Hace unos días, Transparencia Internacional (TI) publicó su informe anual, y lo que podemos extraer de su lectura es que hay una crisis extendida mundialmente, pues la mayoría de los países no han podido luchar con éxito contra la corrupción. El problema central es que esta crisis provocada por la corrupción y por la lucha fallida en su contra ha desatado una crisis en las democracias. El informe se basa en un “Índice de percepción de la corrupción”; la escala es de 0 a 100: mientras más elevado sea el valor de la medición, menor será la percepción de corrupción en el país o territorio respectivo.
México obtuvo una calificación de 28.0, la misma que Rusia, Irán, Guinea y Papúa-Nueva Guinea. En América Latina, Chile (67) y Uruguay (70) obtuvieron las mejores calificaciones, mientras que los países del fondo de la tabla son: Venezuela (18), Haití (20), Nicaragua (25) y Guatemala (27). México no salió bien librado, por lo que dicen estos números. Lo grave del caso es que más de dos terceras partes de los países medidos en todo el planeta estuvieron debajo de los 50 puntos; el promedio, bastante miserable, es de 43. Otra triste noticia es que solamente 20 países lograron reducir significativamente su percepción de corrupción, por ejemplo: Costa de Marfil, Argentina y Guyana. En el otro extremo de la tablita, en 16 países el índice muestra un constante empeoramiento del problema: México, Hungría y Turquía.
En todo el mundo, el país en donde los ciudadanos perciben una menor corrupción es Dinamarca, con 88 puntos. Le siguen Nueva Zelandia (87), Finlandia, Singapur Suecia y Suiza (todos con 85). El país con el menor puntaje, y con ello el que es percibido como el más corrupto, es Somalia (10). Siria y Sudán del Sur obtuvieron 13, Yemen y Corea del Norte 14. México está, con ello, más cerca de los de abajo que de los punteros. Y por primera vez desde el 2011, los Estados Unidos no quedaron entre los 20 países menos corruptos, pues su nota fue de 71, cuatro puntos menos que hace un año.
Algo muy interesante que revela TI es la relación entre la percepción de la corrupción y el tipo de régimen político del país en cuestión. Así, las democracias más robustas tienen en promedio una puntuación de 75; las democracias aún no consolidadas, 49; los regímenes con tendencias autoritarias promedian 35 puntos, y los países con regímenes autoritarios muestran la situación más lamentable de todos, con un promedio de 30 (es decir, aún mejor que la nota de México). Según Delia Ferreira Rubio, Presidente de TI, es mucho más probable que la corrupción crezca en donde los fundamentos democráticos son débiles, “como hemos visto allí en donde políticos no democráticos y populistas aprovechan la situación a su favor”.
Estudios como este son muy útiles para comprender, por ejemplo, el comportamiento de los electores. Recordemos que, en nuestro país, la gente salió a votar el 1° de Junio de 2018 con mucho enojo y con una muy mala imagen de la administración de Enrique Peña en la mente. La percepción generalizada es que en ese sexenio el gobierno fomentó la corrupción y se aprovechó con toda impunidad de ella. Casos como el fallido tren de la CDMX a Querétaro, el tristemente célebre socavón, la “casa blanca”, etc., quedaron en el recuerdo de los electores como pruebas fehacientes de lo podrido que estaba el gobierno.
Los resultados que arrojó el estudio de TI sustentan la preocupación que ha mostrado el Presidente López en lo que respecta a la expansión de la corrupción en la vida pública en México. Sin embargo, tenemos que recordar que este fenómeno es sumamente complejo y no puede resolverse con llamadas de atención, acudiendo a la conciencia de los demás actores o pensando que “el pueblo” (así, en singular) es sin duda limpio, bueno, infalible y noble. En un país en donde hemos visto a la gente violar la ley (y el sentido común) a plena luz del día, en donde pueblos enteros salen a linchar sin más a presuntos delincuentes y en donde el índice de confianza interpersonal (medido por Latinobarómetro) es tan bajo, apelar a la buena voluntad de la gente con un estilo de predicador de televisión es como tratar de abrir una ostra por la persuasión.
Lo que urge en México es diseñar políticas públicas transversales de combate a la corrupción, en donde participen muchos actores de la sociedad civil: escuelas, universidades, asociaciones, iglesias, instituciones gubernamentales de todos los niveles. Además, está demostrado que en donde no hay sanción contra quienes transgreden las leyes, los delitos se repiten y la opacidad domina. Se trata, entonces, no solamente de una labor del gobierno, sino de todos los ciudadanos. Los políticos corruptos no surgen por generación espontánea.
Lo que urge en nuestro país es una verdadera conversión personal, de cada quien, con la conciencia de la responsabilidad individual en la colectividad. Ya lo decía Efraín González Luna: tenemos pueblo, pero necesitamos ciudadanos.
Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
Centro de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)
Desarrollo humano y social
Corrupción y democracia
03 febrero Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo