional, en caso de una “falta absoluta” del Presidente de la República, por ejemplo, si este fallece, o si tiene una incapacidad física o mental, o por una revocación del mandato por el pueblo. Pero en ningún lado dice que se pueda substituir al Presidente si este fue electo en un proceso electoral manipulado. Es por eso que, desde el punto de vista del derecho constitucional, el país se encuentra hoy en una especie de zona gris.
El mismo Guaidó ha establecido la ruta que buscan seguir los opositores al régimen autocrático de Maduro: terminar con el gobierno usurpador, establecer un gobierno de transición y convocar a elecciones libres. Gran parte de los países americanos han decidido reconocer a Guaidó como Presidente encargado, incluso Ecuador. El problema aquí es que algunos de estos “padrinos” son algo impredecibles, veleidosos y erráticos: Bolsonaro, Presidente de Brasil, y nuestro viejo conocido Donald Trump. Tan es así, que el ministro de exteriores ruso, Sergei Lawrow, se ha visto en la necesidad de advertir en contra de algún intento de intervenir militarmente en Venezuela. Lo que ha despertado mucha sorpresa y desilusión en algunos países europeos y latinoamericanos es la postura de México, un país muy importante en la región latinoamericana. El nuevo gobierno federal, que gusta dirigir sus pasos viendo hacia el pasado, ha invocado de manera algo descontextualizada a la llamada “Doctrina Estrada”, una especie de guía de la política exterior mexicana del antiguo régimen autoritario, que fue formulada en 1930, en condiciones nacionales e internacionales totalmente diferentes a las del mundo actual. El grupo en el que se coloca México no es precisamente como para presumir: está formado sobre todo por China, Rusia, Turquía, Irán, Corea del Norte, Cuba, Uruguay y Nicaragua. Son países que no tienen mucho que decir acerca de la democracia, salvo Uruguay. China tiene muchos intereses en Venezuela y es el país que más créditos le ha concedido. Venezuela, en contrapartida, la surte con petróleo. Se calcula que las inversiones chinas en el país sudamericano han de ser del orden de los setenta mil millones de dólares. Por su parte, Rusia le ha vendido a Venezuela muchos sistemas de armas y le ha concedido también muchos créditos. Rusia no necesita petróleo de Venezuela, aunque ha recibido importantes cantidades para pagar los enormes costos de armas muy sofisticadas. De hecho, parece que Venezuela tiene un adeudo de 17 mil millones de dólares con el gobierno de Putin. Rusia tiene otro objetivo, además del dinero: tiene interés en que empresas rusas exploten los tesoros minerales venezolanos; además, busca una cabeza de playa en un país geopolíticamente estratégico, casi a las puertas de los Estados Unidos. Así que ni China ni Rusia están interesadas en un cambio de gobierno que haría peligrar no solamente muy buenos negocios, sino la presencia de ambos países en América. En este sentido, los demás países que los acompañan en ese grupo bien pueden ser vistos como tontos útiles. La necesidad que tiene Maduro de créditos y protección lo han hecho dependiente de estos dos gigantes, que ahora son sus principales protectores. En cuanto a Irán, tampoco está interesado en un cambio de gobierno y de régimen en Venezuela, pues este país es su principal aliado fuera del mundo islámico. Se cree que, por medio del banco que ambos países fundaron, Irán lava dinero en Venezuela. Los une además el deseo de mantener precios elevados del petróleo, lo cual se entiende por el altísimo grado de petrolización de ambas economías.
El ejemplo de Venezuela debe recordarnos que ningún país está vacunado contra un colapso de la democracia. Hay que tener en cuenta que ya Maquiavelo advertía contra el error de declararse “neutral” en asuntos políticos, pues al final, acaba uno ayudando al más fuerte y con ninguno queda uno bien: ni con el derrotado, que reclamará siempre no haber recibido ayuda oportuna, ni con el triunfador, que también se habrá visto privado de apoyo. Una clara falta de visión en la política exterior en nuestro país se deja ver en las palabras que pronunciara hace unas semanas el Presidente López: México es amigo “de todos los gobiernos”. Creo que debió diferenciar: México es amigo de todos los pueblos.
Por último, otra reflexión: tanto Maduro como López gustan de descalificar a sus opositores o detractores con el calificativo de “conservadores”. Dicho adjetivo puede entenderse de dos formas, aplicable una de ellas a estos mismos dirigentes: conservador es alguien que se orienta por lo que ayer fue. La otra acepción creo que no les queda: conservador, en un sentido positivo de la palabra, es alguien que se orienta por los valores e ideales que siempre son.
Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
Centro de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)
Desarrollo humano y social
La complicada situación en Venezuela
11 febrero Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo